Para evitar que París (y los parisinos) se empachara de deporte este verano, la dirección del Tour de Francia decidió que el final de la edición 111º de la carrera ciclista por etapas más importante del mundo sea en Niza, evitando el norte del país, incluyendo su capital, en todo el recorrido de sus 21 etapas.
Será la primera vez en la historia que París no sea el final del Tour y además con una contrarreloj que nos deparó en 1989 el final más emocionante de la historia de la carrera (y más terrible para Laurent Fignon): una buena excusa para acercarse a Niza y recorrer la perla de la Costa Azul antes de que llegue la caravana del Tour de Francia para coronar al nuevo rey del ciclismo.
Niza, el azul más intenso del mundo
No puede extrañar que Ives Klein, el indomable artista que inventó su propio tono de azul, naciera en Niza, donde este color alcanza una intensidad única. Una pena que desde enero no se pueda visitar la Sala 6 del MAMAC para comprobar como un único color puede definir una carrera artística: el Museo de Arte Contemporáneo de Niza (ubicado en la plaza Yves Klein) cierra por reformas… ¡durante cuatro años!
Así que “solo” nos queda subir por las escaleras de la Colina del Castillo para zambullirnos en el gran azul que baña la costa nizarda, el cual se funde con el azul celeste (donde dicen Klein “firmó” su primer cuadro) generando una imagen inolvidable que, por sí sola, ya vale el billete a esta ciudad.
En la Colina del Castillo de Niza
Si estás en condiciones físicas adecuadas, ni se te ocurra usar el ascensor para subir al parque más famoso de la ciudad. Las rampas y los escalones que llevan a la cima nizarda son parte indispensable del atractivo, tanto si lo haces por el este, desde el puerto, como por el oeste, la subida principal donde tendrás las vistas más espectaculares de la costa de Niza, que te responderán a la pregunta: ¿por qué estos tipos se han apropiado del término “costa azul” si el mar es “azul” en todas partes?
La Colina del Castillo ya no tiene castillo porque fue demolido en el siglo XVIII: décadas más tarde la ciudad decidió aprovechar este espacio para edificar un jardín público que se fue enriqueciendo a lo largo de los años. La cascada que encontrarás a mitad de subida por el lado oeste es uno de sus emblemas.
Y en lo alto de la colina, además de un impresionante cementerio, varias terrazas, un singular parque infantil y los restos de la vieja fortaleza, diversos miradores entre los que destaca la Torre Bellanda, en el extremo suroeste.
Port Lympia, la Niza más monegasca
Descendemos de nuevo para rodear la colina y sacarnos la foto ante las famosas letras de #ILoveNICE que estas semanas han cambiado su tono habitual de los colores de la bandera francesa por el amarillo del Tour de Francia.
Un poco más al este llegamos al apabullante (y muy francés) Monument aux Morts tallado en la propia roca de la colina y dedicado a los nizardos que murieron en la I Guerra Mundial: con sus 32 metros de altura es uno de los monumentos más altos de Francia.
Como buen contrapeso a la solemnidad del Monumento a los Muertos, el paseo hacia el puerto nos ofrece la singular escultura Un Dimanche à Nice (Un domingo en Niza) que recrea un Fiat 600 cargado hasta arriba con todo lo necesario para disfrutar de una jornada de asueto en la Costa Azul, sombrilla y flotador incluidos.
Y por fin llegamos al Port Lympia, cuyos monumentales yates nos recuerdan lo cerquita que estamos de Mónaco o Cannes, dos ciudades consagradas al lujo más exclusivo. Construido a mediados del XVIII, este puerto impresiona por estar encajado entre dos colinas.
‘Vieux Nice’: la Francia más italiana
Tras echar un ojo a la neoclásica iglesia de Notre-Dame del Puerto de Niza nos adentramos en el corazón de la ciudad rodeando de nuevo la colina por su extremo norte: es la Vieja Niza, la zona más pintoresca de la ciudad y la que nos recuerda que Niza no es italiana por el “canto de un duro”…
Teniendo en cuenta su ubicación, es lógico que la vieja Niza saboyana estuviera bajo influencia italiana durante siglos, pese a la presión francesa que arrancó ya con un asedio en el XVI con la colaboración de Barbarroja. Pero Niza siempre se terminaba de librar del hostigamiento de los vecinos que ansiaban controlar un puerto estratégico en la costa mediterránea que podía dar a los franceses un acceso directo a toda la península itálica.
Finalmente, en 1860 Francia invade Niza por enésima vez y se anexiona toda la Saboya. Para convencer a la comunidad internacional de que esta anexión era admitida (incluso deseada) por los nizardos, se hizo un “plebiscito” considerado una de las chapuzas más grandes de la historia contemporánea: las papeletas para que los nizardos decidieran (o no) la anexión a Francia estaban escritas en francés (que la mayoría no entendían), no había papeletas con “no”… y el ejército francés controlaba los colegios electorales. ¿Qué podía salir mal?
