Han pasado ya más de 190 años desde que se pusiera la primera piedra del mercado de San Ildefonso, el primer mercado cubierto de la ciudad. Durante todo este tiempo, esta clase de equipamientos urbanos han configurado el corazón social y comercial de Madrid: actualmente, son 46 los mercados municipales con los que cuenta la ciudad de Madrid en 17 de sus 21 distritos, además de algunos de iniciativa privada como el de San Miguel.
Y es que al mercado no se iba solo a comprar, sino a examinar el género, a pasear, a divagar con los tenderos u otros clientes, en definitiva, a hacer barrio, a hacer ciudad, como dicen ahora. Porque junto a las plazas, los mercados —que en origen estuvieron en las propias plazas— fueron los principales lugares de interacción social en Madrid. Esta es su historia.
Madrid, la capital de los mercados
El término mercado procede de mercari, la palabra latina que designa el acto de comprar. Y no cabe duda de que la principal función del mercado es abastecerse de productos, principalmente alimenticios y perecederos, de ahí la denominación de mercado de abastos. Todavía hoy existen en numerosos pueblos y ciudades mercados o mercadillos temporales al aire libre, antecesores de los cubiertos y permanentes.
La propia plaza del Arrabal de Madrid, precedente de la plaza Mayor, fue durante décadas el lugar principal de la ciudad medieval para el abastecimiento de alimentos y mercancías: con la definitiva construcción de la Plaza Mayor se levantan una casa de carnicería y una de panadería. Son las primeras intervenciones públicas en la configuración de los mercados municipales.
Y es que las grandes ciudades como Madrid crecen a un ritmo vertiginoso y el abastecimiento de sus vecinos se convierte en cuestión primordial para los gestores públicos que a principios del XIX miran a París y Londres para buscar inspiración.
El origen de los mercados cubiertos
La seguridad, la salubridad y la eficiencia fueron los tres pilares que fundamentaron la evolución de los mercadillos al aire libre a los mercados municipales cubiertos, inspirándose en las experiencias de la arquitectura de hierro y cristal en Inglaterra, cuna de la Revolución Industrial (y de la eficiencia económica), y en los mercados parisinos, como Les Halles de Victor Baltard.
Como señala en este trabajo la arquitecta Mónica González Llamas, los mercados se convirtieron en “monumentos sociales” que fueron claves en la evolución económica, política y urbanística de las grandes capitales, siendo un foco de vida y sociabilidad.
Así el mercado cubierto, permanente y céntrico es clave para acelerar la mejora en el tratamiento de los residuos y el agua, además de influir en la distribución urbana, generando vías de comunicación trazadas de forma racional para que el abastecimiento de los mercados fuera eficiente.
La presencia del mercado en la ciudad era, en definitiva, un símbolo de progreso. Y todas las grandes capitales miran de reojo lo que hacen las demás, nadie quiere quedarse atrás si se trata de imagen de progreso: Madrid debía ponerse al día .
San Ildefonso, el primer mercado de Madrid
Madrid nunca ha sido la ciudad más salubre del mundo. Lo sabemos bien todos los que vivimos aquí. Pero en las primeras décadas del XIX el panorama era un poco peor.
El mercado de frutas, verduras y pescado de la plazuela de San Ildefonso en el céntrico barrio de Maravillas en Malasaña, que se extendía por las Correderas Alta y Baja, requería cambios urgentes para superar los problemas de higiene que eran una amenaza para la salud pública.
Es así como el Ayuntamiento propone en 1835 al arquitecto Lucio Olavieta para las trazas del que será el primer mercado cubierto de la ciudad junto a la Lonja de Almidón de 1840.
Los Mostenses y Olavide: dos mercados desaparecidos
Será en el último tercio del XIX cuando la arquitectura de hierro y cristal, que ya triunfaba en Inglaterra y Francia desde hacía décadas, se aplique a la construcción de los nuevos mercados madrileños, entre los que destacan el de La Cebada, el primitivo mercado de Olavide, el de La Paz y el de Los Montenses en la zona de Gran Vía.
