Un príncipe y un duque disfrazados para conocer a una infanta, una mujer encerrada por su amor prohibido con el rey “prudente”, un arquitecto entusiasta de las alegorías morales, un motín que marcó la historia de España y un fantasma que vaga por los tejados… Son historias y leyendas asociadas a la Casa de las Siete Chimeneas, uno de los edificios civiles más antiguos de Madrid.
Acompáñanos en este viaje en el tiempo por el barrio de Chueca que nos llevará a recordar figuras históricas como Felipe II, Carlos I de Inglaterra, Esquilache o Juan de Herrera, todos ellos vinculados a la Casa de las Siete Chimeneas y sus mitos y leyendas.
La Casa de las Siete Chimeneas: ¿la casa encantada de Madrid?
La principal fuente de las leyendas de esta casa madrileña está en un texto del historiador y director del Museo del Prado Francisco Javier Sánchez Cantón que escribió un breve artículo sobre la Casa de las Siete Chimeneas en 1945 a petición de la Dirección General de Bellas Artes en relación a la posibilidad de incluirla en la lista de monumentos histórico-artísticos.
Y es que ya por aquella época existía el problema que puede suscitarse con “el afán de lucro, reformador de construcciones y, sobre todo, la práctica, en boga, de elevar nuevas plantas sobre las fábricas viejas”. Efectivamente, si dejamos manos libres al mercado inmobiliario no quedaría piedra sobre piedra.
Para atestiguar la “nobleza de las líneas y los recuerdos abundantes e insignes” de la Casa de las Siete Chimeneas, Sánchez Cantón pasa a enumerar una serie de hechos, así como leyendas, que tuvieron la casa como escenario principal, acudiendo principalmente al texto anterior del cronista Ricardo Sepúlveda sobre la misma publicado en 1882.
La (secreta) visita del Príncipe de Gales a la Infanta doña María
Entre las diez y las once de la noche del viernes 17 de marzo de 1623, dos caballeros embozados hacen acto de presencia ante la Casa de las Siete Chimeneas, la cual había sido construida medio siglo antes, más allá del centro antiguo de la ciudad, en un entorno rodeado por entonces de huertos. Definitivamente, aquello no era (todavía) Chueca.
Aquellos dos hombres no eran dos tipos perdidos en la noche madrileña, sino un príncipe y un duque de incógnito. El primero era el Príncipe de Gales, futuro Carlos I de Inglaterra y de Escocia durante 24 años… hasta que fue decapitado. Y el segundo era su favorito, George Villiers, I duque de Buckingham.
¿Y qué hacían dos de los caballeros más poderosos de Europa en una casa en las entonces afueras de Madrid? Visitar a la Infanta María Ana, hija menor de Felipe III, y candidata a reina de Inglaterra si se casaba con el príncipe. Se trataba de una alianza entre España e Inglaterra urdida entre bastidores por ambas potencias… que no llegó a realizarse porque era condición imprescindible que el príncipe se convirtiese al catolicismo.
No obstante, aquel viaje dejó una honda influencia en el futuro rey de Inglaterra que se enamoró del arte gastando ingentes sumas de dinero en coleccionar piezas únicas. La no-boda supuso que Inglaterra declarase la guerra a España. Por su parte, la infanta no se quedó sin trono: se casó con su primo Fernando III, futuro Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, llegando a ser emperatriz.
El fantasma de la amante de Felipe II
Pero la historia legendaria más asociada a la Casa de las Siete Chimeneas tiene lugar varias décadas antes, en tiempos del abuelo de la infanta Ana: el rey Felipe II que fue durante años el hombre más poderoso de su tiempo.
Sánchez Cantón dice que no es “firme el dato” de la compra del terreno por un montero o un médico de Felipe II para dotar a su hija, una pupila muy bella en la que “el rey había puesto sus ojos” y que, al parecer, se casó en 1570 con un capitán llamado Zapata. Pero al poco de entrar a vivir en la casa, Zapata murió en el frente, en Flandes.
