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Miles de litros diarios de agua, hasta 80 metros cúbicos por segundo, caen más de 30 metros y avanzan por un estrecho desfiladero: dos saltos de agua, uno de 11 metros y otro de 21 metros sobre una grieta de 20 metros de ancho y 2,5 kilómetros de largo. Es la cascada de Gullfoss, uno de los monumentos naturales más visitados de Islandia.

Pero lo que muchos visitantes de la cascada dorada desconocen es que estuvo a punto de desaparecer cuando un grupo de inversores extranjeros quiso construir una presa en el río Hvitá que ofrece sus aguas a Gullfoss. Hasta que Sigríður Tomasdóttir, la hija del propietario de las tierras, puso todo su empeño en evitar la desaparición de este símbolo natural islandés. Esta es su historia.

Sigríður Tomasdóttir, la mujer y la tierra

Gullfoss
Cascada de Gullfoss – Fuente: Depositphotos

“El hombre que vive de su tierra es un hombre independiente. Es su propio amo. El que logra mantener vivas sus ovejas durante el invierno, vive en un palacio”. Este concepto de independencia se repite incesantemente en el libro Gente independiente de Halldór Laxness, la obra cimera del premio Nobel de literatura en 1955.

Y de alguna forma, es una idea que explica el carácter del islandés, extraordinariamente apegado a su tierra, que es la que le da la vida y la que forja su temperamento. Porque las ovejas ya no son el principal sustento del islandés, pero la tierra sigue siendo el gran tesoro del país. Sin tierra, no hay Islandia, no hay islandeses.

Y eso lo sabía muy bien Sigríður Tomasdóttir, cuando a principios de siglo XX —época en la que está ambientada la novela de Halldór Laxness— se opuso vehementemente a la construcción de una presa en el río Hvitá porque ello suponía alterar para siempre uno de los monumentos naturales más impactantes del país.

Sigríður Tomasdóttir nació en 1871 en Brattholt, una solitaria granja en el sureste de Islandia, a más de 100 kilómetros de Reikiavik. Era hija de Tómas Tómasson, un criador de ovejas volcado en su trabajo como tantos otros islandeses que habían decidido ser sus “propios amos”.

Pero cuando vives de la tierra estás expuesto a diversas vicisitudes, desde la climatología adversa —y cuando la climatología en Islandia es adversa, es adversa de verdad—, hasta las lombrices que arrasan con el ganado, pasando por el espíritu de Kolumkilli, uno de los muchos espectros que “habitan” en las profundidades de los páramos y los marjales islandeses.

Gullfoss
La cascada de Gulfoss en invierno – Fuente: Unsplash

Porque si las ovejas no pasan el invierno, el palacio rural de los agricultores islandeses se puede convertir en un chamizo condenado, hambriento y miserable. Cuando Tómasson recibió la visita de un equipo de inversores extranjeros, muy sonrientes y amables, les abrió de par en par las puertas de su palacio.

Porque los islandeses también son famosos por su hospitalidad: al fin y al cabo, las granjas del interior islandés eran también refugios para aquellos peregrinos que se adentraban en uno de los territorios más inhóspitos de Europa, cuando el único medio de transporte era el caballo… o los pies.

Pero estos señores llegados de las Islas Británicas no tenían mucha pinta de rudos peregrinos. A buen seguro que Tómasson les ofreció café negro como la noche y una pulgarada de rapé antes de decir: “hablemos de negocios”. Y los inversores hablaron. Y Tómasson pensó: “tal vez pueda ser un poco más independiente si arriendo mis tierras a estos tipos”.

Pero la idea no gustó mucho a su hija Sigríður. Para ella existía algo más que la independencia financiera. Porque la cascada de Gullfoss era legalmente suya, pero simbólicamente pertenecía a todos los islandeses. Y se puso manos a la obra para evitar que este tesoro natural se perdiese para siempre.

“Si se construye la presa, me tiro por la cascada”

Gullfoss
Cascada de Gullfoss – Fuente: Unsplash

Cuando Sigríður Tomasdóttir murió en 1957 con 83 años de edad, las autoridades del país nórdico contactaron con el escultor Ríkarður Jónsson para rendir homenaje a la fallecida: un relieve de su rostro figura en un pequeño monolito en la cascada de Gullfoss.

Y es que para la mayoría de islandeses no hay duda: Sigríður Tomasdóttir es una de las primeras ecologistas del país, una de las pioneras en la defensa a ultranza del patrimonio natural de Islandia. De hecho, cuentan que, junto a sus hermanas, actuaba como una suerte de guía del puñado de viajeros que llegaban a su granja para presenciar el espectáculo de Gullfoss.

Pero como buena historia convertida en leyenda, el relato de Sigríður Tomasdóttir tiene un punto de epopeya. ¿Hasta qué punto su oposición a la construcción de la presa fue relevante para la salvación de Gullfoss?

Cuenta el “evangelio apócrifo” de Sigríður Tomasdóttir que invirtió todos sus ahorros en contratar al abogado Sveinn Björnsson para que investigara el contrato de su padre con los inversores. Si Sigríður Tomasdóttir tenía un don para defender la naturaleza también lo tenía para descubrir talentos porque Sveinn Björnsson se convertiría décadas más tarde en nada menos que el primer presidente de Islandia.

Gullfoss
Monumento a Sigríður Tomasdóttir en Gullfoss – Fuente: Wikipedia

Björnsson concluyó que el contrato para la explotación de los terrenos en torno al río Hvitá debía cancelarse, pero la resolución del juicio no supuso el fin de la amenaza para Gullfoss. No obstante, Tomasdóttir había logrado una gran publicidad para su defensa: la hija del granjero se ganó el corazón de Islandia.

Y fue así como se empezó a forjar la leyenda sobre Sigríður Tomasdóttir, aquella joven heroína que había recorrido a pie los más de 100 kilómetros que separaban su granja de Brattholt de Reikiavik para reunirse con funcionarios del gobierno. Aquella mujer independiente, dueña su tierra y protectora del alma islandesa, que había amenazado con arrojarse a la cascada si se consumaba la presa.

Pero Sigríður Tomasdóttir no tuvo que perder la vida por la defensa de Gullfoss. Los inversores extranjeros se echaron atrás dudando, al parecer, de la viabilidad de la obra sin un desarrollo industrial paralelo en la zona. No pagaron las cantidades acordadas y el contrato se canceló. Gullfoss siguió rugiendo y Sigríður Tomasdóttir pudo descansar.

Gullfoss
Cientos de turistas visitan Gullfoss – Fuente: Unsplash

Finalmente, sí que el terreno de la cascada dorada sería vendido, pero al estado islandés, que desde la década de los 50 comenzó a protegerlo, consciente de que muchos de estos tesoros naturales podían ofrecer otro tipo de rentabilidad: la turística.

Más de un siglo después de que Sigríður Tomasdóttir se convirtiese en heroína de la defensa medioambiental, Islandia sigue siendo un ejemplo de las complejas —y prácticamente insostenibles— relaciones entre explotación energética y medioambiente. Para unos, es el modelo de energía sostenible para el mundo; para otros, una tierra amenazada: ¿qué opinaría Sigríður Tomasdóttir?