Un edificio de espaldas a la moda, un edificio de espaldas a Gijón, una ciudad detrás del mundo. Una construcción orgullosa, rotunda y ensimismada que sigue despertando controversia entre sus defensores y sus detractores. La Universidad Laboral de Gijón, con diseño de Luis Moya en colaboración con Pedro R. de la Puente y Ramiro Moya, no quiso “cometer el error de quedarse moderna” permaneciendo en tierra de nadie durante décadas hasta que fue rescatada ya en el siglo XXI transformándose en Laboral, Ciudad de la Cultura. Esta es la historia de La Laboral, el edificio más grande (en extensión) de España.
Mientras a nivel mundial triunfaba el denominado Estilo Internacional heredero del funcionalismo y racionalismo arquitectónico de figuras como Le Corbusier o Van der Rohe, en España se empieza a diseñar un edificio que rompe radicalmente con esa tendencia buscando sus referentes en la arquitectura clásica, en Atenas, Venecia o Roma, en Palladio o en Juan de Herrera.
El edificio más grande de España
Estamos a mediados de la década de los 40 y España vive el periodo más difícil de la dictadura franquista con un país cerrado sobre sí mismo mientras los ideólogos del régimen tratan establecer lazos con el pasado nacional más mitificado para embaucar a los ciudadanos y hacerles creer que la terrible posguerra y la posterior autarquía es una fase necesaria en la construcción nacional de una sociedad nueva y triunfal: la argucia ideológica, en fin, de todos y cada uno de los totalitarismos.
En este contexto, un grupo de personas vinculadas al régimen lideradas por el entonces ministro de Trabajo José Antonio Girón deciden fundar en Gijón un orfanato para hijos de mineros fallecidos en accidentes laborales. En el año 1946 se adquieren unos terrenos en el entorno de la carretera que va de Gijón a Villaviciosa en el Valle de Somió encargándose el trabajo a un equipo de arquitectos dirigido por Luis Moya.
Nacido en 1904, Moya se encontró con la expansión del racionalismo en sus años universitarios que “tanteó como mucha prevención en sus primeras obras” en oposición a muchos de sus colegas que se entregaron a las tendencias más vanguardistas. Su exacerbada posición antimoderna y antivanguardia desde el final de la Guerra Civil, como señala Antón Capitel —arquitecto que elaboró una tesis sobre Moya bajo la supervisión de Rafael Moneo—, le hicieron acreedor del encargo más importante de la época. La Laboral necesitaba a Moya y Moya necesitaba La Laboral.
Comienza así un lento proceso de diseño y construcción una vez que la idea original de orfanato pasa a transformarse en Universidad Laboral, un proyecto mucho más ambicioso: “Al convertirse en Universidad Laboral, vinieron, como es consiguiente, las complicaciones”, dijo a posteriori el arquitecto. Benditas complicaciones porque permitieron a Luis Moya aplicar todo su ideario en un edificio descomunal, casi una ciudad.
La Universidad Laboral tiene una superficie de 270.000 m² con infinidad de espacios, algunos de los cuales, aún hoy, siguen en desuso. La planta del conjunto trató de adaptarse a su nueva función ofreciendo galerías para habitaciones y aulas, grandes naves para albergar talleres profesionales, zonas de esparcimiento como un teatro, canchas deportivas, jardines, piscinas, biblioteca, granjas, además de edificios y zonas representativas, como la iglesia, las torres, el famoso patio corintio o la entrada monumental.
Esta última dejó desconcertados a propios y extraños al comprobarse que daba la espalda a la ciudad. Moya tenía su explicación: “El edificio está protegido del Nordeste, porque es del viento del que hay que defenderse (…) El acceder de frente a un edificio colocado en medio de la naturaleza es empequeñecerlo, quitarle importancia (…) esto ya lo vieron los antiguos y lo demuestran con dos de sus más perfectas soluciones los hispanoárabes: el palacio de la Alhambra y el monasterio de El Escorial. A ninguno de los edificios se accede de frente, sino que aquellos arquitectos buscaron y lograron que lo que hay que ver se vea del modo que ellos quieran”.
