Del desaparecido Alcázar al Palacio del Buen Retiro, una ruta que atraviesa de oeste a este el centro de Madrid conociendo varios de los edificios, calles y rincones que definen el Madrid de los Habsburgo, la dinastía que gobernó España durante casi 200 años, desde que Carlos I fuera nombrado emperador en 1517 y hasta que Carlos II muriera en 1700 sin descendencia lo que abriría la puerta a los Borbones tras la correspondiente guerra por la sucesión al trono.
Son dos siglos de historia que marcan el devenir del urbanismo madrileño, desde una humilde localidad medieval más en la que apenas vivían 20.000 personas hasta una capital con más de 100.000 habitantes a principios del XVIII que se llenó de hitos representativos del carácter de los Habsburgo y de su corte: edificios públicos, palacios, iglesias y plazas que definen el Madrid de los Austrias.
Un recorrido por el Madrid de los Habsburgo
Nuestra ruta empieza en el Palacio Real de Madrid que no tiene nada de Habsburgo porque fue erigido por sus sucesores, los Borbones. Pero aquí hubo otro edificio hasta la Nochebuena de 1734, cuando un catastrófico incendio acabó con él: era el Alcázar de Madrid, el primer palacio real cuyo origen fue una fortaleza musulmana de mediados del siglo IX, cuando Madrid era Maŷrit, un sencillo asentamiento defensivo y estratégico entre las dos mesetas peninsulares.
Tras ser modificado por la dinastía de los Trastámara desde que Madrid cayera bajo dominio cristiano a finales del XI, llegaron los Habsburgo de la mano del emperador que, en vez de derruir la fortaleza medieval, prefirió no romper con la tradición y optar por nuevas modificaciones que se completarían con las intervenciones de Felipe II y los Austrias Menores.
Pero pese a desaparecer ya en tiempos de los Borbones, que lo detestaban —hay quien dice que fue un incendio provocado para construir uno nuevo—, su estructura y estética influyó notablemente en el gusto arquitectónico del siglo XVI y XVII definiendo algunas de sus características, como el uso del ladrillo, las torres rematadas en chapitel de pizarra de cuño flamenco y la influencia del estilo herreriano que se instauró en el Escorial: severidad, sacralidad y contención decorativa.
Tras imaginar desde la Plaza de Oriente cómo debió ser este edificio de aire escurialense, mucho menos pomposo y clásico que el actual, observar la estatua de Felipe IV (el penúltimo Habsburgo) de Pietro Tacca —que requirió hasta consejos de Galileo Galilei por la compleja posición del caballo en corveta—, tomamos la calle Lepanto para acercarnos a la Plaza de Ramales que durante el XVI y el XVII fue la preferida de la corte y la nobleza para levantar sus palacios, a la vera del rey.
Aquí se encuentran los restos de la iglesia de San Juan Bautista, una de las más antiguas de Madrid, siendo parroquia de palacio hasta 1639, siendo derribada por José Bonaparte en 1811 para construir la actual plaza.
La construcción más antigua de Madrid
Un poco más adelante se ubica la iglesia San Nicolás de los Servitas, cerca de la Plaza del Biombo, una zona que nos recuerda ese Madrid postmedieval de calles estrechas y zigzagueantes fruto de un crecimiento orgánico y no planificado, aquella ciudad insalubre, sucia y peligrosa: era la Madrid del “agua va” que no tenía alcantarillado y que dejaba patidifusos a los viajeros de otros puntos de Europa…
San Nicolás era una de las diez ermitas que ya existía a principios del XIII en la Madrid medieval. Su torre mudéjar terminada en chapitel añadido posteriormente es, según los historiadores, la construcción más antigua que se conserva en Madrid, así que bien merece la visita.
Ya en la calle Mayor se encuentra el Palacio del Duque de Uceda, actual Capitanía General y Consejo de Estado, edificio atribuido a Francisco de Mora, participando su sobrino Juan Gómez de Mora, este último principal figura de la arquitectura madrileña durante el reinado de Felipe III, siendo maestro mayor del propio Alcázar, en el que se inspiraría para construir este palacio que perdería sus torres esquineras en el XVII tras otro incendio.
Tras pasar por el Huerto de las Monjas, un jardín que pertenecía al Convento de la Encarnación y que permanece hoy semioculto a pesar de su antigüedad, podemos desviarnos hacia el sur hacia la iglesia de San Pedro el Viejo, una de las iglesias más antiguas de Madrid, citada ya en el Fuero de 1202, como la de San Nicolás: aquí fue jurada Juana la Beltraneja como heredera del reino, destronada después por Isabel la Católica.
Plaza de la Villa
Y llegamos ya a la Plaza de la Villa, el icono urbanístico más característico (y coqueto) del Madrid de los Habsburgo. La Casa de la Villa del XVII y la Casa y Torre de los Lujanes de finales del XV, uno de los edificios civiles más antiguos de Madrid, dominan esta plaza, un rincón apacible que contrasta con el bullicio de la vecina Puerta del Sol.
