Existieron diversas órdenes militares medievales, desde la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén a los Caballeros Hospitalarios, de la portuguesa Orden de Avis, a la castellana Orden de Calatrava, pero ninguna ha sido tan debatida y mitificada como la Orden de los Pobres Compañeros de Cristo del Templo de Salomón, más conocida como Orden del Templo o del Temple: los caballeros templarios.
A continuación, indagamos en el origen de esta orden, sus objetivos y reglas, cuáles eran sus funciones, por qué llegaron a ser tan relevantes y por qué terminaron siendo perseguidos. ¿Y 900 años después de su fundación, aún existen templarios? Pues sí, y al parecer son muy sofisticados.
El origen de los templarios
15 de julio del año 1099. El dirigente de la Primera cruzada Godofredo de Bouillón entra en Jerusalén. Después de más de cuatro siglos de dominio musulmán sobre la Ciudad Santa, Jerusalén vuelve a manos cristianas fundándose el Reino de Jerusalén cuya corona heredaría al año siguiente Balduino, hermano de Godofredo.
Tras la cruzada, muchos caballeros deciden quedarse en Oriente Próximo con el objetivo de defender los Santos Lugares y a los peregrinos cristianos que, en masa, comienzan a acudir a la zona tras la conquista. Entre ellos se encuentra Hugo de Payens y su grupo, un noble francés de Champaña que crea una hermandad que adoptó varios principios de las reglas monásticas viviendo juntos bajo un código de conducta.
El hecho de que Payens fuese pariente del conde de Champaña y probable pariente de Balduino llevó al rey a conceder derechos y privilegios a la hermandad, que se asentó en la mezquita de Al-Aqsa, ubicación del mítico Templo de Salomón. Ese fue el primer cuartel general de los templarios, y al que deben su nombre: Orden de los Caballeros del Templo de Salomón.
Las reglas de los templarios
Non Nobis Domine, Non Nobis Sed Nomini Tuo Da Gloriam. Fue Bernardo de Claraval el que “mostró el camino” a estos primeros templarios. Monje cisterciense titular de la abadía de Claraval y gran rival del filósofo Pedro Abelardo, Claraval es reconocido como ideólogo de los primeros templarios y de su primera regla, tomando como base esa frase latina: “No a nosotros, Señor, no a nosotros. Sino a Tu nombre sea dada la gloria”.
Si hasta el Concilio de Troyes de 1129 en el que la orden fue oficialmente admitida por el papa Honorio II los templarios vivían bajo la Regla de san Agustín, en dicho concilio se introduce la regla benedictina modificada por el propio Bernando de Claraval incluyendo normas como las siguientes: el celibato, comer carne un día sí y otro no, la obligación de vestir con manto blanco, la prohibición de los “placeres terrenales” como la cetrería de otros caballeros o de recibir cartas, aunque fueran de familiares.
Además, los caballeros templarios debían respetar unas normas estrictas en batalla, que no debían abandonar jamás bajo ninguna circunstancia, siempre que quedase un solo cristiano en pie en el campo de batalla. Pero la violencia innecesaria estaba prohibida.
Esta estricta normativa fue la principal responsable del aura que empezó a generarse en torno a estos caballeros que comenzaron a ser descritos como los más valerosos y honorables entre las diversas ordenes militares.
¿A qué se dedicaban los templarios?
Como “soldados de Dios”, los templarios no tenían ninguna autoridad por encima de ellos, salvo su dios… y el papa. Esta independencia fue el origen de los conflictos que llegarían en el futuro, cuando nobles, reyes y obispos empezaron a temer que el poder de esta orden perjudicase sus intereses.
Pero, antes de eso, los templarios dedicaron sus esfuerzos a proteger los Santos Lugares y los principales caminos de peregrinación cristiana, que había muchos. No olvidemos que por esta época ya se peregrinaba a Santiago de Compostela. Y en solo 50 años desde la aprobación de la regla, los templarios pasaron de ser un puñado de hombres en Jerusalén a una compleja organización transnacional que llegaba a Francia, Alemania, España o Portugal.
Pero, como cualquier otra organización, los templarios también necesitaban financiación para mantenerse operativos: necesitaban dinero para viajar, mantener los equipos, pernoctar y guerrear, por supuesto. En los primeros tiempos se nutrieron de considerables donaciones de cristianos que se adhirieron ideológicamente a sus objetivos: proteger la cristiandad frente a los infieles.
Además, estaban, por supuesto, los botines de guerra de todos esos infieles. Entre donaciones y botines, la pobreza de los templarios empezó a ser tan solo una denominación de la Orden, comprando diversas posesiones en buena parte de la Europa cristiana con lo que, en poco tiempo, se hicieron poseedores de un considerable patrimonio inmobiliario.
Y luego estaba la “banca templaria”. Los historiadores consideran a la Orden del Temple como los primeros banqueros de Europa: las casas templarias del continente y de Tierra Santa funcionaron como “letras de cambio” de forma que permitían transmitir sumas de dinero sin tener que moverlo físicamente, un gran avance financiero para la época que protagonizó la Orden.