A partir de aquí, la historia más o menos verídica deriva en legendaria. Se dice que la mujer enloqueció por la muerte de su amado y se suicidó, vagando desde entonces por el tejado de la casa, entre las siete chimeneas. También se dice que la mujer pudo ser asesinada por mandado del propio Felipe II para que no revelara sus relaciones con el rey, pero que su cadáver nunca apareció, convertido, por supuesto, en fantasma errante.
Siete chimeneas, siete pecados capitales
Una historia legendaria vinculada a la anterior es aquella que explica sus misteriosas siete chimeneas. Ya sabemos que el siete es un número de connotaciones sagradas, también para el cristianismo. Pero en este caso, según se dice, el arquitecto decidió colocar siete chimeneas como alegoría de los siete pecados capitales, una referencia (o crítica) moral al patrocinador de la casa.
Y es que esta casa habría sido construida por mandado (secreto) de Felipe II para encerrar a una hija ilegítima. La prole ilegítima siempre ha sido habitual entre monarcas, pero Felipe II era un ferviente católico y no podía permitir que se conociese ningún desliz que derribase su mito de hombre intachable y referencia moral de todo un imperio.
Así pues, y siempre según la leyenda, habría decidido que lo mejor era encerrar a su hija ilegítima y que nadie nunca supiera su historia. Pero el arquitecto, Antonio Sillero, que ejecutó la obra con supuestas trazas de Juan de Herrera (arquitecto real responsable del Escorial), quiso dejar constancia de la función real del edificio a través de la alegoría de las chimeneas.
El motín de Esquilache
Madrid era un pozo de cochambre, bastante peor que ahora (y no es que ahora esté muy limpia). Eran tiempos del “agua va”, tirando por la ventana lo que estás pensando: ahora, por lo menos, bajamos con nuestros perros a que hagan pipí en la calle, no lo tiramos por la ventana, es que nos hemos civilizado mucho desde entonces…
Sea como fuere, la suciedad, insalubridad e inseguridad de la ciudad a mediados del XVIII hizo que el ilustradísimo rey Carlos III pusiese en manos de Leopoldo de Gregorio, ilustradísimo marqués de Esquilache, la ejecución de un programa de modernización de la ciudad que suponía, no solo la limpieza, pavimentación y alumbrado público, incluyendo la construcción de fosas sépticas para solventar el “agua va”, sino también otras medidas un poco más “intrusivas”.
Entre medidas de indudable utilidad pública, a los modernos ilustrados de la corte de Carlos III se les ocurrió que también había que cambiar el modo de vestir de los madrileños. Y es que a los gobernantes siempre se las ha ido un poco la mano cuando se sienten poderosos e intocables: comienzan a creer que no solo deben “gobernar”, sino también educar y, entre medidas justas y necesarias siempre deslizan unas cuantas intromisiones en la libertad personal del individuo, siempre por el interés público, claro, porque ellos son más ilustrados que la vulgar plebe y saben lo que se lleva en este otoño/invierno.
Y Esquilache le dijo a los madrileños que lo de la capa larga y el chambergo (sombrero de ala ancha) era rancio y, además, permitía el anonimato y la facilidad para esconder armas, lo que facilitaba los delitos impunes. Bueno, tiene sentido, ¿no? Pero a los madrileños no les toques sus capas y sus chambergos y les impongas la “moda extranjera” porque te montan un motín y te vas al destierro.
Y eso es lo que sucedió en la Casa de las Siete Chimeneas, que fue asaltada por un grupo de amotinados (embozados, por supuesto) que habían iniciado una rebelión urbana en la plazuela de Antón Martín. Pero Esquilache ya había puesto pies en polvorosa (era ilustrado hasta para huir), sufriendo la ira de los enfervorecidos amotinados uno de los pobres sirvientes de la casa que ofreció resistencia. Murió acuchillado: ¿otro fantasma para hacer compañía a la amante de Felipe II?
Por supuesto, el problema de fondo no era el sombrero de ala ancha, sino que el pan estaba por las nubes. Como siempre. El sombrero y la capa, simplemente, fueron la gota que colmó el vaso de la paciencia de los madrileños. Toda una lección de historia inscrita sobre la piedra de la Casa de las Siete Chimeneas, un edificio que es algo más que otro monumento histórico-artístico de la capital.
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