El chocolate es de esos alimentos capaces de arreglar un mal día, un amigo fiel siempre dispuesto a escuchar una confidencia, un placer sensual que tonifica cuerpo y mente. El chocolate es tantas cosas que a veces nos preguntamos quién pudo ser ese genio que empezó a mezclar cacao con azúcar para elaborar uno de los alimentos más seductores del mundo. Nos vamos a Bruselas, epicentro europeo de la cultura del chocolate, para descubrir esta dulce historia.
La dulce historia del chocolate belga
La historia del chocolate belga empieza, claro está, al otro lado del Atlántico, cuando los europeos conocen ese alimento de dioses que veneran muchos de los habitantes de la América precolombina. Los primeros cargamentos de cacao llegan a Europa a principios del XVI. Fue en el zaragozano Monasterio de Piedra donde se elaboró, según afirma la leyenda, uno de los primeros chocolates a la taza de Europa. Y así, como bebida, se difundió por el resto del continente.
Desembarcados los primeros sacos de cacao en Flandes a mediados del XVI, fue Gante la ciudad pionera en preparar tónicos medicinales tomando como base aquellos granos de aspecto poco prometedor, pero sabor único. No obstante, habría que esperar dos siglos para que Bélgica se erigiese en el principal impulsor de la industria moderna del chocolate.
En 1857, el farmacéutico metido a repostero Jean Neuhaus abre su primera tienda en Bruselas junto a su hijo Frederic. Neuhaus baña las medicinas en una fina capa de chocolate para enmascarar su sabor amargo: éxito inmediato, todo el mundo quiere medicarse con las delicatessen de la farmacia Neuhaus. Unas décadas más tarde, Jean Neuhaus Jr. sustituye el relleno medicinal por chocolate creando un bombón conocido como praliné. Es el año 1912, otra fecha clave en la historia del chocolate bruselense.
Llega así la edad de oro del chocolate belga: durante las siguientes dos décadas, la capital belga se erige en el centro de innovación mundial de la industria del chocolate abriéndose numerosas maisons que, con los años, se convertirían en emporios de fama mundial.
En 1915, Louise Agostini, esposa de Jean Neuhaus Jr. inventa el ballotin, la caja donde envasar los bombones: una forma de evitar que se apilaran unos sobre otros estropeándose rápidamente. Esta innovación fue fundamental para la comercialización y la fabricación en serie de grandes cantidades de bombones que, desde entonces, podían llegar a casi cualquier parte del mundo. Pocos años más tarde, Charles Callebaut instaura el transporte del chocolate líquido contribuyendo a esta comercialización.
¿Y qué hace tan especial al chocolate belga? La sofisticación en su proceso de producción: alto contenido en cacao, uso de manteca de cacao puro, una cuidadosa selección de granos y una presentación lujosa. Cada año, 200.000 toneladas de cacao entran en el puerto de Amberes para comercilizar unas 60.000 toneladas de chocolate en otros mercados: una industria clave para la economía belga… que se fraguó en una farmacia de Bruselas.
Una ruta del chocolate por la Bruselas más golosa
Qué mejor que empezar nuestra ruta del chocolate por Bruselas en la tienda que Neuhaus tiene en la Grand-Place de la capital belga, la plaza que durante la Navidad organiza uno de los mercados más populares de Europa. Los ‘inventores del chocolate belga’ también permanecen atentos a las últimas novedades del sector culinario colaborando con chefs que firman varias de los nuevos bombones Neuhaus.
A un paso de Neuhaus se encuentra una de las tiendas de otra leyenda del chocolate belga: Godiva. Creada en 1926 se ha terminado convirtiendo en la más internacional y lujosa de las firmas de chocolate bruselense abriendo su primera tienda en la Quinta Avenida de Nueva York ya en los años 70. Por cierto, si queremos probar algunas delicias Godiva un poco más asequibles nos podemos acercar a la Avenida de Jette donde se ubica un outlet de la firma ahora propiedad de la turca Yilzid. Sí, hasta las chocolaterías tienen outlets en Bruselas…
Al lado de la Grand-Place encontramos también Leonidas, otra de las históricas de Bruselas. Fundada por el griego Leonidas Kestekides en 1910, un siglo más tarde suma más de 1.300 tiendas repartidas por todo el mundo. Otras tiendas especializadas en chocolate de la Grand-Place menos renombradas pero muy queridas entre locales son Pierre Ledent, Jean Galler o Bruyerre. Esta última fue fundada en 1909 siendo muy famosa por el relleno de sus pralinés de estilo casero.
De la Grand-Place nos vamos a las Galerías Reales Saint Hubert, donde encontramos aquella primera ‘farmacia dulce’ que abrió Neuhaus en 1857. En estas preciosas galerías comerciales, unas de las más famosas de Europa, también podemos visitar Corné Port-Royal, abierta en 1932 y dedicada desde entonces a desarrollar el arte del praliné belga. Y Mary Chocolatier, desde 1919 en Bruselas, recibiendo en 1942 el honor de convertirse en proveedor oficial de la Casa Real Belga.
Y de las Galerías Reales nos vamos un poco más al sur, al distrito Sablon, donde todavía nos quedan por conocer algunas de las chocolaterías más famosas de toda Bélgica. Entre ellas Pierre Marcolini, uno de los grandes innovadores de la repostería mundial de las últimas décadas. Reconocido en 1995 como mejor chef repostero del mundo en un certamen celebrado en Lyon, se ha erigido en un chef mediático con apariciones en programas de televisión asociándose incluso con el imperio Nestlé. En Sablon también destacan la Casa Wittamer fundada en 1910 y Passion Chocolat, una bombonería con más de 80 variedades de praliné.
¿Sobredosis chocolatera? Pues espera un poco, que no hemos terminado aún. Si tu pasión por este manjar de dioses no conoce límites tal vez quieras marcarte un ‘do it yourself’ en uno de los talleres chocolateros que abundan por la ciudad para conocer desde dentro el proceso de elaboración de este manjar. Todos los sábados y domingos podemos acercarnos a la Rue du Lombard para hacer un taller en Planète Chocolat.
Y si quieres profundizar en la historia del chocolate belga pásate por la Belgian Chocolate Village que con sus 900 metros cuadrados es uno de los museos más grandes del mundo dedicados a esta delicatessen. Además de talleres, los visitantes pueden asistir a catas donde se prueban los últimos experimentos de la industria repostera bruselense. Y para historia la del Choco-Story, un museo situado a un paso de la Grand-Place que nos ofrece un recorrido por los grandes momentos de este dulce idilio que han mantenido Bruselas y el chocolate desde mediados del XIX.
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