Deterioro medioambiental, malas condiciones para los trabajadores del sector, estacionalidad, masificación, pérdida de identidad de las comunidades locales, desigualdad, conflictividad social, saqueo de los recursos, instagramización, turismofobia, gentrificación… Y no acabaríamos nunca: los efectos perniciosos de la peor cara del turismo son incontables. Entonces, cabe preguntarse: ¿otro turismo es posible?
La respuesta a esta fundamental pregunta puede ser (y debe ser) el turismo social, porque la relevancia de este sector a nivel económico es tal que sería una hecatombe anularlo, especialmente en determinados países como España. Por eso debemos lograr un cambio paulatino pero radical en el sector turístico: es la revolución del turismo social.
¿Qué es el turismo social?
El doctor en Ciencias Económicas de la Universidad de Málaga Daniel Muñiz Aguilar dedica varias páginas de su tesis La política de turismo social a la definición de este concepto. Y es que un término tan polisémico como “social” añadido a turismo (que ya de por sí es amplio) ofrece diversas significaciones que complican su comprensión.
Pero, para empezar a entendernos, podríamos citar la definición del profesor Enrique Torres Bernier en el prólogo de dicha tesis: “el turismo social es la negación del ocio como consumo de lujo destinado a una casta privilegiada para pasar a ser un derecho del ciudadano”. Y es que el acceso al ocio turístico está condicionado a la existencia del tiempo libre y capacidad económica que permita hacer frente a los gastos de viaje, entre otros.
Lo que primero fue “turismo de masas” y después “turismo popular” o “turismo para todos”, acabó por denominarse turismo social entendido, según Muñiz Aguilar como: “El conjunto de actividades que genera una demanda turística caracterizada esencialmente por sus escasos recursos económicos, de manera que el acceso al ocio turístico puede producirse sólo mediante la intervención de unos agentes operadores que actúan tratando de maximizar el beneficio colectivo”.
Origen y desarrollo del turismo social
La generalización del turismo como viaje “de placer” en el que el motivo principal del mismo no es el ejercicio de una actividad remunerada y la estancia en el lugar de destino no es muy prolongada, tiene lugar en el siglo XIX cuando una élite europea comienza a viajar primero por el continente por una motivación cultural, intelectual y de esparcimiento.
Son interesantes estos matices porque diferencian al “viajero” en sentido amplio —aquel que se mueve a un lugar diferente de donde vive habitualmente— del “turista” que, actualmente, por desgracia, se ha convertido en un adjetivo peyorativo del viajero por considerarse responsable de todo lo mencionado al inicio del artículo. Por eso ninguno quiere ser “turista”… aunque lo sea.
Tras la consolidación del turismo como experiencia exclusiva de la élite socioeconómica, la popularización del turismo masivo es posible gracias al desarrollo industrial y a la conquista de crecientes parcelas de ocio por las clases populares: son las vacaciones remuneradas y la intervención de iniciativas privadas, sindicales e instituciones públicas las que amplían el turismo a las clases menos desfavorecidas, surgiendo el turismo social.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 sintetiza el turismo social al señalar en su artículo 24 que toda persona tiene derecho al descanso y al ocio incluida la limitación razonable de las horas de trabajo y las vacaciones periódicas pagadas”.
Quince años más tarde se funda en Bruselas la Oficina de Turismo Social (BITS, ahora ISTO) que será la principal impulsora institucional hasta nuestros días de las iniciativas en materia de turismo social. La Carta de Viena de 1972 sintetiza las primeras ideas de BITS planteando la necesidad de encontrar un nuevo sentido a la práctica turística proponiendo fórmulas para lograr un turismo para todos mediante la acción conjunta de los Estados y los colectivos.
Finalmente, ISTO se terminará integrando como miembro de la OMT, Organización Mundial del Turismo, que se funda en 1976 como agencia especializada de la ONU.
Los colectivos beneficiados del turismo social
El fundamento del turismo social es favorecer las actividades turísticas de los colectivos desfavorecidos que, por sus circunstancias personales —bajos niveles de ingresos, problemas de salud, discapacidad, edad— tienen dificultades para poder costearse los viajes y/o para disfrutar de la oferta turística diseñado para el público en general.
- Familias. A medida que aumenta el número de miembros de una familia, aumenta el coste, aumentan las restricciones para viajar. En este sentido, los poderes públicos deben resistirse a tratar el turismo social como un “gueto restringido” a determinadas categorías socioprofesionales o asociaciones, como cita J.P. Nöel en la tesis de Muñiz Aguilar.
