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Luxor, la ciudad de las cien puertas, la ciudad del cetro, Heliópolis del sur, o, simplemente, Waset, la ciudad, “aquella en la que comenzó a existir la humanidad” y que vio florecer una de las primeras culturas humanas, la del Antiguo Egipto que tanto nos ha hecho soñar a los amantes de la historia.

Pese a que el Egipto contemporáneo no convence a todos los viajeros, aprovechamos que este inmenso país entre África y Asia vuelve a estar de moda para visitar Luxor, la antigua Tebas, aquella ciudad que durante 1000 años fue la más importante del mundo.

Luxor, diez siglos iluminando el Antiguo Egipto

Luxor - Fuente: Depositphotos
Luxor – Fuente: Depositphotos

Ubicada a más de 600 kilómetros al sur de El Cairo, en el oasis ribereño del Nilo en el Sáhara oriental, en la zona central del Alto Egipto, la antigua Luxor fue construida en parte de las llanuras aluviales del valle del Nilo, dejando al oeste el relieve escarpado y amenazante que domina el sagrado El-Qurn, la cumbre de la cordillera de Luxor con sus 420 metros de altura y, al este, el desierto arábigo con sus wadis, los ríos secos que llevan agua al valle en temporada de lluvia.

La actual Luxor no suma más de medio millón de habitantes estando muy lejos de los más de ocho millones de El Cairo, pero en su máximo esplendor, según la leyenda, llegó a tener un millón de habitantes, aunque los arqueólogos reducen mucho esa cifra: hasta aproximadamente los 50.000 habitantes. De cualquier forma, fue, durante diez siglos, la capital de la civilización más importante de su tiempo, la ciudad más importante del mundo.

Pero Luxor no fue la primera ciudad del Antiguo Egipto, sino que relevó gradualmente a Menfis, la primera capital del Imperio Antiguo: desde el 2000 a.C. aproximadamente en el que la dinastía XI de la mano de Mentuhotep I lleva la corte faraónica a Luxor, hasta el 1000 a.C. en el que la capitalidad regresa al delta, al norte, esta ciudad fue el epicentro de la cultura egipcia.

Recorriendo Luxor, una joya a ambas orillas del Nilo

Luxor - Fuente: Unsplash
Luxor y el río Nilo – Fuente: Unsplash

Para muchos es el mejor museo al aire libre del mundo y uno de los enclaves arqueológicos más importantes del planeta, por lo que su visita requiere tiempo y planificación. Pero no es difícil organizarse ya que se divide en dos grandes sectores a ambos lados del Nilo.

Luxor en la orilla este del Nilo

Comenzamos el desafío de penetrar en la ciudad de las cien puertas cruzando la primera de ellas, la del templo de Luxor ubicado en la zona central de la orilla este, en el sector más urbanizado de la Luxor contemporánea, junto a la Cornisa, la avenida que recorre de sur a norte la orilla oriental del Nilo. La más que mítica Avenida de las Esfinges nos da la bienvenida a esta primera joya tebana.

Fue construido entre el 1500 y el 1200 a.C. principalmente por Amenofis III de la dinastía XVIII y Ramsés II de la dinastía XIX. Está dedicado al dios Amón Ra, patrono de la antigua Tebas desde la dinastía XI, y su esposa Mut, la diosa madre egipcia.

Su interior, como buena parte de las construcciones egipcias, fue muy modificado —y expoliado— a lo largo de los siglos por las diferentes civilizaciones que pasaron por aquí como la helenista de Alejandro Magno o la romana con Diocleciano.

Templo de Luxor - Fuente: Unsplash
Templo de Luxor – Fuente: Unsplash

Junto al templo —que, tras su abandono, estuvo cubierto de arena hasta el XIX, de ahí su buen estado de conservación— podemos visitar la mezquita de Abu Haggag, testimonio de la etapa islámica de Egipto que arrancó a partir del siglo VII.

A cinco minutos al sur del templo, un break contemporáneo para pasarnos ante el Sofitel Winter Palace Luxor. Este hotel de agradable aire neoclásico y tono arenoso vivió uno de los grandes momentos de la historia de la arqueología: el anuncio del descubrimiento de la tumba de Tutankamón por parte de Howard Carter. Pero, además, su terraza inspiró a Agatha Christie para escribir Muerte en el Nilo.

Volvemos al Antiguo Egipto, bajando por las escaleras conducen a la corniche del Nilo donde se ubica el pequeño Museo de la Momificación, muy interesante para comprender esta faceta tan relevante de la antigua cultura egipcia, ya lo dijo el André Malraux: “los egipcios inventaron la eternidad”. Pero no solo para los faraones y su corte, también para cocodrilos, carneros o mandriles. Un museo no apto para estómagos sensibles.

