Toda la corte portuguesa arrodillándose a besar la mano de una mujer muerta coronada como reina. Esa es la escena más truculenta de la leyenda de Inés de Castro que marcó un hito en la historia de Portugal.
Una joven gallega de familia noble cuya relación prohibida con el heredero al trono ocasionó un terremoto político y una guerra civil. Asesinada por los rivales de su pareja, el príncipe Pedro, Inés ‘volvió’ de la ultratumba para ser coronada como reina y dormir para la eternidad junto a su gran amor en el monasterio de Alcobaça.
Inés y Pedro, un amor prohibido
Poco se sabe de la infancia y primera juventud de Inés que debió nacer en 1320 en A Limia (Ourense). Lo que sí es seguro es que tuvo una exquisita formación al proceder de la poderosa Casa de Castro emparentada con los reyes de Castilla.
Tras permanecer en Peñafiel (Valladolid) en la corte de Juan Manuel —el conocido como infante-poeta por su producción literaria— viaja con poco más de 20 años a la corte portuguesa como dama de compañía de su prima Constanza Manuel, hija del propio Don Juan Manuel.
Y es entonces cuando la historia comienza a mezclarse con la leyenda. El infante Pedro, heredero al trono de su padre Alfonso IV de Portugal, comienza a relacionarse con aquella joven gallega recién llegada y que cuenta con su misma edad.
Por supuesto, las relaciones extramaritales de los reyes medievales no eran algo inusual, pero lo de Pedro con Inés no fue un simple escarceo. Pedro e Inés se enamoran, pero el futuro rey está prometido a Constanza.
Cuando cinco años después la infanta heredera muere al dar a luz uno de sus hijos, Inés y Pedro ya no ocultan su amor y se instalan juntos en el Monasterio de Santa Clara-a-Velha en Coímbra donde tendrán cuatro hijos.
No está claro que la pareja se casara oficialmente, condición indispensable para que Inés pudiera ser coronada como reina, pero la crisis política en Portugal ya estaba servida: el rey y padre de Pedro Alfonso IV y la corte portuguesa no toleraban esa relación por la vinculación de Inés con los reyes de Castilla. De hecho, Pedro ya se rodeaba de nobles castellanos de la órbita de Inés que actuaban como consejeros.
En el futuro, los hijos de Inés y Pedro podrían reclamar el trono entrando en conflicto con Fernando I, hijo de Constanza —que, a pesar de ser un joven enfermizo, terminaría reinando—. En el peor de los casos, Portugal podría ser anexionada a Castilla como consecuencia de esta relación. Así pues, Alfonso IV y su núcleo duro deciden tomar una decisión drástica…
El asesinato de Inés de Castro
Estamos en 1355. Inés y Pedro han mantenido una relación de ya casi 15 años y cuatro hijos. A pesar de todo, Pedro sigue siendo el príncipe y mientras su padre viva no alcanzará el poder. Lo que probablemente no sospeche Pedro es que los planes de su padre son mucho más siniestros que una simple negativa a aceptar su relación con Inés.
Pocos meses antes, Alfonso IV ha trasladado la corte de Coímbra a Montemor-o-Velho, poniendo tierra de por medio con el lugar en el que vive su hijo y su amada. El 7 de enero, tres caballeros de la Corte —Diogo Lopes Pacheco, Pero Coello y Alvaro Gonçalves— acuden de incógnito a la Quinta das Làgrimas de Coímbra donde residía Inés de Castro. Burlan la guardia y dan muerte a la futura reina.
Cuando Pedro se entera, jura venganza y se levanta en armas contra su padre. Durante dos años, Portugal es escenario de una guerra civil entre padre e hijo, entre dos facciones enfrentadas por el futuro de la Corona portuguesa.
Cuentan que Pedro y sus huestes devastaron el territorio entre el Duero y el Miño como venganza por el complot para matar a su gran amor. Pero Pedro no descansaría hasta coronar a Inés como reina de Portugal, aunque tuviese que sacarla de su tumba…
Inés de Castro, reina cadáver
El 28 de mayo de 1357, Alfonso IV el Bravo muere con 66 años. Pedro I es reconocido oficialmente como rey. Ya con el poder en sus manos, ordena la muerte de los caballeros que asesinaron a Inés. Pero no cualquier muerte: a Pedro Coello —que había sido tutor de Pedro— le arrancaron el corazón por el pecho. A Alvaro Gonçalves se lo arrancaron por la espalda. Diogo Lopes logra salvar su corazón atrincherándose en la corte papal de Aviñon.
Pero Pedro aún tenía un compromiso que cumplir: le debía una corona a Inés. Cuenta la leyenda que el rey ordenó que sacaran a su amada de la tumba y, en avanzando estado de descomposición —no olvidemos que habían pasado, como mínimo, dos años y medio de su muerte—, la vistió de gala, le puso una corona y la sentó en el sillón del trono. Exigió a toda la corte portuguesa que desfilara ante ella y le besara la mano: es la escena culminante de esta siniestra epopeya legendaria.
Pero, ¿ocurrió realmente? ¿Inés fue coronada como ‘reina cadáver’? Las crónicas oficiales no citan este episodio. Lo más probable es que fuese una dramatización de los hechos reales. Y es que en Portugal existía la costumbre de besar la mano de los reyes difuntos.
Además, durante los siglos XIV y XV, las figuras de los reyes difuntos eran modelados en cera colocándose de forma temporal en sus túmulos funerarios como homenaje. Tal vez lo que adoró la corte portuguesa fue esta reproducción de cera de Inés que, posteriormente, la literatura convirtió en reina cadáver.
Porque lo que es incontestable que esta historia ha hecho correr ríos de tinta seduciendo a millones de personas en múltiples obras. Desde poemas de Ezra Pound a obras de teatro de Lope de Vega o Alejandro Casona, sin olvidarnos de pinturas, óperas y, por supuesto, más recientemente, películas.
Hoy, los restos de Inés de Castro descansan en una tumba de mármol blanco del monasterio de Alcobaça frente a la tumba de su gran amor. Pedro —que murió 12 años después que Inés— ordenó que ambos catafalcos se tocarán los pies de forma que el día de la ‘resurrección’, al levantarse, ambos se vieran las caras.
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