Uno de los castillos más famosos del mundo, Tesoro Nacional de Japón y Patrimonio Mundial por la Unesco vendido por 23 yenes (unos 2.000 euros de la actualidad) en 1869. ¿Te lo imaginas?
Y es que la historia del castillo de Himeji está plagada de curiosos avatares desde su origen en el siglo XIV hasta la actualidad, convertido en uno de los símbolos turísticos de Japón.
Himeji, el castillo blanco más famoso del mundo
Para los que comenzamos a fascinarnos por la cultura japonesa a través del cine, nuestro primer "contacto" con los castillos fue a través de películas de Kurosawa como Ran o Kagemusha. Y en ambas aparece el castillo de Himeji.
Y es que hay muchos castillos en el mundo... y nosotros sabemos mucho de esta clase de construcciones. Pero no hay nada igual al castillo de Himeji, por arquitectura, historia, conservación y simbolismo.
Y lo primero que llama la atención de esta construcción es su blanco rutilante combinado con el gris oscuro de sus tejas: es precisamente una de las razones de su buena conservación, el yeso blanco ignífugo que, junto los aleros girados hacia arriba, derivan en el sobrenombre del edificio: "el castillo de la garza blanca", un castillo alado a punto de echar a volar.
El laberinto imposible de Himeji
Y el segundo aspecto que llama la atención a los visitantes, especialmente si comparamos esta estructura con las occidentales, es su carácter laberíntico que define, justamente, su principal función: defenderse de los intrusos.
Fue en 1333 cuando se construye un templo budista en el monte Himeyama que fue la base de la fortaleza edificada pocos años más tarde. El clan Akamatsu fue el primer propietario del castillo que fue ampliándose durante décadas hasta su última gran reforma de 1609, ordenada por el por entonces shogun (gobernante) del Japón Occidental.
Fue entonces cuando se completó buena parte del laberinto defensivo que podemos recorrer actualmente que provocó que "nunca nadie haya intentado invadir este castillo", como dice la leyenda.
Solo hay que observar algunas de las ilustraciones clásicas del castillo de Himeji para comprobar que no es fácil, ni siquiera con el plano en la mano, alcanzar el corazón del castillo, la última de las seis plantas del tenshu o torre principal.
Y es que, a diferencia de nuestros castillos, que confiaban su defensa en una o varias murallas, los japoneses añadían a esa estructura de varios niveles de murallas, un complejo de puertas y muros muy intrincados que tenían por objetivo dificultar el acceso a la torre principal.
De hecho, el camino principal del castillo, como si tratase de una broma pesada, comienza ancho y claro, para ir estrechándose a medida que se avanza. Y buena parte de las puertas originales que daban paso de una estructura a otra son angostas, de forma que solo cabe una persona a la vez: ¡cómo para meter a un ejército por aquí!
En su día se llegaron a contabilizar 84 puertas y tres fosos, aunque en la actualidad solo se conservan 21 y un foso.
Y, por supuesto, no faltaban las puertas falsas que conducían a sitios sin salida: no cabe duda de que los arquitectos del complejo lo pasaron pipa diseñándolo.
A su vez, todo el recinto está plagado de sama, agujeros de las murallas que servían para disparar flechas, piedras o agua hirviendo, al estilo de nuestras aspilleras.
Buscando el corazón del castillo
Los invasores modernos del castillo son los miles de turistas que acuden cada día a visitar uno de los emblemas arquitectónicos del país. Y aunque ahora ya no se intenta despistar al intruso, muchos visitantes no encuentran el camino ni con el mapa en la mano.
Así que tras cruzar el puente Sakuramon y la puerta Otemon, que son dos reconstrucciones modernas, y pasar ante la explanada Sannomaru que funcionó originalmente como la tercera muralla defensiva, cruzamos la puerta Hishi no mon, en el lado norte del Sannomaru.
Después llega el foso Sangoku-bori y la triada de puertas que nos acerca al tenshu: I no mon, Ro no mon y Ha no mon. Y ya, por fin, podremos ascender por las escaleras de la torre principal del castillo.
Un prodigio de detallismo decorativo
Pero, dejando al margen el carácter laberíntico del castillo de Himeji y su legendario tono blanco y gris, lo que más llama la atención del exterior del castillo es la delicadeza con la que se tratan lo más mínimos detalles decorativos, algo muy común en la cultura japonesa.
Son, por ejemplo, las impresionantes esculturas de shachihoko de los tejados, una serie de imágenes de animales fantásticos que se colocaban en los edificios para protegerlos del fuego, el gran temor de sus habitantes junto a los intrusos.
Y los propios tejados coronados por las denominadas tejas onigawara que se colocaban en el extremo de los aleros y que podían ir decorados con los temibles rostros de los ogros japoneses, los oni.
Tal vez después de tanto pasadizo y puerta, de tanta atención al detalle en la decoración, el interior resulte algo frío porque está vacío de mobiliario y exposiciones que, tras la larga restauración del castillo que se llevó a cabo hace una década, se llevaron a los jardines Nishinomaru, al oeste del castillo.
Pero, de cualquier manera, la subida a la torre principal (en compañía de otros muchos turistas, eso sí) es la guinda de esta visita a uno de los emblemas culturales de Japón, un castillo que, cualquier día, hace honor a su nombre y echa a volar convertido en estrella celeste, como en las películas de Miyazaki.
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