De Pekín a Nueva York y de Bakú a Zaragoza, el mundo se ha rendido a la fantasía constructiva de Zaha Hadid, arquitecta iraquí que se adelantó a su tiempo desarrollando edificios visionarios marcados por un sofisticado sentido del diseño y una irrenunciable libertad creativa desde que a mediados de los 90 terminara su primer gran encargo: la estación de bomberos para el Vitra Campus en Weil am Rhein (Alemania).
Sí, Hadid empezó con una fábrica de bomberos, pero pronto abordó todo tipo de obras públicas y privadas: plazas, auditorios, fábricas, oficinas, hoteles… Y es que al contrario que otros arquitectos de su generación, la obra de Hadid no cultivó un estilo unívoco y fácilmente reconocible. Al contrario, la arquitecta iraquí apostó por el eclecticismo: cada nuevo proyecto, un nuevo sueño. Desde que en 2004 se convirtiera en la primera mujer en recibir el Premio Pritzker —algo así como el Nobel de la arquitectura— Zaha Hadid se erigió en una de las arquitectas más deseadas del planeta, hasta su prematura muerte con 65 años en 2016.
Zaha Hadid, los orígenes de una diva genial
Zaha Hadid moría de forma inesperada en Miami de un infarto, pero su legado se mantiene más vivo que nunca. No en vano, su estudio sigue trabajando a pleno rendimiento manteniendo el nivel que dejó la jefa. Hadid siempre defendió que una de las razones de su éxito era haberse rodeado de un buen equipo. Hoy son más de 400 personas las que trabajan en el estudio Zaha Hadid Architects liderados por Patrick Schumacher, el antiguo socio de Hadid durante casi 30 años.
Buenos ejemplos de la febril actividad del estudio son el megaproyecto del nuevo aeropuerto de Pekín-Daxing —el más grande del mundo—, el lujoso edificio de apartamentos del 520 West 28th de Nueva York junto al Highline —donde ya viven algunas estrellas como Ariana Grande— o el Centro Internacional de Cultura y Artes de Meixihu International en Changsha (China). Los tres representan las áreas en las que se movió el trabajo de Zaha Hadid: los megaproyectos urbanísticos públicos, los lujosos edificios privados y los centros artísticos.
Ese es el presente y el futuro del legado de Zaha Hadid, pero vayamos al principio para entender el peculiar carácter de la célebre arquitecta. Hadid nace en 1950 en Bagdad, en el seno de una familia de acaudalados industriales iraquíes con vínculos en política. Su padre, Muhammad Hadid, llegó a ser Ministro de Economía a finales de los años 50. Tras una educación básica en un colegio católico —”el mejor de Bagdad” según la propia Hadid— Zaha se va a Reino Unido, como sus hermanos, para completar sus estudios.
Londres, principios de los 70. Zaha Hadid vive de fiesta en fiesta, como explicó en una entrevista de El País del 2008: “Se respiraba lujo y glamour. Fue el principio de los clubes nocturnos, de las boîtes exclusivas, el origen de la música disco. Yo entré en ese mundo como árabe con dinero. Viví unos años de locura. Podíamos ir a París sólo para cenar allí”. Y tras la fiesta, el deber. Sus padres querían que “hiciera algo importante” y Zaha decidió convertirse en una de las grandes arquitectas del siglo XX…
“Un arquitecto debe entender a los pobres, pero también a los ricos, que son quienes tienen y ponen el dinero. La vida en los clubes es una universidad tan importante como pasear por las calles de los barrios marginales”. Declaraciones como esta son las que dan la verdadera dimensión de Zaha Hadid, una mujer poco convencional, altiva, exigente, excéntrica y misteriosa. Ella misma cultivó desde sus inicios una imagen de diva imposible que la emparentaría con otros starchitects de su generación. Pero todo este halo de divismo sería irrelevante, sino fuera por sus innegables cualidades como arquitecta.
Porque Zaha Hadid ya era famosa sin haber terminado ninguna obra importante. Sus dibujos y proyectos, a menudo con un pilar en la realidad y otro en la fantasía, enamoraban a los amantes de las últimas tendencias en arquitectura. Pero a quien quería hechizar Zaha era a algún promotor suficientemente loco —y con dinero a expuertas— para hacer realidad algunos de sus proyectos. Sería finalmente el suizo Rolf Fehlbaum el que confiaría en ella para el complejo industrial patrocinado por la firma de muebles Vitra… empezando por la estación de bomberos que marcaría la carrera de la arquitecta iraquí.
Fue la primera vez que los visionarios dibujos de Zaha Hadid se aplicaban a un edificio de carácter funcional. La artista iraquí lograba por fin bajar al mundo real y aplicar sus dotes creativas a un edificio que debía cumplir unas funciones muy concretas. La pureza de las líneas estéticas de la construcción junto a la integración con el resto de edificios del entorno, todo ello sin perder el sello vanguardista de sus diseños, convirtió el complejo Vitra en su primer triunfo.
Zaha Hadid, sueños en hormigón y cristal
Y de su primer triunfo al gran fracaso que tambaleó su carrera. Justo después de Vitra, Zaha Hadid ganaría un concurso para diseñar la Ópera de la Bahía de Cardiff. Pero, por presión popular y mediática que acusaron al proyecto ganador de elitista, económicamente arriesgado y de no respetar las tradiciones locales, la administración galesa terminó por tumbar el proyecto. Fue el momento más amargo de la carrera de Zaha Hadid, como ella reconocería en numerosas ocasiones.
Pero Zaha siguió su camino y los encargos volvieron como el de su célebre Salto de Esquí de Bergisel en Innsbruck, el no menos celebrado Centro de Arte Rosenthal de Cincinnati en Estados Unidos o el edificio de BMW en Leipzig. Y así llegaría el Premio Pritzker que la asentaba definitivamente como una gran estrella de la arquitectura mundial.
Los últimos años de la primera década de siglo XX fueron de una actividad incesante, con su estudio creciendo y creciendo para dar salida a la cantidad innumerable de ofertas que recibía la arquitecta iraquí.
En España, sin ir más lejos, Zaha Hadid seguiría los pasos de su amado Frank Gehry —dijo en varias ocasiones que su diseño para el edificio Guggenheim lo cambió todo para la arquitectura del siglo XXI— ejecutando Viña Tondonia en Haro. Pero también ha dejado su sello en nuestro país con obras como el Pabellón Puente de Zaragoza o su proyecto de urbanismo en Zorrozaurre (Bilbao) que incluye la ciudad BBK… la cual varios años después sigue buscando financiación para completarse.
En los años previos a su fallecimiento, Zaha Hadid acaparó algunos de los proyectos arquitectónicos más ambiciosos del mundo, ejecutando, entre otros, el Centro Acuático de Londres, la Plaza Dongdaemun en Seúl, el Wangjing SOHO de Pekín, el Havenhuis de Amberes, el impresionante Heydar Aliyev Centre de Bakú o el Gran Teatro de Rabat, este último aún sin terminar.
Y es que el legado que ha dejado Zaha Hadid tras su inesperado fallecimiento en 2016 es incalculable. No solo se trata de sus obras completadas o de la influencia que ha dejado en sus colaboradores en el estudio que lleva su nombre, sino se trata, sobre todo, de la libertad creativa, ambición colosal y pletórica imaginación con las que abordó una disciplina siempre tan enredada como es la arquitectura.
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