Este último supuso la culminación de la influencia de la arquitectura europea, especialmente de Les Halles de París: una estructura metálica que contrastaba con la tradición arquitectónica madrileña.
Fue derribado en 1930 —y sustituido por otro más pequeño— para ampliar la Gran Vía con la siguiente elocuente argumentación que nos muestra el camino que estaba tomando el urbanismo ya por aquel entonces: “Un establecimiento de venta de pescado, aves y caza con fachada a una calle de lujo hubiese sido un error mayor”. ¿Una de las primeras manifestaciones gentrificadoras?
Por su parte, el primitivo mercado Olavide de hierro y vidrio fue sustituido por otro en 1934 usando hormigón convirtiéndose en todo un símbolo arquitectónico racionalista: Francisc Javier Ferrero diseñó un volumen de planta octogonal que trataba de solventar los problemas de los mercados de hierro y cristal, buscando una mejor ventilación y limpieza. Pero 40 años después la ciudad necesita “descongestionar el tráfico” y, pese a la protesta del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, el mercado de Olavide es derribado.
La consagración (y el ocaso) del mercado madrileño
De nuevo con retraso (o a la contra), los mercados de Madrid entran en una nueva fase desde principios de siglo XX cuando comienza a desaparecer el hierro y el vidrio —el último mercado de esta tipología es el de San Miguel, de iniciativa privada, erigido en 1915— siendo sustituidos, como vimos en Olavide, por edificios de hormigón asociados a la arquitectura racionalista.
En 1929 se formulan los primeros planes para racionalizar y ampliar la red de mercados que tras la Guerra Civil fija en 26 el número de equipamientos que se consideran necesarios para la ciudad, entre los existentes y los de nueva creación: en la década de los 40 se edifican ocho mercados de hormigón, incluyendo el de Maravillas y el nuevo de Los Mostenses. El objetivo es acabar con los mercadillos callejeros y centralizar el comercio de cada barrio en esta clase de edificios. Entre los 50 y los 70 se edifican 19 más, y otros 10 en la década de los 90.
Pero diversos factores confluyen a finales de siglo XX para poner en la picota a los tradicionales mercados cubiertos de barrio: los nuevos formatos comerciales, como el supermercado o los centros comerciales de la periferia urbana, los nuevos hábitos de consumo que derivan principalmente de la “falta de tiempo” para ir cada día al mercado, así como el cambio de paradigma de los centros urbanos como ejes turísticos, provocan la pérdida de atractivo del mercado que entra en crisis no solo como lugar primordial de abastecimiento, sino también como eje de la vida pública.
En los últimos años hemos asistido a una recuperación y rehabilitación de estos espacios tanto por iniciativa privada como pública lo que ha supuesto una nueva fase del mercado madrileño, no exenta de polémica: ¿son los mercados otro puntal de la gentrificación urbana? Lo veremos a continuación recorriendo alguno de los más famosos de Madrid.
Una ruta por los mercados de Madrid
Fue en el año 2003 cuando el Ayuntamiento de Madrid puso en marcha el Plan de Innovación y Transformación de los Mercados Municipales de Madrid, cuyos objetivos han sido reformar la infraestructura, profesionalizar y mejorar la gestión, así como realizar una campaña de promoción y marketing: 39 de los 46 mercados municipales fueron reformados.
Estas reformas continuaron en años posteriores incluyendo la edificación de mercados de nueva planta como el de Barceló, nuestra primera parada en esta ruta por los mercados madrileños. Se trata de uno de los iconos de la nueva tendencia en esta clase de equipamientos municipales conjugando diversas funciones, en este caso también biblioteca, polideportivo y aparcamiento, además del propio mercado y una gran terraza.
En el espacio comercial conviven los dos conceptos que marcan la historia del mercado: el tradicional, con una serie de puestos de alimentación, además de otros negocios como zapaterías, floristerías o mercerías, con el espacio de ocio gastronómico denominado Food Market Barceló que incluye 18 puestos.
