Es una de las obras artísticas más famosas de la historia, el punto culminante del Renacimiento italiano… y un imán para viajeros. Visitar Roma y no acudir al Vaticano para conocer la Capilla Sixtina es impensable para la mayoría de turistas. Y es que esta sala con más de 1000 metros cuadrados de pinturas sobrepasa cualquier consideración cultural y artística: la Capilla Sixtina es una leyenda. Y como buena leyenda contiene numerosos secretos y misterios que, desde hace siglos, han entusiasmado a los visitantes. A continuación, recopilamos algunos de esos secretos que custodia la Capilla Sixtina.
La ‘decimosexta’ capilla
Hace unos años, Justin Bieber fue trending topic por referirse a esta sala como ‘Sixteenth Chapel’ en vez de Sistine Chapel. El chico, como muchos visitantes del Palacio Apostólico del Vaticano, desconocía que el nombre procede del papa Sixto IV, que ordenó su restauración a finales del siglo XV, incluyendo obras de Botticelli o Perugino, poco antes de que Miguel Ángel recibiera el encargo de su vida.
Antes de la restauración sixtina, se había denominado Capilla Magna siendo originalmente una capilla de la fortaleza vaticana. Por cierto, dos años después de su metedura de pata, Bieber pagó 20.000 dólares por una visita privada al Vaticano… que, por supuesto, incluyó una visita a la ‘Decimosexta Capilla’.
La Capilla estará terminada cuando la acabe
Si la Capilla Sixtina es leyenda se debe, esencialmente, a que por allí pasó en dos ocasiones un tal Miguel Ángel, posiblemente el artista más importante de la historia. Tacaño, colérico, enamoradizo, envidioso, hiperestésico, contradictorio, soberbio y absolutamente prodigioso, Miguel Ángel ha pasado a la historia como un mito del arte gracias también a la cantidad de cartas y textos que dejó escritos lo que ha permitido acercarse a su personalidad con mayor objetividad que en el caso de otros contemporáneos.
Cuando Miguel Ángel recibió el encargo de la bóveda por parte de Julio II la aceptó a regañadientes, como en él era habitual. Miguel Ángel era un negociador duro que no necesitaba representante. Pero casi siempre tenía la sartén por el mango porque en Roma eran conscientes de su extraordinario talento y su legendaria capacidad de trabajo.
Pese a que la leyenda nos ha mostrado a Miguel Ángel como un huracán capaz de llevar la contraria al mismísimo representante de Dios en la tierra, es muy probable que en realidad se contuviese un poco más. Pero para la historia quedó aquella frase que espetó a Julio II cuando este le preguntó, ansioso por ver el final de la obra, que cuándo estaría finalizada: “Estará terminada cuando la acabe… Su santidad”.
El cerebro de la Capilla Sixtina
En 1990, el doctor Frank Lynn Meshberger presentó un estudio en el que sugería que la famosa representación de la Creación de Adán era un símbolo del cerebro humano. A partir de entonces han crecido las teorías que apuntan a que toda la Capilla Sixtina sería un homenaje al cerebro.
Unos años más tarde, Ian Suk y Rafael Tamargo apoyaron la teoría de Meshberger al señalar que un presunto ‘error’ de Miguel Ángel al dibujar el cuello de Dios en el panel de la Separación de la luz de las tinieblas no era tal, sino que el artista estaba representando la glándula pineal. Y es que un tipo que ya diseccionaba cadáveres sin haber cumplido la mayoría de edad para aprenderlo todo sobre anatomía nunca cometería un error de esa magnitud en una figura tan importante.
El ‘castigo’ del Juicio Final
Dicen que segundas partes nunca fueron buenas, pero cuando Clemente VII acude a Miguel Ángel para que, casi un cuarto de siglo después de que terminara la bóveda, pintara el altar, el artista florentino, que no movía un dedo sin quejarse primero, decidió volver a regañadientes al ‘lugar del crimen’. Durante años se quejó amargamente de la que ‘le había caído’ por tener que pintar la bóveda… y ahora repetía castigo. Pero una vez hecho su show, Miguel Ángel ponía los cinco sentidos —y algunos más que debía tener— en la obra, que a la postre se convertiría en otra cima de la historia del arte.
Una composición que crea una en una sensación centrífuga en la que unas figuras suben por la izquierda —los que van ser juzgados— mientras que los condenados bajan por la derecha al infierno. En el centro, como eje en torno al que gira toda la composición, Cristo Juez ilustrado como Dios justiciero sin un ápice de piedad. Y a los pies de Cristo, el autorretrato de Miguel Ángel en la piel despellejada de San Bartolomé: el artista, en perpetua crisis de fe, mostraba así su tendencia al masoquismo. Aunque también hay quien dice que la explicación de este autorretrato tiene que ver con su aversión a pintar: hacer aquel Juicio Final era como morir despellejado…
Il Braghettone y su ‘licencia para tapar’
Cuando en 1541 se muestra por vez primera de forma pública el Juicio Final la admiración y la vergüenza son las dos sensaciones predominantes entre los visitantes. Muchos quedan extasiados ante la poderosa composición de Miguel Ángel, pero otros se sofocan ante la cantidad de desnudos que aparece frente a ellos. Hay que tener en cuenta que estamos en el siglo XVI, en plena época del Concilio de Trento que abogaba por endurecer el dogma católico frente a la Reforma Protestante… y que esto es el Vaticano, la casa de Dios en la tierra para los católicos.
Pero el artista era Miguel Ángel y sería difícil (por no decir imposible) pedir al artista más altivo de toda Italia que tapase las partes pudendas de sus figuras y más contando con el apoyo del papa. Pero los papas cambian y una vez llegó Pío V, iniciador de la Contrarreforma romana, poner fin a la lujuria de la Sixtina se convirtió en objetivo prioritario. Y entonces acudieron a Daniele da Volterra, discípulo de Miguel Ángel para que ejecutara uno de los trabajos más insidiosos de la historia del arte: modificar la obra de un genio, amigo y mentor.
Cuenta la leyenda que fue el propio Miguel Ángel, ya en su lecho de muerte, el que concedió a Volterra ‘licencia para tapar’: era consciente de que una vez muerto ya nadie podría detener a los contrarreformistas empeñados en cubrir genitales humanos. Así que el artista florentino prefirió que, al menos, lo hiciera un amigo. Volterra pagó su ‘favor’ pasando a la historia como Il Braghettone (El Pintacalzoncillos).
La polémica restauración de los frescos de la Capilla
Entre 1980 y 1999 se llevó a cabo una de las restauraciones más complejas de la historia del arte moderno liderada por Gianluigi Colalucci. Rápidamente aparecieron voces críticas que apelaban a una conservación en vez de una restauración que, amparados en el anhelo de devolver los frescos a su aspecto original, alteraran la esencia del trabajo miguelangelino. Tras la restauración, la Capilla brilló con un esplendor cromático que no se conocía desde hacía muchas décadas. Pero algunos expertos consideran que ese aspecto brillante, que tanto impacta al visitante actualmente, no es el original concebido por el artista.
La Sala de las lágrimas
Sin duda alguna no es mal sitio para reunirse y tomar decisiones importantes. Seguro que el bueno de Miguel Ángel esbozaría una sonrisa socarrona si supiera que desde 1870 la Capilla Sixtina es la sede del cónclave en la que los cardenales eligen al papa. Desde allí se conduce al nuevo papa a la sacristía, un espacio contiguo a la Capilla conocido como Sala de las lágrimas: cuentan que todos los papas lloran al conocer que serán el nuevo Santo Padre de la Iglesia católica.
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