Pero aquella banca, a diferencia de la actual cuyo objetivo es el que todos sabemos, no cobraba intereses, sino que usaba la cantidad recibida en prenda para invertir el dinero en la “defensa de Tierra Santa”. Con su fama de honestidad intachable, los templarios empezaron a manejar las fortunas de hombres como Juan sin Tierra o Felipe Augusto de Francia. Y a conceder préstamos que más tarde les supondrían algunos graves problemas y que avanzarían su final.
El final de los templarios
Casi dos siglos después de su fundación, la Orden del Temple empezó a ser discutida desde diferentes frentes, nobles, reyes y jerarcas religiosos, que desconfiaban de su independencia militar, su enorme patrimonio inmobiliario y red de tierras y sus reservas de dinero: eran como un estado independiente dentro de los países. Y eso no se podía tolerar.
A principios del siglo XIII se extendieron rumores sobre las actitudes heréticas de los miembros de la orden que incluían abjurar de Cristo y “pisotear, escupir y orinar sobre un crucifijo” como parte del proceso para unirse a la hermandad. Menos graves, pero más probables, eran las acusaciones acerca de que habían ido olvidando sus primitivos valores de honestidad, honorabilidad y valor.
O lo que es lo mismo: que ya pocos templarios recordaban sus propias reglas, aquellas que se habían inspirado en las ideas de Bernando de Claraval: fe, esperanza, caridad, justicia, prudencia, fortaleza y templanza.
En este contexto, el último gran maestre, Jacques de Molay, fue llamado para aceptar la fusión de todas las órdenes militares bajo un único poder, a lo que este se negó. Felipe IV de Francia, arruinado por aquel entonces, presionó al papa Clemente V para que iniciara un proceso contra los templarios. Las posesiones y el dinero de la orden eran razones más que suficientes para acabar con ellos. O tal vez el rey sí creyese los rumores sobre los templarios. Sea como fue, su suerte estaba echada.
El 18 de marzo de 1314, Jacques de Molay fue quemado vivo en una hoguera frente a la catedral de Notre Dame en París. El máximo representante de aquellos soldados de Dios moría acusado de infinidad de comportamientos y actitudes “poco cristianas”. Cuenta la leyenda que De Molay lanzó una maldición contra sus ejecutores en la misma hoguera, emplazándolos ante el tribunal de Dios en el plazo de un año: Clemente V, Felipe IV y el conspirador Guillaume de Nogaret no llegaron vivos a 1315.
Los templarios en la actualidad
El 25 de octubre de 2007, los responsables del Archivo Vaticano publicaron el documento Processus contra Templarios que recopila información sobre el Pergamino de Chinon demostrando, al parecer, que Clemente V no quería condenar a los templarios finalmente cediendo a las presiones de Felipe IV y siendo absueltos a posteriori por el propio papa.
No se demostraron las acusaciones de herejía, traición y sodomía que pesaban sobe ellos, siendo las confesiones conseguidas bajo tortura, algo más que habitual cuando se trata de “conseguir una confesión”. Así mismo, se concluyó que el proceso y martirio de templarios fue un “sacrificio” para evitar un cisma en la Iglesia católica y que la Orden nunca fue condenada, sino disuelta.
Este matiz es muy relevante ya que justifica la existencia actual de la Orden que ya desde 1932 comienza a reorganizarse, tras siglos operando, presuntamente, en la clandestinidad. En la actualidad, por ejemplo, existe la conocida como Orden del Temple (OSMTH) con “el estatus de organismo consultivo acreditado de Naciones Unidas y de la Agencia Europea Para Los Derechos Fundamentales” que mantiene misiones permanentes en Nueva York, Ginebra y Viena.
Entre sus objetivos, los templarios señalan “la promoción internacional de contactos interculturales e interreligiosos y redes mundiales para ayudar a construir puentes de hermandad entre naciones y culturas, así como buenas obras individuales realizadas por Caballeros y Damas anónimos”.
Y para ser templario en la actualidad, ¿qué hay que hacer?: “Nuestros estándares de membresía son deliberadamente muy altos. Nuestros compromisos financieros y de tiempo no son para todos, y nuestra dedicación a un mundo más solidario requiere expectativas significativas que no todos pueden cumplir. Pero para aquellos que califican, la Orden de los Caballeros Templarios de OSMTH ofrece una inigualable Orden Caballeresca de Clase Mundial con una red internacional de algunos de los profesionales más sofisticados e influyentes de más de 40 naciones diferentes.”
No sabemos hasta qué punto Bernardo de Claraval o Hugo de Payens estarían de acuerdo con tanto “compromiso financiero y sofisticación”, pero es evidente que ya no estamos en la Edad Media, esto es el siglo XXI y los soldados de Dios también deben evolucionar.
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