- Jóvenes. Por razones obvias tienen más dificultades para viajar, pero abundan las iniciativas actualmente para favorecerlo en materia de transporte o alojamiento: el interrail o los albergues juveniles serían dos buenos ejemplos.
- Tercera Edad. Siempre en busca de un eufemismo que evite llamar a las cosas por su nombre, ahora se está popularizando el término turismo sénior. Sea como fuere, aquí encontramos el IMSERSO como organización de referencia en España, creada en 1976 y formando por parte de ISTO Europa.
- Personas con discapacidad. La OMS cifró en más de mil millones de personas afectadas por algún tipo de discapacidad lo que representa un 15% de la población mundial. Por lo tanto, un segmento clave del turismo social: cuatro millones de personas en España.
Criterios para la sostenibilidad social del turismo
El turismo social se asocia de forma cada vez más necesaria con los criterios de sostenibilidad socioeconómica a nivel general tal y como señala la ISTO: las partes interesadas tienen en cuenta los aspectos sociales de la actividad turística para las personas que viven en los lugares visitados, los trabajadores del sector y los propios visitantes, con vistas a garantizar su continuidad a largo plazo. En este sentido, la ISTO concreta cinco criterios para lograr la sostenibilidad social del turismo:
- Poblaciones residentes, incluyendo el respeto por las actividades económicas, sociales y culturales locales, siendo el turismo una actividad que debe contribuir a la calidad de vida de la población, y no a deteriorarla.
- Trabajadores del sector turístico, abogando por acabar con la precariedad de este sector, tan habitual aún en nuestros días a nivel mundial.
- Visitantes, fomentado el encuentro e intercambio cultural con la población local, y el acceso a información y conocimiento sobre la cultura local.
- Sector privado que debe comprometerse con una política de responsabilidad social y relaciones equilibradas entre todos los agentes de la industria turística.
- Autoridades públicas como gestores principales de las políticas de turismo social sirviendo como nexo entre los diferentes agentes turísticos.
La revolución del turismo social
Todos los agentes implicados han sido responsables, en mayor o menor medida, de potenciar la vertiente más destructiva del turismo. Y todos son conscientes, a estas alturas, de que el turismo debe realizar profundas transformaciones. ¿Es el turismo social la respuesta a este mayúsculo reto de futuro?
Debo serlo si no queremos que el turismo vuelva al siglo XIX, a ser un gueto restringido para una élite que se pueda costear los cuantiosos gastos que conlleva un viaje. Los escépticos miran el panorama con pesimismo por la subida de precios generalizada de cualquier actividad turística, desde el transporte al alojamiento y ya hablan de un retroceso inevitable que transforme el “turismo para todos” en el “turismo para los de siempre”.
Pero el turismo social puede ser la respuesta para contener esta tendencia exclusivista que, como en casi cualquier sector económico, se inspira en una realidad comercial cada vez más evidente: el lujo es rentable.
Para que el turismo social tenga desarrollo más allá de las buenas intenciones se precisa un acuerdo entre todos los agentes turísticos que, en la práctica, no es fácil dado el sistema económico en el que nos movemos y que pivota sobre la misma idea: la rentabilidad, la plusvalía.
De cualquier forma, los beneficios del turismo social también son evidentes, más allá de las dudas sobre su rentabilidad puramente económica, especialmente para la industria: accesibilidad, impacto positivo en la calidad de vida de comunidades locales y turistas, integración social, promoción de la diversidad cultural, sostenibilidad, respeto del medio ambiente, desestacionalización…
Es decir, cambiar la cara al turismo, de forma que, en un futuro, nos dejemos de avergonzar por ser “turistas” porque, no olvidemos, el turismo (el viaje sin fines lucrativos ni por razones de supervivencia) es un derecho del ciudadano, algo más que una forma de ocio, de gastar dinero o de sacar fotos a cosas que no comprendemos: una parte esencial del conocimiento y el desarrollo intelectual del ser humano, o como señaló la Carta de Viena, una afirmación de la libertad del individuo
El turismo social debe aspirar a que ese conocimiento y desarrollo intelectual no vuelva a ser privilegio exclusivo de la élite socioeconómica, que no solo la casta pueda afirmar su libertad.
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