Nadie duda de que Mont Saint-Michel es un icono de Francia y una de las grandes maravillas de Europa: ¿cómo no dejarse embrujar por un pueblo encaramado a una montaña rodeada de arena y agua? Y es que Mont Saint-Michel ha alcanzado ese status de emblema universal gracias a los efectos de las mareas que son capaces de cubrir de agua todo su perímetro ofreciendo un espectáculo sensorial único en el mundo. Nos vamos a Normandía para asombrarnos con la belleza del monte más singular de Europa.
Mont Saint-Michel: de leyenda a cárcel
Un lugar tan especial como Mont Saint-Michel está, por fuerza, plagado de leyendas. Cuenta la más decisiva de ellas que el arcángel San Miguel llegó a perforar el cráneo del obispo Aubert de Avranches para convencerlo de que construyera una iglesia en la cima del Mont Tombe, denominación original del lugar. Era la tercera vez que el sufrido arcángel trataba de persuadir el obispo, que debía ser un hombre poco sugestionable, aunque sus consejeros fueran seres llegados del cielo.
Pero lo de amanecer con un agujero en plena cabeza le debió hacer pensar que aquello iba en serio y acató los directrices de San Miguel, arcángel cuyos lugares de culto suelen situarse en enclaves escenográficamente impactantes. El 16 de octubre del año 709 se inauguró el santuario que albergó las reliquias del santo que mató al demonio mutado en dragón del Apocalipsis bíblico.
Y tras el mito, la historia. La primera denominación conocida del monte es Mons Belenus, dios galo del sol, nombre otorgado por las tribus célticas que fueron las primeras que poblaron el bosque de Scissy. Este (supuesto) bosque —no hay evidencia de su existencia— cubría originalmente el entorno de Mont Saint-Michel antes de que las mareas cambiarán para siempre el aspecto del lugar. Ya desde época romana se dejaron sentir los efectos de las crecidas de los ríos que hacían desaparecer las vías que habían construido para conectar el monte con otros asentamientos.
Pero fue la marea de equinoccio del año 709 —curiosamente el mismo año de la trepanación divina del obispo Aubert— la que terminaría por convertir Mont Saint-Michel en la maravilla natural que hoy conocemos. Estas mareas son capaces de elevar el nivel del agua hasta casi 15 metros lo que cambió para siempre el perfil del lugar. De un monte elevado sobre un bosque pasó a ser un monte-isla a merced de las mareas. Solo se podía acceder a Mont Saint-Michel con marea baja… o en barca. Y que no te pillara la marea en medio del camino…
Esta curiosa dependencia de los fenómenos marítimos y fluviales facilitó que el monte se convirtiera en un lugar casi inexpugnable muy codiciado durante siglos. Por ejemplo, los vikingos trataron de asaltar el enclave en el siglo IX, pero fueron contenidos por Carlos el Calvo, rey franco, que contó con el apoyo de Salomón de Bretaña. Muchos siglos más tarde, también tuvo su importancia en la guerra de los Cien Años siendo tomada como referencia para erigir fortificaciones militares inexpugnables.
Pero con la Revolución Francesa, los monjes abandonan el lugar y Mont Saint-Michel pasa a convertirse en cárcel. Si nadie puede entrar, nadie puede salir, ¿no? Durante el siglo XIX, el clamor social por recuperar Mont Saint-Michel como patrimonio histórico-cultural logra cerrar la cárcel. Es el principio de otro tipo de explotación: la turística.
¿Qué ver y hacer en Mont Saint-Michel?
Pese a que se encuentra a unos 400 kilómetros al oeste de París, el monte de San Miguel es uno de los lugares más visitados de Francia, así que el viajero debe estar preparado para compartir experiencias, sobre todo con el buen tiempo o si se pretende presenciar el espectáculo del Mont Saint-Michel convertido en isla. El calendario de mareas 2020 señala que este fenómeno podrá disfrutarse del 7 al 11 de abril, del 7 al 9 de mayo y del 21 al 22 de agosto. Se aconseja llegar dos horas antes de la marea alta y, por supuesto, no hacer la travesía a pie por si acaso…
Mont Saint-Michel es de esos lugares turísticos que fascinan con un solo vistazo: no necesitamos más que estar delante de él para quedarnos deslumbrados, pero ya que hemos venido hasta aquí echaremos un vistazo más allá, ¿no?
La abadía benedictina es su principal foco de interés histórico-artístico. Su construcción se inició en el siglo X y alberga diferentes partes de estilo carolingio, románico y gótico. Su interior acoge, entre otros espacios, la iglesia de Notre-Dame Sous Terre redescubierta tras las excavaciones de finales del XIX y que aporta un excelente ejemplo de arquitectura prerrománica. Sobre ella está la actual iglesia abacial que posee tres criptas, entre las que destaca la de conocido como Des Gros Piliers del siglo XV, con pilares de más de 5 metros de diámetro.
Estrictamente, la abadía se divide en dos grandes zonas: la iglesia abacial ya referida y la Marvelle, el espacio en el que vivían los monjes que incluye salas como la de la capellanía, el refectorio, la bodega o la Sala de los Caballeros. Pero nosotros nos quedamos con el impresionante claustro de estilo gótico que ofrece una estampa fascinante. Y, por supuesto, los miradores que son imprescindibles para comprender (desde dentro) la peculiar historia del monte-isla más famoso de Europa.
Además de la abadía, Mont Saint-Michel cuenta con otros puntos de interés como el Museo Marítimo o la iglesia parroquial con su estatua de plata de San Miguel. Pero lo más aconsejable tras empaparnos de la historia de este lugar es perdernos entre sus empinadas calles y tal vez dejarnos engañar un poco en alguna tienda de souvenirs o en algún restaurante.
La belleza del Mont Saint-Michel, por supuesto, no ha pasado desapercibida para la cultura popular. Escritores como Guy de Maupassant o Bernard Cornwell situaron algunas de sus historias en este enclave, compositores como Claude Debussy, Mike Oldfield o Aphex Twin le dedicaron algunas de sus obras, mientras que Terrence Malick ha sido uno de los últimos cineastas en caer rendido ante el hechizo del monte-isla. Y el Tour de Francia, —el mejor programa de marketing turístico del país galo—, tampoco perdió la oportunidad de reivindicar Mont Saint-Michel como uno de los mayores tesoros de Europa.
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