Lo más parecido a un héroe real en la Antigüedad fue Alejandro Magno. Porque todos hemos oído hablar de las hazañas de Aquiles, Hércules, Thor, Circe o Perseo, todos ellos, tal vez, inspirados en personajes reales, pero que han llegado a nosotros como figuras literarias que nutrieron la mitología de las civilizaciones de la Antigüedad.
Pero Alejandro Magno fue de carne y hueso, aunque por momentos se nos describa como una suerte de superhombre capaz de dominar medio mundo en apenas una década, correr tan rápido como los atletas olímpicos mientras resolvía acertijos imposibles en sus horas libres. Y, además, guapo.
De cualquier forma, las numerosas fuentes historiográficas que informan sobre el hijo de Filipo II no señalan nada “imposible”, aunque probablemente haya un punto de exageración. Pero si ya exageramos con los “héroes” de nuestro tiempo, cómo no iban a adorar los hagiógrafos clásicos al hombre más influyente de la historia del mundo antiguo occidental.
Tras los pasos de Alejandro Magno: de Grecia a la India
Alejandro III de Macedonia nace el 20 o 21 de julio del 356 a.C., hijo de la princesa de Epiro y el rey Filipo II de Macedonia, el cual asienta a este reino como una potencia en el Egeo, llegando a controlar la mayor parte del mundo griego, incluyendo algunas ciudades de Asia Menor de la órbita del Imperio persa.
Fueron justamente estas ciudades de Asia Menor las que serían uno de los motivos de la expansión del joven monarca una vez que accedió al trono debido a la muerte de su padre asesinado por uno de sus guardaespaldas.
A día de hoy, los historiadores siguen debatiendo sobre las causas de este magnicidio, pero la primera consecuencia fue la llegada al trono de su hijo Alejandro que supo mantenerse firme con apenas 20 años para controlar la incertidumbre que siempre se produce tras la muerte violenta de un soberano.
Alejandro y sus campañas en Grecia
Desde su Pella natal, Alejandro inicia sus planes expansivos que pasan, en primer lugar, por afianzar el control macedonio sobre la Hélade y su entorno, para lo que marcha sobre Tracia dirigiéndose después hacia el Danubio. A pesar de que no son las batallas más recordadas del monarca no fueron nada fáciles llegando a correr rumores de su muerte.
Pero no fue así, por supuesto, aún tenía mucho trabajo que hacer. Alejandro regresó hacia el sur y acampó durante siete días en las afueras de la mítica Tebas griega que se había rebelado contra los macedonios tras la muerte de Filipo aprovechando el vacío de poder.
Alejandro mostró en Tebas que, como buen héroe de la Antigüedad, también podía ser terrible en su furia: 6.000 tebanos murieron durante el asalto y hasta 30.000 fueron vendidos como esclavos. La ciudad quedó arrasada y solo se salvaron los templos y la casa del poeta Píndaro.
Alejandro en Egipto: la fundación de Alejandría
La presencia del monarca macedonio en Egipto es uno de sus episodios más formidables, mostrando que Alejandro también podía ser magnánimo con los vencidos, si estos se habían mostrado dignos en la batalla, según su criterio, por supuesto, o habían cedido el poder sin necesidad de guerrear, mucho más práctico para todos.
Pero es que, además, Alejandro fue recibido como libertador en este territorio, puesto que los sátrapas persas controlaban la provincia egipcia desde décadas atrás. El macedonio veneró a los dioses egipcios tal y como hacían los antiguos faraones, estrategia que le ganó el favor de buena parte de sus nuevos súbditos.
El rey macedonio marchó sobre Menfis y Luxor con éxito, llegando a principios del 331 a.C. al oeste del delta del Nilo para fundar una de las muchas ciudades que llevaron su nombre en el mundo antiguo, la más importante que ha llegado hasta nuestros días: Alejandría.
En aquel lugar, por entonces, solo había una aldea de pescadores y pastores, pero tras el paso del griego se convirtió en uno de los centros comerciales más relevantes del Mediterráneo y la capital del país en tiempo de la dinastía ptolemaica fundada justamente por Ptolomeo I Sóter, general alejandrino.