Y si seguimos hacia el norte llegamos en diez minutos al Museo de Luxor, abierto desde 1975 y que expone parte del ajuar de Tutankamón, además de diversos objetos de las diferentes zonas arqueológicas de la antigua Tebas. Para los que vengan de El Cairo y sus museos, tal vez no sea una visita tan espectacular, pero varias de sus obras, especialmente las escultóricas, son obras maestras con más de 3000 años de antigüedad, como la estatua de Amenofis III.

Descubriendo Karnak

Sala Hipóstila en Karnak, "columnas hechas para gigantes" - Fuente: Depositphotos
Sala Hipóstila de Karnak, “columnas hechas para gigantes” – Fuente: Depositphotos

Y llegamos, por fin, a Karnak, el emblema de Luxor junto al Valle de los Reyes, “el lugar más venerado” como se denominaba en la Antigüedad, el emplazamiento religioso más grande del mundo antiguo, tal vez el más grande de la historia, un lugar tan desmesurado que “parece diseñado para hombres de 30 metros de altura” como dijo Champollion, padre de la egiptología y responsable de descifrar la escritura jeroglífica gracias a la piedra Rosetta.

Estamos ante un grupo de templos y recintos religiosos de 30 hectáreas, algo así como 40 campos de fútbol. Pero no fue erigido a la vez, sino que se fue ampliando con el paso del tiempo, lo que explica su grandiosidad: nada menos que 30 faraones dejaron su sello en Karnak, desde el Imperio Antiguo hasta la época ptolemaica, 2000 años de ampliaciones.

El resultado es un conjunto de templos, pilares, colosos pétreos, patios, obeliscos y hasta un lago sagrado, una estructura que se puede dividir en seis recintos dedicados a una divinidad diferente. La avenida de los carneros da la bienvenida al visitante que accede a un gran patio porticado donde comienzan a aparecer las primeras estructuras arquitectónicas.

La gigantesca estatua de Ramsés II o el coloso de Pinedyem I, sumo sacerdote de Amón del siglo XI a.C., además de obeliscos como el de Hatshepsut o la gran sala hipóstila —con sus 100 metros de largo por 50 de ancho y más de 130 columnas, 12 de las cuales superan los 20 metros de altura—, son los lugares más venerados del “lugar más venerado”.

La orilla oeste de Luxor

Templo de Hatshepsut en la montañas en la orilla oeste de Luxor - Fuente: Depositphotos
Templo de Hatshepsut en la montañas en la orilla oeste del Nilo – Fuente: Depositphotos

El ambiente se vuelve mucho más misterioso en el lado oeste del Nilo, empezando por su orografía, más accidentada, y por la menor presencia de hoteles y restaurantes. Para cruzar al otro lado podemos tomar un ferry, una faluca —los clásicos barcos de vela egipcios—, un pequeño motorboat privado, o ir por carretera en autobús o taxi bajando hasta el puente de Luxor, al sur de la ciudad.

Pero la entrada más espectacular para conocer la vertiente oeste de la antigua Tebas es el camino que conduce hasta los colosos de Memnón, al otro lado del templo de Luxor en línea recta. Vamos dejando los hoteles atrás y vamos viajando atrás en el tiempo cuando aparecen ante nosotros esos colosos de casi 20 metros de altura y más de 700 toneladas de peso.

Pese a que están muy dañados, no hay que olvidar que tienen 3.500 años de edad… así que tienen derecho a estar como quieran. Pero es que al poco de construirse, un terremoto destruyó el templo para los que se esculpieron, en tiempos de Amenofis III: solo los monolitos quedaron en pie.

Colosos de Memnón - Fuente: Pixabay
Colosos de Memnón – Fuente: Pixabay

Cuenta la leyenda que los colosos podían cantar, un silbido provocado, probablemente, por el efecto del sol en los bloques de piedra que se expandían rozando unos con otros. Como el emperador romano Septimio Severo no pudo escuchar el “canto” ordenó reparar las grietas “silenciando” para siempre a los colosos.

Desde los colosos, todo el mundo se dirige hacia el Valle de los Reyes, hacia el oeste, pero antes, si vas bien de tiempo, tres joyas al sureste. Por un lado, la más conocida: el templo de Ramsés III, con sus más de 7000 metros cuadrados de paredes decoradas con relieves que nos cuentan el apogeo y caída de los Pueblos del Mar durante el reinado de Ramsés III

Cerca de este templo, un enclave menos popular porque no pertenece al Antiguo Egipto, pero muestra otra faceta de la historia egipcia: el monasterio copto de San Teodoro, una buena forma de acercarse a la historia de la Iglesia ortodoxa copta de raíz cristiana.

