Decir que un destino es uno de los más bellos del mundo suena a publirreportaje: es como cuando hablas de que tal o cual lugar es el “paraíso”. Hay tantos paraísos en la Tierra que Adán y Eva lo tendrían difícil si volvieran buscar de nuevo el jardín del Edén por estos lares. Pero si Lanzarote no es una de las islas más bonitas del Atlántico… que baje Dios y lo vea.
Cualquier viajero que haya pisado esta tierra en alguna ocasión habrá reparado en su particular encanto: un sublime paisaje volcánico salpicado de pueblos níveos y un cielo infinito que descansa sobre el mar.
Cuando en 1966 César Manrique regresa definitivamente a su tierra tras pasar una temporada en Nueva York, decide que Lanzarote será su hogar, por los siglos de los siglos. El artista, que había nacido en Arrecife en 1919, se hallaba en plena fase de maduración estilística. Su vuelta a la isla sería clave para su arte y fundamental para el futuro de Lanzarote.
Dicen de Manrique que fue uno de los primeros ecologistas de la historia capaz de visualizar antes que la mayoría los efectos devastadores del turismo masivo en el territorio. “¡Qué ejemplo de arquitectura, esto es una vergüenza!” En muchas de sus apariciones públicas, Manrique no dudaba en atacar algunas de las construcciones que iban proliferando en Lanzarote y que eran un reflejo de lo que sucedía en el resto de España. Ya se sabe: años 60, boom turístico, suecas y Alfredo Landa… y muchos, muchos proyectos urbanísticos caracterizados por un salvaje desenfreno constructivo.
Pero en Lanzarote no. César Manrique pasaría el resto de su vida bregando con las autoridades para tratar de enfocar el turismo desde una perspectiva más racional y respetuosa con el territorio y sus habitantes. Para ello, no dudo en aliarse con personajes de la talla de Manuel Fraga, por entonces ministro de Información y Turismo y de su amigo Pepín Ramírez, presidente del Cabildo de Lanzarote. En ocasiones, las amistades peligrosas dan buenos frutos.
El artista canario no solo logró convertirse en una especie de asesor del Gobierno de la isla, sino que recibió autorización para algunos proyectos que marcarían un hito en la intervención paisajística a nivel mundial. Efectivamente, Manrique se erigió en una figura clave en la integración del arte en la naturaleza.
El Taro de Tahíche, su primera casa en Lanzarote tras su retorno, fue la base de muchos de sus proyectos posteriores. Manrique estaba obnubilado con la lava volcánica, un material que había llevado a muchos de sus lienzos informalistas. Pero ahora era el momento de ir un poco más allá: construyó su casa sobe una burbuja volcánica que encontró en la zona de Tahíche. Hoy es la sede de la Fundación César Manrique y constituye una de esas visitas obligadas para el turista ofreciendo además una jugosa colección de arte contemporáneo.
A finales de los 60, la incontinencia creativa de Manrique le lleva a idear los Jameos del Agua, un espacio natural y multidisciplinar en el municipio de Haría —zona en la que Manrique se construiría una segunda casa un tiempo después— que se siguió ampliando durante varios años. El artista canario inaugura así su serie de intervenciones espaciales que tenían por objetivo atraer la mirada del visitante hacia la esencia de la naturaleza lanzatoreña.
Años más tarde llegaría una de sus obras más ambiciosas y espectaculares: el Mirador del Río situado al norte de la isla. Un ejemplo de cómo el arte y el respeto por la naturaleza no tiene por qué estar reñidos con una sostenible explotación turística. Al fin y al cabo, Manrique siempre pensó en el espectador, en el visitante, en el viajero. Este mirador excavado en el acantilado aprovechando una antigua batería antiaérea es otro maravilloso hito de la isla ofreciendo espectaculares panorámicas.
César Manrique seguiría trabajando en algunos proyectos fuera de Lanzarote —como su curiosa colaboración en el diseño del Centro Comercial La Vaguada de Madrid, uno de los más frecuentados de la capital— pero la isla se mantendría como su principal fuente creativa. Poco antes de su muerte finaliza el Jardín de Cactus, otro peculiar homenaje a la naturaleza lanzatoreña.
Mientras se ha cumplido el centenario del nacimiento del artista que se ha celebrado con diferentes actos —en marzo de este año el aeropuerto ha cambiado su nombre de forma oficial por el de Aeropuerto César Manrique— la isla sigue su pausado ritmo de vida: el paraíso terrenal de Lanzarote ha sabido lidiar —más o menos— con el turismo masivo sin perder su esencia. Pero, por si la isla se tuerce, el espíritu de César Manrique se mantendrá vigilante…
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