Que el héroe de la unificación italiana Garibaldi, orgulloso nizardo, protestara amargamente con esta “ilegal” entrega de su ciudad a Francia resume este episodio clave en la historia de Niza. Pero ya no hubo marcha atrás: 160 años más tarde, Niza es tan francesa como el croissant, pero el helado que te tomas en la Plaza Rossetti es tan italiano como la pizza.
Esta plaza es emblema de la Vieja Niza, el lugar en el que saborear el aroma añejo de una ciudad orgullosamente bipolar: puedes pasar del lujo más hechizante de su bulevar Victor Hugo o de la Avenida Jean Médecin a la espontaneidad entrañable de las callejuelas del viejo barrio nizardo donde también se encuentra el célebre Mercado de las Flores.
Flores y máscaras en el Carnaval de Niza
Tras acudir el año anterior al Carnaval de Venecia, todo puede parecer poco, pero el Carnaval de Niza también es un emblema de esta fiesta en todo el continente, con más de 150 años de historia en su versión moderna.
Y es que como vemos (y olemos) en el Mercado de las Flores, esta ciudad va sobrada de aromas que vibran con el desfile de carrozas que tiene lugar en torno al Jardín de Alberto I, la plaza Masséna y el Promenade du Paillon donde destacan las esculturas carnavalescas de colores de Jaume Plensa.
Podría decirse que el Carnaval de Niza está a medio camino de la elegancia veneciana y el tumulto gaditano o tinerfeño. Y es que tan pronto puedes fascinarte con los vestidos más lujosos como verte envuelto en una impresionante “batalla” de flores. Aquí comienza la moda de combinar el carnaval con el espectáculo floral: la veintena de carrozas del Corso Carnavalesco están decoradas con mimo por artesanos durante varios meses.
Y por la noche del último día del Carnaval (que suele durar dos semanas) llega el Corso Iluminado, el fin de fiesta con el desfile de las carrozas iluminadas. Recuerda, no obstante, que si quieres asistir a este desfile tienes que pagar, incluso para estar de pie (y estar en tercera fila y no ver gran cosa), aunque los niños menores de cinco años entran gratis. Pero merece la pena ya que el carnaval forma parte ineludible del alma nizarda.
Matisse y Chagall en Niza
Ya nos hemos bañado en el azul Klein y ahora toca descubrir a otros dos genios del color que cuentan con sus museos en la ciudad. A finales de junio, tras preparar la prometedora exposición MiróMatisse. Beyond Images, reabre el Museo Matisse ubicado en Cimiez, el exclusivo distrito del noreste de Niza, plagado de impresionantes palacetes y residencias de la Belle Époque.
Junto al Monasterio Franciscano de este distrito, en la Villa des arènes, un edificio del XVII de estilo genovés, se encuentra el Museo Matisse abierto en 1963 y ampliado en 1993. Entre sus obras más populares, Nu Bleu IV, La Vague o Fleur et Fruits, todas ellas mostrando la afición del pintor por los vivos colores… entre los que destaca el azul nizardo, por supuesto.
Al sur de Cimiez nos pasamos por el Museo de Chagall, el primer artista (vivo) en tener su propio museo monográfico en 1974. Para esta época el artista bielorruso ya era una leyenda en Francia, a la que había vuelto desde su exilio en Estados Unidos, tras vivir en París antes de la II Guerra Mundial.
El eje de este museo lo forman las 17 obras del Mensaje Bíblico que hizo entre 1956 y 1966 que forman parte de la mayor colección mundial de obras del pintor.
De la Niza rusa a la Niza inglesa
A estas alturas ya hemos comprendido que Niza es una ciudad en la que caben todas las nacionalidades, un crisol de culturas como se suele decir. Y para muestra una visita imprescindible para el aficionado a la cultura rusa, aunque no pase por su mejor momento a este lado de Europa.
Se trata de catedral de San Nicolas ubicada en la no menos rusa Avenida Nicolás II. Fue construida en 1912, poco antes de que estallara la Revolución, y actualmente sigue estando bajo jurisdicción del Patriarca de Moscú: se trata de la iglesia ortodoxa más grande fuera de Rusia. Resulta interesante asistir a una liturgia ortodoxa donde los asistentes se regalan dulces, incluso aunque solo sepas decir spasibo.
Pero Niza también tiene mucha vinculación con Gran Bretaña, como vemos en nuestra última parada en la ciudad tras visitar la preciosa iglesia anglicana en el lujoso bulevar de Victor Hugo, que se inspiró en la capilla del King’s College de la Universidad de Cambridge. Fue erigida entre 1860 y 1862, justo cuando Niza se “convertía” en francesa.
Recorremos después la peatonal Rue Massena, una de las más animadas de la ciudad, para después acercarnos por fin al Paseo de los Ingleses, emblema por excelencia de Niza. Debe su nombre al primitivo sendero financiado por la comunidad inglesa que pasaba los inviernos en la ciudad huyendo del cielo plomizo y la niebla del Támesis.
Con el tiempo, este estrecho sendero fue aumentando su proporción, sustituyéndose las villas originales por hermosos palacios hasta que se acabó convirtiendo en lo que es hoy: uno de los paseos marítimos más venerados del mundo, ante una de las playas de guijarros más famosas del mundo, bañada por el azul más intenso del mundo.
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