Y esta es una de las “actualizaciones” que han vivido muchos mercados del centro urbano madrileño: “la restauración y la venta de productos gourmet que contribuyen a la creación de un nuevo imaginario de los mercados espectáculo como espacios de ocio y de consumo de productos de alta calidad y precio”, como se señala en este trabajo sobre la gentrificación de los mercados municipales en Madrid y Barcelona.
“La triada de lo auténtico, lo orgánico y la natural” también es protagonista en el mercado de San Antón en Chueca, cerca del de Barceló, para los autores del trabajo citado, un ejemplo de “mercado-mall” que ha perdido casi por completo su vinculación con la tradición del mercado municipal madrileño de abastos: en la zona de mercado “tradicional” de la primera planta hay puestos exclusivos de forma que se evita la competencia, algo que también era habitual en los mercados tradicionales: solo hay una carnicería, solo hay una frutería, etc.
Pero tal vez el ejemplo más paradigmático del cambio de concepto del mercado cubierto sea el de San Miguel, uno de los más famosos de España que, al contrario que el de Barceló y del San Antón, mantuvo en pie el viejo mercado, uno de los mejores ejemplos de arquitectura de hierro y cristal de la ciudad: San Miguel es un templo gourmet que triunfa entre turistas y locales, a pesar de la evidente elitización del consumo en el mismo.
Pero incluso en el centro de Madrid todavía podemos visitar mercados de un aire más tradicional y “auténtico” como el propio Mercado de la Cebada, un mito de la historia comercial madrileña ya que fue uno de los primeros mercados construidos en hierro y cristal en 1875.
Derribado en 1956 pese a la protesta vecinal, fue reconstruido dos años más tarde y renovado en 2013 tras nuevas amenazas de derribo tras la remodelación de la plaza: el colectivo Boamistura fue responsable de sus icónicas bóvedas de colores.
Otro mercado amenazado por la “modernización” es el de Los Mostenses, que vivió una remodelación de sus accesos recientemente y que tiene pendiente una reforma interna con cambios en la climatización, el suelo y la fachada.
Mientras algunos vecinos y hosteleros “no quieren que se pierda la esencia con otro San Miguel”, otros vecinos consideran que “no se puede tener ese adefesio desfasado, sucio y antiguo a metros de la Gran Vía”: es decir, exactamente lo mismo que llevó a derribar el mercado precedente.
Así que es evidente que, si queremos disfrutar de un mercado de abastos tradicional, de esos en los que principalmente se iba a hacer la compra diaria, hay que alejarse un poco del centro e irse a los barrios, como a Tetuán, donde está el Mercado de Maravillas, edificado en los años 30 por el reputado arquitecto Pedro de Muguruza y que cuenta con 210 locales, 170 de ellos minoristas: un récord en Madrid. Y más al norte, el Mercado Municipal de Tetuán, al lado de la parada de metro homónima.
En Ciudad Lineal se encuentra el mercado más grande de Madrid, el de Las Ventas que tiene casi 22.000 metros cuadrados y en el que, además de un supermercado y hasta un gimnasio, puedes encontrar numerosos puestos de alimentación y otros servicios.
Al sur de Madrid también hay numerosos mercados municipales, siendo los últimos en construirse desde los años 50 del pasado siglo: por ejemplo, cuatro en Usera y cuatro en Puente de Vallecas, destacando en este último distrito el homónimo que tiene un total de 65 locales o el Usera con sus 58 locales.
Y nos despedimos de este recorrido por los mercados madrileños en Legazpi, donde se encuentra el Mercado de Frutas y Verduras, junto a Matadero, en plena rehabilitación: otro icono arquitectónico ejecutado por Luis Bellido, Francisco Javier Ferrero y Alfonso Peña Boeuf cuyo futuro está en el aire: al parecer, albergará oficinas municipales.
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