El modernismo es el estilo artístico más representativo de la Cataluña contemporánea. Aunque emparentado con otros modernismos europeos como el francés, el catalán adquiere personalidad propia gracias a la coexistencia de diversos artistas de prestigio y una situación sociopolítica que terminó ensalzando el modernismo como un estilo nacional. Tarragona también se sumó a esta corriente artística con numerosas obras que hoy recordamos: es la seducción modernista de Tarragona.
El Teatro Metropol, la Casa Salas, el Balcón del Mediterráneo… y Gaudí, Tarragona ofrece una exquisita ruta modernista que, a menudo, ha pasado desapercibida. Pero las 55 referencias —entre ellas, 31 edificios— de este recorrido que propone el Patronato Municipal de Turismo de Tarragona son suficientemente atractivas para darles una oportunidad y comprender más profundamente la trascendencia del modernismo en toda la región.
El modernismo: un estilo cosmopolita y burgués
En la segunda mitad de siglo XIX en Cataluña comienza a reivindicarse la cultura autóctona haciendo especial hincapié en la lengua catalana. Alentado por las corrientes filosóficas y culturales derivadas del Romanticismo y por los nacionalismos europeos que tanto éxito tuvieron en Alemania o Italia, Cataluña desarrolla su Renaixença, un movimiento literario con amplias resonancias políticas que destacará en el panorama cultural especialmente en los núcleos urbanos con gran pujanza de la nueva clase dominante: la burguesía.
Sin Renaixença no hubiese existido un modernismo de tanto recorrido. Podríamos decir que el Renacimiento catalán abonó el terreno para el triunfo modernista, pese a que, en origen, los modernistas también quisieron romper, al menos parcialmente, con las corrientes artísticas derivadas de la Renaixença.
Cuando en 1881 se funda la revista L’Avens, poetas como Joan Maragall y pintores como Santiago Rusiñol o Ramón Casas, posteriormente líderes del movimiento en sus respectivos campos, definen los primeros rasgos del modernismo: un estilo altivo y sensual, cosmopolita y nacionalista. Un estilo nuevo, en suma —en Francia fue conocido como Art Nouveau— que debía romper con la tradición, incluso con la tradición catalana más conservadora. Definitivamente, la Cataluña urbana mira a París, que se convierte en su referencia cultural, algo que, de alguna manera, se ha seguido manteniendo desde entonces.
De Gaudí al Mediterráneo
En este contexto cultural e ideológico, Tarragona se suma al modernismo que terminaría por caracterizar buena parte de su trazado urbano. Y debemos comenzar esta ruta en el Santuario de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Es en este templo donde Antoni Gaudí ejecuta un manifestador y un altar (1879-1880) dejando su inconfundible sello. Pese a que el genio de Gaudí rebasa cualquier etiqueta, es cierto que el artista de Reus fue decisivo para la consolidación del modernismo como estilo plenamente catalán. Y esta es su ópera prima.
El manifestador o sagrario de madera sobredorada apoyada en columna marmórea —se trata de una réplica del original perdido en la Guerra Civil— y el altar con la mesa y el antipendio de tres nichos cuadrados que alojan bustos angélicos enmarcados por columnas sorprenden por su delicadeza. La combinación de blancos y dorados anuncian ese tono refinado que será habitual en el modernismo. La propia iglesia también es una construcción interesante de estilo neogótico en la que pudo intervenir el propio Gaudí, aunque no está documentado.
Para el visitante, esta iglesia es el kilómetro 0 de la ruta modernista por la ciudad de Tarragona. Cerca de ella se encuentra el Matadero, edificio proyectado por Josep Maria Pujol i de Barberà, el gran arquitecto del modernismo en Tarragona. La obra se finalizó en 1901 y es una buena muestra del otro modernismo: un estilo que también podía aplicarse a edificios civiles en los que la vertiente práctica era más decisiva que la estética. Pese a ello, se puede apreciar como el ladrillo embellece y separa las ventanas de remates triangulares del primer piso, algunas soluciones que también nos recuerdan al Matadero de Madrid, edificado años más tarde.
Nos trasladamos a la Rambla Nova para degustar uno los edificios cimeros del modernismo tarraconense: el Teatro Metropol de Josep Maria Jujol. Es la otra cara del modernismo, tal vez la más representativa: el modernismo sensual, simbólico, refinado e imaginativo. Jujol asemejó el interior de este teatro a un barco con decoraciones de peces y quillas y pasamanos que son agujas de tejer redes.
Un teatro, en suma, que rompe con la tradición arquitectónica más conservadora: la arquitectura, comúnmente más apegada a la tradición y menos personal que las artes plásticas, también podía romper con las normas establecidas, también podía ser imaginativa y autoral.
A un paso del Teatro Metropol encontramos dos muestras de otra vertiente fundamental del modernismo que tendría un largo recorrido y que, a la postre, sería clave en el reconocimiento popular de este estilo: la arquitectura residencial. La Casa Bofarull de Josep Maria Pujol i de Barberà en la que destaca la decoración de finas fajas verticales que cuelgan de círculos además de las clásicas barandillas de hierro fundido, un elemento que también caracterizaría al modernismo arquitectónico residencial.
Este elemento es el principal reclamo de la Casa Salas, uno de los edificios más representativos del modernismo de Tarragona. Ramon Salas i Ricomà fue el responsable de dotar a este edificio de sillares almohadillados de gran volumen de aroma plateresco combinándolo con barandillas de hierro forjado y una barroquizante decoración neogótica. La tribuna en chaflán es una de las joyas del modernismo de la ciudad.
En nuestra ruta tampoco debe faltar una visita al Mercado Central, también diseñado por Pujol i de Barberà, el cerebro del modernismo arquitectónico de Tarragona. Es interesante comprobar como este estilo también sabía adaptarse a criterios prácticos más exigentes sin perder su personalidad. Un mercado debe ser amplio y luminoso, y el arquitecto catalán acudió a las columnas de hierro colado para eliminar muros y ganar espacio. La plástica modernista destaca en los detalles como en las molduras exteriores que recuerdan al mercado de la Karlsplatz de Otto Wagner, figura clave de la Secesión Vienesa, el modernismo austriaco.
Y no podíamos terminar esta ruta modernista por Tarragona en otro lugar que no fuera el mar. Al final de la Rambla Nova nos encontramos con el Balcón del Mediterráneo, cuya barandilla fue diseñada por Ramon Salas i Ricoma en 1889. Cumplimos con la tradición local de pasear por la Rambla en dirección al mar y tocar ferro, que dicen que trae suerte… Que así sea, no nos vendrá mal.
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