Tiendas de discos al lado de delicados ateliers, ultramarinos vintage junto a excéntricas tiendas con bustos de San Jesús Malverde, partidos de baloncesto callejero entre coloridos grafitis y ollies de skaters frente a colecciones de arte vanguardista.
Así es el Raval, un barrio que enamora al cazador de tendencias urbanas por su carácter rebelde y rabiosamente ‘arty’. Porque hay barrios con mucho arte y el Raval es uno de ellos.
El Raval, haciendo barrio en Barcelona
Caminando por el carrer dels Tallers nos viene a la cabeza uno de esos términos siempre vinculados al Raval: ‘auténtico’. Aunque aplicar esta palabra a un barrio o a una zona de una ciudad —o incluso a una persona— tiene connotaciones un tanto equívocas, podríamos decir que, en líneas generales, un barrio auténtico se define como aquel territorio que pertenece a sus vecinos y en el que el viajero no se siente protagonista, sino invitado.
Así es como quiere verse el Raval de Barcelona, como un barrio que pertenece a sus vecinos. Y así es como buena parte de sus habitantes han celebrado algunas estrategias para cambiar el enfoque de las zonas más sobreturistificadas de la ciudad: desconcentración de la actividad turística, mejora de la movilidad turística, innovación y creación de nuevos imaginarios.
Llama la atención, especialmente, este último concepto que se refiere a la puesta en valor de otros atractivos de los destinos más masificados para crear nuevos polos de atracción y así contribuir a esa desconcentración turística. Por el momento, el Raval sigue su camino, tratando de encontrar ese difícil equilibrio entre barrio para vivir y barrio para que otros ‘lo vivan’.
Al menos, la calle de los Talleres sigue siendo un sueño para el melómano, plagada de tiendas de discos en las que revolver hasta encontrar aquella perseguida pieza de coleccionista. No es fácil que una tienda de música sobreviva en estos tiempos, pero el Raval es así, tiene ritmo. Prueba de ellos son los distintos puntos de música en la calle que también se pueden disfrutar en esta zona.
Ya con la maleta bien surtida de música, nos dejamos guiar por nuestro sentido del olfato que nos lleva al Mercat de la Boqueria, uno de los mercados más famosos de toda la ciudad. Aquí la dieta mediterránea marca la pauta, pero cada vez se pueden encontrar más sabores de otras latitudes. Porque en el Raval se habla catalán y castellano, pero también bangla, árabe, urdu o tagalo. Y no hay mejor manera de comprender otras culturas que empezar por su gastronomía.
Dejamos los mil y un aromas de la Boquería y nos acercamos al Palau Güell, uno de esos viejos imaginarios turísticos de Barcelona. Pero, quién puede perderse una obra de Gaudí, ese artista capaz de moldear la piedra en sueños dúctiles: su exuberante fachada de raigambre mudéjar y orientalista con dos amplios arcos parabólicos no deja lugar a dudas: es un Gaudí joven, pero es Gaudí.
Bajando por el carrer de Sant Pau llegamos a la Filmoteca de Cataluña, una de las mecas de los aficionados al séptimo arte en Barcelona con hasta 200.000 ítem audiovisuales y cintas de video y archivos digitales que se corresponden con unos 25.000 títulos, destacando la colección ‘Cine de los orígenes’ que reivindica el papel de Barcelona como vanguardia cinematográfica a principios del XX. Su cercanía con Francia, allí donde los hermanos Lumière inventaron su mágico artefacto, facilitó esta posición de privilegio.
A un par de minutos de la Filmoteca, nos adentramos ya en la Rambla del Raval, otra de esas calles en las que se palpa el carácter poliédrico de este barrio: tan pronto te encuentras con una bocatería halal como te tropiezas con un hotel con una de las terrazas más lujosas que promete vistas inigualables de la ciudad. Y el Gato de Botero, por supuesto, uno de los hitos más fotografiados del barrio.
De camino a la plaza de los Ángeles, punto final de nuestro paseo por el Raval, recordamos que este barrio llevó orgulloso durante años el apellido ‘peligro’. Si en el Times Square neoyorquino de principios de los 90 podíamos asistir a bizarras escenas que ni en las películas de Scorsese, ¿por qué no en el Raval? Pero los tiempos cambian y el Raval es otro, aunque siga teniendo que responder de vez en cuando a indiscretas preguntas sobre su vertiente más amenazadora.
Ya en la plaça del Àngels, convertido desde hace años en uno de los núcleos skater por excelencia de toda España, visitamos el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), uno de los espacios que, junto al vecino MACBA, se erigió en eje vanguardista del barrio, poniendo la primera piedra de ese ‘nuevo imaginario turístico’: un Raval joven, rebelde, altivo… pero también respetuoso.
Fue en 1989 cuando se aprueba la creación del CCCB en el marco de rehabilitación del barrio del Raval rescatando el antiguo recinto de la Casa de Caridad que fue ampliado en 2011 con la incorporación de su antiguo teatro: 3000 metros cuadrados más para un centro multidisciplinar de investigación y experimentación creativa en torno a cuatro ejes: palabra, ciudad, tecnosfera y cuerpo.
Un paseo por el MACBA, el corazón del Raval
Dentro del mismo plan de rehabilitación del Raval que dio a forma al CCCB a mediados de los 90 se incluyó la creación de una colección permanente de arte del siglo XX en el propio recinto de la Casa de la Caridad, para finalmente decidirse por un edificio de nueva factura diseñado por Richard Meier.
Premio Pritzker y popular por el uso del blanco y el cristal como luminosa trama geométrica que cubre las fachadas de sus edificios, Meier ha sido influido por otras leyendas de la arquitectura como Lloyd Wright o Le Corbusier.
Blanco, luminoso, acristalado y diáfano es el edificio del MACBA, tanto por fuera, como por dentro. Ya lo dijo el propio Mier sobre la relación del Raval con su edificio: “el barrio necesitaba desesperadamente luz, aire, espacios públicos abiertos y un corazón”.
La oscura escultura La Ola de Jorge Oteiza que domina un flanco de la fachada principal del museo es el contrapeso perfecto para esta suerte de muro cortina que Mier diseñó para convertirse en la imagen más icónica de la plaza de Los Ángeles. En su interior, el juego de volúmenes de las escaleras recuerda a la blanca ascensión helicoidal del Guggenheim de Nueva York.
¿Y su colección? En ocasiones, cuando un museo de este tipo presenta un envoltorio tan celebrado tiende a ocultar su colección, pero en el MACBA han sabido encontrar su sitio apostando por generar un recorrido por las últimas tendencias artísticas desde 1950, prescindiendo de las primeras vanguardias… que ya hay suficientes museos en el mundo sobre ellas.
Obras del venerado Basquiat junto a piezas de Richard Hamilton y materiales del precusor de los happenings Joseph Bueys son algunos de sus contenidos más llamativos, sin olvidarnos de la extraordinaria selección de obras de artistas catalanes, entre los que no faltan Tàpies o el pionero del media art, Antoni Muntadas. En definitiva, un sugestivo museo en el que late el corazón joven y rebelde de un barrio con mucho arte.
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