Originalmente, en este espacio estaba la iglesia de San Salvador, también presente en el Fuero de 1202, en una de cuyas estancias se celebraban las reuniones del Concejo de la Villa, de donde la plaza toma el nombre.
Con el reinado de Felipe II, las reuniones se trasladan a unas casas de la plaza hasta que en tiempo de Felipe III se encarga a Juan Gómez de Mora la construcción del Ayuntamiento, un edificio de estilo herreriano siguiendo la traición de la arquitectura de los Habsburgo: fachadas de ladrillo, granito y pizarra con torres angulares rematadas en chapitel. Nos suena, ¿no?
Pero el edificio más antiguo es la Casa de los Lujanes del XV, uno de los pocos palacios de esa época que aún se conservan en Madrid, modificado posteriormente, aunque manteniendo las trazas góticas de su portada principal, además de un arco de herradura en la portada de la calle del Codo. Cuentan que aquí fue encerrado durante un año Francisco I de Francia tras ser capturado en la batalla de Pavía de 1525.
En la plaza de la Villa también se encuentra la Casa Palacio de Cisneros, uno de los escasos palacios renacentistas conservados en la capital: fue edificado en la primera mitad del XVI, en tiempos de Carlos I.
En la vecina Plaza del Conde de Miranda hay que detenerse ante el convento de las monjas jerónimas del Corpus Christi, conocido popularmente como Carboneras, un edificio levantado a principios del XVII, en tiempo de Felipe III, diseñado por Miguel de Soria siendo considerado un buen exponente del primer barroco madrileño caracterizado por la sencillez y severidad.
Plaza Mayor
Y llegamos ya a la Plaza Mayor, epicentro del Madrid antiguo. Y es que no hay que olvidar que desde 1560 —con un breve traslado de la corte a Valladolid a principios del XVII—, Madrid se erige en capital del reino con lo que se inicia este proceso de remodelación constructiva que también modifica la conocida originalmente como plaza del Arrabal, donde se celebraba el principal mercado de la ciudad.
Felipe II encarga primero a Juan de Herrera la remodelación de la plaza que comienza con la construcción del primer edificio, la Casa de la Panadería, siendo Juan Gómez de Mora el que termina el proyecto 60 años más tarde.
No obstante, fue modificada en el XVIII por Juan de Villanueva quien rebajó la altura del caserío de cinco a tres alturas cerrado las esquinas con grandes arcadas de acceso que hoy marcan la fisionomía de una de las plazas mayores más célebres del mundo. A mediados del XIX se trasladó aquí la estatua ecuestre de Felipe III, también de Pietro Tacca como la de su padre que vimos antes.
Saliendo de la Plaza Mayor por su flanco sureste, por la calle de Gerona, alcanzamos la plaza de Santa Cruz y la plaza de la Provincia donde está el Palacio de Santa Cruz, un edificio creado bajo el reinado de Felipe IV y que, inicialmente, funcionó como cárcel, siendo actualmente sede del Ministerio de Exteriores: sigue el modelo que ya hemos visto en el palacio del Duque de Uceda, siendo también reconstruido por Juan de Villanueva a finales del XVIII.
Pasando la calle Mayor hacia el norte aún nos queda por ver la iglesia de San Ginés y el Convento de las Descalzas Reales. La primera es un edificio que podría tener su origen también en el XII, aunque fue a mediados del XVII, en tiempos de Felipe IV, cuando se reconstruye: su interior neoclásico se debe, también, a la restauración de Villanueva.
Por su parte, el convento de las Descalzas Reales es uno de los grandes hitos del Renacimiento madrileño, atribuido a Juan Bautista de Toledo, el arquitecto que dio las trazas del Escorial que fueron culminadas por su discípulo Juan de Herrera, un edificio sobrio por fuera y suntuoso por dentro que atesora pinturas murales, cuadros, belenes, relicarios y tapices, incluyendo obras de Tiziano, Rubens o Caravaggio.
Pasando la Puerta del Sol vamos saliendo del Madrid de los Habsburgo, aunque aún quedan tres visitas interesantes siguiendo el viejo Camino de Alcalá que nos conduce al Convento de las Calatravas en primer lugar, edificado en tiempos de Carlos II por Fray Lorenzo de San Nicolás, ejemplar del barroco cortesano madrileño caracterizado por la simplicidad volumétrica y decorativa de influencia escurialense, alterada posteriormente en el siglo XIX con motivos decorativos neorrenacentistas.
Y a cinco minutos al norte, la Casa de las Siete Chimeneas, en la Plaza del Rey, la casa encantada de Madrid que custodia varias de las historias más singulares de la capital, incluyendo muertes violentas, pecados capitales, motines políticos… y fantasmas, por supuesto.
Y la última parada en esta ruta por el Madrid de los Habsburgo es el Retiro, cuyo origen está en el Palacio del Buen Retiro construido por Alonso Carbonel por orden de Felipe IV como su segunda residencia y lugar de recreo en el entonces límite oriental de la ciudad de Madrid, mucho antes de que se convirtiese en el parque más emblemático del centro de la capital.
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