Moya muestra sus cartas, no oculta sus referencias… ni su altivez: sus modelos estás mucho más allá que la arquitectura funcionalista de hierro y cristal: quiere una arquitectura funcional y asequible pero que hunda sus raíces en el clasicismo, en el estilo que consigue “el equilibrio del hombre ante la vida, la síntesis entre la abstracción que elige el hombre en momentos de terror, y el organicismo que elige en los momentos de optimismo”.
Universidad Laboral, un símbolo de sí mismo
Tras pasar la entrada monumental de la Universidad Laboral llegamos al patio corintio, una de las zonas más asombrosas del edificio que homenajea el orden arquitectónico helenístico y que prepara al visitante para la llegada a la plaza que reivindica, a su vez, el papel de esta tipología urbana en la arquitectura popular española.
La proliferación de columnas sin papel estructural, la escenográfica fachada del teatro que rememora al Partenón, las galerías que rodean la plaza, los guiños a Palladio o a San Marcos de Venecia y la fachada curva de la iglesia se combinan de forma solemne generando, para unos, un “barullo arquitectónico” y, para otros, una sensación de atemporalidad, no de anacronía, sino de aislamiento y refugio en un no tiempo.
El teatro de La Laboral es uno de los espacios más celebrados del conjunto, con una acústica legendaria que sufrió una considerable restauración hace una década la cual trató de salvaguardar este y otros elementos tanto funcionales como estéticos del edificio.
Por su parte, la iglesia es el edificio más llamativo con su planta elíptica de más de 800 metros cuadrados que lo convierten en la construcción más grande del mundo que aplica este tipo de planta. Mientras en el exterior todo es profusión decorativa destacando la hornacina con su bóveda estrellada, el interior se resuelve con mayor sobriedad. Y la torre, uno de los símbolos del Gijón, con una altura de 129 metros, y que se inspiró en construcciones clásicas como el Faro de Alejandría, la Giralda de Sevilla y la Torre de Hércules.
Pero no hubo que esperar siquiera a que el edificio se inaugurase para recibir varapalos empezando por los colegas del propio Moya tal y como quedó expuesto en una sesión de crítica de arquitectura reflejado después por la Revista Nacional de Arquitectura en 1955:
“A Moya se le ha parado el reloj (…) ¿es que tiene sentido acudir a las clases de enseñanza en cuadriga romana? (…) falta serenidad y equilibrio (…) cárcel de piedra para alumnos y educandos, porque lo que le falta es intimidad”. (Juan Corominas). “El problema era aquí complejo, pero las complicaciones propias le han añadido complicaciones innecesarias, ¿por qué tanta boveda tabicada? ¿por que todas las escaleras son curvas? (…) En un edificio dedicado a la escuela, el elemento fundamental son las clases (…) pero no hemos visto ninguna ni sabemos dónde están“, (Luis Gutiérrez Soto).
Pero Luis Moya zanjó el debate a su manera: “¿Es conveniente tanto aparato arquitectónico para un centro de enseñanza de obreros? (…) Como escribió el periodista de Gijón Paco Ignacio Taibo ‘edificios bajos de techo, tristes y baratos, ya tienen los obreros bastantes’”.
Reconvertido desde hace una década en Laboral, Ciudad de la Cultura reaprovechando buena parte de sus espacios para albergar facultades, organismos oficiales, un Centro de Arte o la sede de la Televisión Autonómica, la Universidad Laboral ha sido reivindicado por numerosos arquitectos posteriores como Rafael Moneo: “ahora, al desprendernos de lo circunstancial, la miramos con otros ojos, ojos que no excluyen el sobresalto, el que produce aquello que por menos conocido parece anómalo, y al que siempre acompaña, sin embargo, un difuso sentimiento en el que se entrecruzan simpatía y respeto”.
Tras décadas de polémicas y abandono, la Universidad Laboral está cerca de conseguir lo que otros grandes monumentos a lo largo de la historia de la arquitectura: superar las intrigas para convertirse en símbolo nada más que de sí mismo.
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