Ramesseum - Fuente: Unsplash
Templo de Ramsés III – Fuente: Unsplash

Y a cuatro kilómetros al sur, el templo de Isis en Deir el-Shelwit, un pequeño templo muy singular ya que es el único de la zona dedicado a Isis y no a la triada tebana encarnada por Amón, Mut y el hijo de ambos, Jonsu.

Tampoco nos podemos olvidar de visitar el Ramesseum, al norte de los Colosos, el templo funerario de Ramsés II, aquel faraón de la XIX dinastía que gobernó más de 60 años el Imperio siendo responsable del templo de Abu Simbel, uno de los grandes hitos de la arquitectura egipcia. Como lo es también el templo de Seti I predecesor de Ramsés II, al norte de la orilla oeste.

La necrópolis de Tebas

Tumba de Seti I - Fuente: Unsplash
Tumba de Seti I – Fuente: Unsplash

Pero el gran hito del Luxor West Bank es la necrópolis de Tebas, un gigantesco cementerio ubicado entre las colinas y los wadis (valles) de la orilla occidental y que está dividido en diferentes recintos mortuorios según la procedencia de sus moradores eternos: el Valle de las Reinas o Ta-Set-Neferu —Valle de las Bellas—, el Valle de los Nobles y Deir El-Medina, la ciudad de los obreros.

Esta última es una visita interesante para comprender el lado menos ampuloso de la cultura egipcia, la de la inmensa mayoría de habitantes del Imperio que vivían en recintos mucho menos suntuosos y sin considerarse dioses en vida, por supuesto. Pero aunque sus tumbas son mucho menos grandiosas, están decoradas con el mismo mimo, no en vano son los espacios funerarios de aquellos que construyeron y decoraron las tumbas de faraones y nobles.

En el Valle de las Reinas el lugar más visitado es la tumba de Nefertari (QV-66), la Gran Esposa Real de Ramsés II, descubierta a principios de siglo XX: incluye uno de los ciclos de pintura egipcia más espectaculares y mejor conservados de todo el Imperio.

Tumba de Nefertari - Fuente: Unsplash
Tumba de Nefertari – Fuente: Unsplash

Y qué decir del Valle de los Reyes, ese maravilloso monumento a la eternidad en el que se encuentran la mayoría de las tumbas de los faraones del Imperio Nuevo. Se compone, a su vez, de dos valles, el este —con el código KV en las tumbas— y el valle oeste —WV, West Valley—.

La tumba KV17 de Seti I es para muchos, la más bella, completa y profunda del Valle: con un longitud total de 140 metros y un área de 650 metros cuadrados, fue creada en el siglo XIII a.C. siendo descubierta en 1817.

Puede que te suene también la KV62, más conocida como tumba de Tutankamón, el mayor descubrimiento arqueológico del siglo XX por haber permanecido (casi) intacta durante más de 3000 años. Y decimos casi porque algunos historiadores señalan que fue parcialmente saqueada al poco de sellarse. Sea como fuere, es la tumba entre las tumbas del Antiguo Egipto.

Templo funerario de Hatsepshut

Templo de Hatshepsut - Fuente: Unsplash
Templo de Hatshepsut – Fuente: Unsplash

Y nos despedimos de Luxor en la que es una de las construcciones más sobrecogedoras de la historia de la humanidad, una obra maestra de la arquitectura de la Antigüedad construida en honor de una de las cinco únicas faraonas que dirigieron el Imperio: Hatsepshut, de la dinastia XVIII, aproximadamente entre el 1513 y el 1490 a.C.

¿Y por qué es este templo tan especial? Porque no hay nada igual en el mundo antiguo, a pesar de la influencia del cercano templo de Mentuhotep: tres terrazas escalonadas con columnatas de gran tamaño al que se accede a través de varias rampas, todo ello excavado en la roca caliza de la escarpada montaña. El resultado fue apaballuante dejando boquiabiertos a miles de visitantes de otras civilizaciones posteriores aportando una considerable influencia a la arquitectura grecolatina.

Se dice que el responsable fue Senenmut, arquitecto y canciller real en el gobierno de la faraona llegando a ser su mano derecha. Y él habría sido el responsable de su simbología: alineado con el templo de Amón en Karnak en la otra orilla evocando su eje central el trayecto diario del sol, ese sol sagrado para los egipcios que sigue iluminando el esplendor de Luxor 3500 años después.