Para completar su periplo egipcio, Alejandro fue al oasis de Siwa, en el desierto occidental egipcio, donde se ubicaba un oráculo consagrado al dios Amón, pero vinculado con el oráculo griego de Zeus de Dodona, ya que se dice que ambos fueron fundados por dos palomas negras que partieron de la Tebaida egipcia.
Tras su paso por el oráculo, Alejandro convenció a todo el mundo de que aquel peligroso viaje de nueve jornadas al desierto había sido un éxito: el oráculo lo declaró hijo de Amón y, por tanto, la personificación de Zeus bajo el Olimpo.
Alejandro aplasta al Imperio persa
Pero el verdadero objetivo de Alejandro era el Imperio persa, los auténticos rivales por la hegemonía con Macedonia en aquella época. Y es que los persas habían infringido históricas derrotas a los griegos durante siglos, particularmente en las guerras médicas que tuvieron lugar en el siglo V a.C.
Ciro II y sus sucesores pusieron contra las cuerdas a los griegos especialmente cuando formaron una expedición para apoderarse de Grecia que estuvo cerca de triunfar. Pero, aunque la Grecia continental se salvó, ciudades como Mileto, Halicarnaso o Éfeso, en Asia Menor, habían caído bajo dominio persa durante décadas.
Alejandro Magno fue el encargado de “vengarse” siglo y medio más tarde con un poderoso ejército que infringió varias derrotas históricas, particularmente relevante en Issos cerca de la actual ciudad de Alejandreta o Iskanderun en turco, otra ciudad fundada por el monarca en su paseo triunfal hacia Oriente, previo control de Tiro, Damasco y la propia Egipto.
La odisea india de Alejandro
Pero la leyenda de Alejandro Magno estaría incompleta sin su gran hazaña, su particular odisea homérica en Oriente, cuando tras numerosas victorias, incluyendo el control sobre ciudades míticas como Susa, Babilonia, Persépolis o Samarcanda, decidió continuar hacia el río Indo.
¿Y por qué Alejandro quiso llegar tan lejos? “¿Por qué no?”, a buen seguro que se dijo el bueno de Alejandro ante el espejo mientras se afeitaba por la mañana. “Ya que hemos llegado hasta aquí, donde no ha llegado ningún otro monarca occidental, ¿por qué no seguir un poco más?
Como ese viajero que siempre mira el horizonte y no el suelo que pisa, Alejandro también fue picado por el misterio de lo desconocido. El mito de los reinos que dominaban el entorno del río Indo había llegado hasta Occidente. Y, por otro lado, había que contar con los dominios del Imperio persa derrotado que había controlado desde el siglo VI a.C. el valle del Indo.
Así que Alejandro Magno se puso en marcha en el 327 poniendo rumbo a las actuales Afganistán y Pakistán, en el subcontinente indio, fundando numerosas ciudades en su camino: Alejandría del Cáucaso, Alejandría Bucéfala (en honor de su famoso caballo), Alejandría de Aracosia (actual Kandahar, en Afganistán) o Alejandría en el Hífasis, donde tuvo lugar la última gran batalla de Alejandro contra el rey de Paura, reino ubicado en la actual Punyab, al norte de la India actual.
Pero el final de la odisea alejandrina llegó de forma poco legendaria: un motín de sus soldados y oficiales, hartos de guerrear durante una década y con ganas de volver a casa después de tantos años sin ver a sus familias. Y a pesar de su legendaria diplomacia y determinación, a pesar de su carácter persuasivo, incluso a pesar de la belleza de su mechón rizado, Alejandro tuvo que ceder: era hora de volver.
Pero el monarca prefiere quedarse en sus nuevos dominios considerando que es mejor tener en Asia el centro de su gran imperio que, no obstante, sería efímero, al contrario de su leyenda: tres años después de poner fin a su expansión oriental, Alejandro muere tras 12 días postrado en una cama por unas misteriosas fiebres que, aún hoy, también son debatidas entre los historiadores.
Y es que no fue forma de morir para un héroe. Pero es que Alejandro, a pesar de su leyenda, no era más que un hombre, el más influyente de la Antigüedad, pero un hombre de carne y hueso que murió con solo 32 años de unas malditas fiebres.
Únete a la conversación