No tenemos ninguna duda. Alguna vez en tu vida habrás bebido champán. Sea para acompañar los festejos de fin de año, o para celebrar una buena noticia en familia. El champagne siempre está ahí para darle un sabor especial a los mejores momentos, aunque no todos conocen su historia. Justamente, por eso, en las siguientes líneas vamos a relatarla con lujo de detalles.
Lo primero que se debe mencionar acerca del origen del champagne, y es que nada tiene que ver con las incesantes búsquedas de un producto de características específicas, como ha ocurrido con otras bebidas históricas famosas. El champagne surgió casi por casualidad, y eso es lo más maravilloso.
La historia del champán
Cuenta los eruditos que, allá por la Edad Media, únicamente los nobles y los integrantes de la Iglesia tenían acceso a los vinos de mejor calidad. Era una cuestión feudal, estas clases sociales se ubicaban por encima del “pueblo”, eran las elegidas por Dios como representantes sobre la Tierra, y también los encargados de la consagración en las misas. Por eso controlaban esta bebida tan demandada.
Ahora bien, todo comenzaría a cambiar gracias a los reyes de Francia. Concretamente, el primero en torcer el rumbo de los hechos fue Clodoveo I, consagrado por el obispo de Reims, la localidad más importante de la región de Champagne. Convertido al catolicismo, rápidamente el vino se transformó en un elemento imprescindible en sus banquetes, fiestas y eventos reales.
Durante siglos, sus sucesores fueron consagrados por distintos obispos pero siempre en Reims, dando lugar a fastuosos encuentros entre los más agraciados integrantes de la sociedad francesa, quienes se bañaban con los mejores vinos de esas pródigas provincias. De más está decir que eso generó un indisimulable afán de superación entre los productores de aquella zona.
Sin embargo, no fue sino hasta finales del siglo XVII que los vinos se volvieron efervescentes, y con eso dieron lugar a la institución del champagne. Y aunque no lo recuerdes, es muy probable que sepas a quién le debemos esa tradición. Hablamos del monje benedictino Dom Pierre Pérignon.
Fue él quien, en el año 1693 produjo los primeros litros de champagne, incluso sin saber lo que estaba aconteciendo. Por su parte, se dedicaba a probar nuevos sistemas de preparación de la vid que eliminaran más rápidamente las burbujas que se generaban durante la fermentación. Frustrado, y harto de no obtener resultados, se decidió a probar ese caldo. Inmediatamente quedó encantado. El champagne acababa de inventarse como tantas otras cosas, por un hecho fortuito.
El secreto de esta variante
Evidentemente, el proceso para conseguir champán difiere del que se utiliza para lograr vino. Todo depende de un simple cambio: cuando la preparación se almacena, durante el proceso de fermentación, en barricas, el gas tiende a escaparse. Pero si se guarda en botellas, entonces queda retenido formando parte del líquido. Esto le da ese carácter tan particular que se ama o se odia.
A través de esta cadena adoptada desde aquel descubrimiento histórico, el champán pasa por una doble instancia de fermentación. La primera de ellas, en cubas de madera. La segunda, en las botellas, donde por costumbre y para asegurar la calidad final, debe permanecer al menos dos años.
Desde luego, entre aquella experimentación inicial de Dom Pierre Pérignon hasta los días que corren, el trabajo de los productores de champagne ha sufrido varias modificaciones. Ya en ese momento se buscó la mejor mezcla de uvas, la que brindara el sabor más agradable. También se decidió incorporar un corcho sujeto con un cordel de cáñamo y un vidrio más grueso, para asegurar que los muchos meses de fermentación no pudieran destruir la botella antes de que fuera abierta.
Una bebida rodeada de mitos
No pasarían demasiados años hasta que la alta alcurnia francesa se aficionara a esta bebida burbujeante, lo que ha dado espacio a toda clase de especulaciones. Por ejemplo, la que dice que Madame de Pompadour consumía media botella por día, y que un artesano de la corte del reino diseñó una copa que se asemejaba a la forma de su cuerpo, más precisamente de sus pechos.
Asimismo, hay leyendas que otorgan protagonismo a otros pueblos más allá del francés en lo que a la industrialización del champagne se refiere. Unas insisten en que fueron los ingleses los que añadieron los vidrios más gruesos para las botellas. Otras, que los rusos tienen el mérito de haber sido los primeros en gasificar los vinos, ya que pretendían conseguir versiones más dulces.
¿Y por qué festejamos con champán?
Si eres un asiduo del deporte y, sobre todo, del automovilismo, habrás visto que es habitual que el piloto que gana una carrera, se encarga de descorchar un champán y rociar a la multitud que festeja debajo suyo. Pero, ¿te has preguntado con qué se corresponde esta práctica tan llamativa?
Al parecer, todo comenzó a mediados de 1907, cuando el periódico galo Le Matin organizó una competición bastante fuera de lo normal. Había que llegar desde París a Pekín. Sólo se registraron cinco participantes, y los registros señalan que el triunfador fue el príncipe Scipione Borghese. El público presente en la meta le habría alcanzado una botella de champagne, que abrió en medio de la algarabía.
Posteriomente y durante décadas, esta bebida participó de los circuitos europeos, pero en un rol más secundario, ya que la popularidad absoluta le llegaría en 1967, cuando el piloto Dan Gurney, que acababa de imponerse en las míticas 24 horas de Le Mans, no pudo contener la euforia y agitó una botella de champagne hasta abrirla, provocando el delirio de sus seguidores. Desde esa jornada, y por casi medio siglo, se ha incorporado naturalmente a las celebraciones deportivas.
Sea como fuere, el champán ha atravesado siglos de historia hasta convertirse hoy en día en uno de los grandes protagonistas de nuestras vidas, desde grandes gestas deportivas hasta pequeños agasajos hogareños. Pero, lo que no se puede negar, es que siempre está en los mejores momentos.
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