Cruzando el Pont Royal, al otro lado del Jardín de las Tullerías, muy cerca del Louvre, se ubica el Museo de Orsay, una de las pinacotecas más importantes del mundo. Y es que este museo que está cerca de cumplir sus 40 años de vida, custodia la mayor colección de pinturas impresionistas del mundo, el estilo que, 160 años después de su controvertida irrupción en el panorama artístico parisino, sigue siendo el preferido del gran público.
Acompáñanos en esta visita al Museo de Orsay para conocer su historia y disfrutar de 10 de sus obras maestras de pintores tan relevantes en la historia del arte contemporáneo como Van Gogh, Manet, Degas, Cézanne o Courbet.
Museo de Orsay, la apoteosis impresionista
Es a partir de la década de los 60 cuando las autoridades artísticas parisinas empiezan a tomar conciencia de que la colección de arte de la ciudad de la segunda mitad del XIX y principios del XX bien merece un espacio exclusivo más allá del Louvre. Hasta ese momento, la pintura de esa etapa se había dividido entre el antiguo Museo de Luxemburgo, el Museo Nacional de Arte Moderno y el Jeu de Paume, una galería anexa al Louvre.
Pero ya bastante tenían los sufridos visitantes de este museo con buscar la Gioconda (y todo lo demás) como para, también, epatarse con su deslumbrante colección de arte moderno. Teniendo en cuenta que en 1970 se decidió crear el Centro Nacional de Arte y Cultura Georges Pompidou que acogería el arte posterior a la I Guerra Mundial, el por entonces director de los museos de Francia, Jean Châtelain, plantea la idea de restaurar el hotel y la estación de Orsay construidos por Victor Laloux en 1900 como centro de exposición para el periodo entre 1848 y 1914.
Y es que el impresionismo francés debía tener un lugar exclusivo de exposición para aprovechar su formidable tirón popular. Dicho y hecho. A partir de 1978 empieza a prefigurarse la colección solicitando incluso la devolución de pinturas que se habían dispersado tras el cierre del Museo de Luxemburgo. Finalmente, en 1986 abre el museo.
A nivel arquitectónico no se puede decir que el Museo de Orsay no tenga un espacio más que propicio para una colección como la que custodia: un edificio que emana la estética y las técnicas constructivas del XIX con su celebración de los espacios diáfanos gracias al uso de la arquitectura del hierro y cristal. Nada más entrar en el museo te ubicarás en el gran salón central de la vieja estación: a ambos lados y en varios pisos, las colecciones, y en el centro varias de las esculturas más importantes del museo.
10 obras maestras del Museo de Orsay
A poco que te interese el arte contemporáneo te advertimos: pocos museos en el mundo pueden generarte un síndrome de Stendhal al nivel del Museo de Orsay. Dicho con otras palabras: este museo marea, tal es su grado de obra maestra por metro cuadrado.
Pero, así como los verdaderos amantes de la música acuden a los festivales a descubrir nuevas bandas y artistas, te recomendamos que no seas esclavo de los headliners del Orsay, guarda tiempo para disfrutar de esas otras obras que no salen en los manuales, porque, a menudo, son más memorables que las que ya conocemos todos. De cualquier forma, aquí van 10 obras maestras del museo de Orsay para que vayas tachando.
La Danza (Carpeaux, 1869)
Y una de las primeras obras que verás al entrar en el museo es este impresionante grupo escultórico que debía decorar la fachada del edificio de la Ópera de París. El realismo de los desnudos femeninos levantó algunas ampollas y hasta hubo quien arrojó una botella de tinta contra la escultura. Eran otros tiempos… Bueno, en realidad, no, porque la tinta (o lo que se tercie) sigue siendo un arma arrojadiza contra el arte. De cualquier forma, La Danza de Carpeux se considera un hito de la escultura decimonónica francesa preRodin.
