¿Quién le iba a decir a los arlesiéns que aquel loco del pelo rojo que llegó un espantoso día de febrero de 1888 al pueblo se iba a convertir en su principal reclamo turístico? Más de 130 años después de que Vincent van Gogh llegará a Arlés, nos desplazamos a esta bella localidad de la Provenza francesa para recordar el espíritu del pintor neerlandés y descubrir otros de los muchos atractivos de la zona.
No cabe duda de que una de las razones por las que Van Gogh se ha erigido en uno de los pintores más famosos de la historia del arte es gracias a la correspondencia que mantuvo con su hermano Theo y que nos ha servido para conocer cientos de detalles sobre su vida, su personalidad y, por supuesto, sobre su arte. Tal vez sin esas cartas, Van Gogh no sería Van Gogh… pero eso es otra historia. Cuenta el pintor en una de sus misivas que cuando llegó a Arlés había caído “una nevada de 60 centímetros”…
Era febrero de 1888 y Van Gogh llegaba a Arlés con el objetivo de progresar en su arte. ¡Y vaya si lo logró! Pintó nada menos que 300 cuadros en los 15 meses que permaneció en la ciudad del sur de Francia, algunos de los cuáles son hoy reconocidos como obras maestras de fama mundial. ¿Y qué tenía Arlés que tanto sedujo el indómito espíritu del pintor neerlandés? La luz, fue la luz del sur, el reflejo del sol en las aguas del Ródano, la reverberación en las callejuelas arlesianas. “Me centro en el sol y en la luz del sol”, escribió el genio.
130 años después, la luz de Arlés no ha cambiado. Las calles de la ciudad siguen latiendo de vida y el viajero comprende sin mucho esfuerzo porqué Van Gogh se sintió tan profundamente creativo en los primeros meses de su llegada al pueblo. El artista neerlandés lo pintó todo: las calles, los cafés, las casas, los edificios, los puentes, el río, el campo… El color amarillo terminó siendo una obsesión para Van Gogh: siempre era el color que se le agotaba primero y siempre era el color que encabezaba el encargo a su hermano Theo.
Amarilla era la Casa Amarilla, aquella en la que se alojó un tiempo en Arlés y y donde pudo “verdaderamente vivir, respirar, reflexionar y pintar”. Amarillo era el Puente de Langlois —ahora rebautizado como Puente Van Gogh—, y amarillos eran los campos… y los girasoles. Y mientras nos apoyamos en la barandilla del muelle en la orilla este del Ródano sentimos una cierta melancolía: no vemos lo que vio el pintor.
Por más que entornemos los ojos, por más que busquemos uno u otro encuadre, la Noche Estrellada sobre el Ródano no es lo misma in situ que en el famosísimo cuadro que exhibe el Museo de Orsay en París. Pero esa es la virtud esencial del arte: alumbrar el misterio que se esconde tras lo ordinario.
Ese misterio se desvanece cuando llegamos al Café La Nuit, uno de los puntos focales de Arlés, siempre atestado de turistas que buscan clavar el enfoque del famoso cuadro mientras se toman una copa en honor del pintor. Porque Van Gogh también quiso atrapar el destello de la vida (y de la muerte) en los cafés y los burdeles arlesianos. Una vez que su amigo Gauguin —que se había instalado con él en la Casa Amarilla— se muda tras el famoso corte de oreja, el pintor empieza a aumentar sus excesos y pierde el control. No mucho más tarde Van Gogh abandona Arlés. Pero Arlés nunca abandonará a Van Gogh.
La otra Arlés: del esplendor romano a la arquitectura de vanguardia
Son muchos los viajeros que llegan a Arlés atraídos por la figura del pintor que se sorprenden ante la gran cantidad de atractivos de la ciudad al margen del Circuito Van Gogh. Arlés es una localidad con una interesante herencia clásica que podemos disfrutar en su imponente anfiteatro.
Llegó a ser una de las ciudades favoritas del emperador Constantino el Grande que edificó numerosas construcciones para su solaz y el de las tropas romanas que tenían en Arlés uno de sus principales cuarteles generales. Incluso llegó a ser capital del Imperio de Occidente a principios del siglo V d.C. … no mucho antes de su derrumbe.
Durante el Medievo, la localidad de la Provenza también mantuvo buena parte de su pujanza manteniendo algunos vestigios de enorme belleza como la iglesia de San Trófimo erigida en el siglo XII y que es un valioso testimonio del Románico y el Gótico francés, con su portada románica y su hermoso claustro como partes más destacables.
Y es que Arlés tiene hasta 11 monumentos en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco. Pero, además, la localidad francesa quiere mirar al futuro, más allá de su herencia clásica, y apostó recientemente por el archistar Frank Gehry —autor, entre otros muchos edificios, del Guggenheim de Bilbao— para la Torre Luma, un proyecto en la línea habitual del arquitecto canadiense en cuanto al uso del aluminio y los reflejos metálicos pero que, en esta ocasión, se ha inspirado en un artista para pulir su estética. ¿Adivináis cuál? Gehry dice haberse basado en la Noche Estrellada buscando generar destellos de luz tal y como hizo el genio en su obra. Van Gogh, siempre Van Gogh.
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