La Olimpia (Monet, 1863)
Y para polémicas la que siempre ha rodeado La Olimpia de Manet, uno de los patriarcas del grupo impresionista que, no obstante, nunca abrazó las técnicas de sus jóvenes colegas. Manet estaba más interesado en relevar las contradicciones de la burguesía con la que tan bien se relacionaba en obras como esta que marcaron un antes y un después: la mítica Venus se convierte en prostituta, sin más, liquidando siglos de idealización femenina en el arte… masculino.
Ballet (Degas, 1876)
Los fanáticos de las bailarinas de Degas son los más propensos a tener una crisis stendhaliana en el Orsay: hasta 46 pinturas, más algunas esculturas, suma el pintor, entre ellas esta más que mítica Ballet.
Los jugadores de cartas (Cézanne, 1890 – 1895)
Pues los aficionados al maestro de los postimpresionistas también lo tienen difícil si quieren relajarse en el Orsay: otras 46 pinturas del genio que marcó el camino a Van Gogh, Gauguin y otros tantos referentes de la pintura posterior al impresionismo. Entre sus obras más reconocibles esta en la que, y perdón por el chiste fácil, Cézanne muestra sus cartas yendo dos o tres pasos más allá de sus colegas impresionistas y poniendo las bases del futuro cubismo, entre otros movimientos de vanguardia.
El Ángelus (Millet, 1857 – 1859)
Pero antes de que los impresionistas decidieran que pintar con precisión la realidad circundante no era lo que realmente ven nuestros ojos, otros artistas bucearon en las posibilidades emocionales de la pintura realista, como Millet que, con cuadros como este, enamoró a pintores posteriores de la talla de Dalí o el propio Van Gogh.
La noche estrellada (Van Gogh, 1888)
Este es uno de los cuadros más buscados del Louvre, casi tanto como la obra homónima pero posterior que se expone en el MOMA de Nueva York. Van Gogh muestra en este cuadro los “efectos de la noche”, no la “representación” de la noche. Son los inicios del postimpresionismo.
Galatea (Moreau, 1880)
El precursor del simbolismo, uno de los postimpresionismos más estimulantes, tiene en el Museo de Orsay una de sus obras más famosas con ese aire a icono medieval tan habitual en el simbolismo. Si te gusta este cuadro no te pierdas el Museo Gustave Moreau del distrito IX de París.
El Talismán, paisaje en el Bosque del Amor (Sérusier, 1888)
Paul Serusier pasa el verano de 1888 frecuentando a Guaguin en Pont-Aven y toma nota sobre la relevancia que puede tener el color para crear una nueva estética. Al regresar muestra a sus colegas esta obra, los cuales quedan extasiados. Nace el grupo de los Nabis que se fundamenta en la independencia del color de la realidad física, en sus valores emocionales y en la experimentación con la (casi) abstracción. ¿Cómo ve usted los árboles? Amarillos. Pues ponga amarillo. Eso fue lo que, según Serusier, le dijo Gauguin y que, como vemos, cambió para siempre el rumbo del arte pictórico.
El Cristo verde (Maurice Denis, 1890)
Llevando las teorías estéticas de los Nabis a un nuevo nivel, pintores como Maurice Denis recrean su mundo interior y la naturaleza desde una nueva perspectiva que tiene ya poco de impresionista: “Creo que el arte debe santificar la naturaleza; creo que la visión sin el Espíritu es vana; y es la misión del esteta: honrar la belleza del mundo, representándola a través de iconos perdurables”.
El origen del mundo (Courbet, 1866)
Nos sentimos muy por encima de los convencionalismos del pasado, pero obras como esta, una de las más buscadas del Orsay, siguen despertando controversia. “La descripción casi anatómica de un sexo femenino no está matizada por ninguna artimaña histórica o literaria”. No hay mito ni idealización: es una vagina que, 160 años después de su ejecución, sigue turbando las miradas de los visitantes que acuden a este imprescindible templo artístico parisino.
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