Hubo un tiempo en el que las costas del Mediterráneo occidental se estremecían con tan solo oír el nombre de Barbarroja. Pero detrás del nombre del corsario más famoso del siglo XVI —con permiso de Francis Drake— se escondían dos hermanos, Aruj y Hızır, ambos al servicio del Imperio otomano. Gracias a su extraordinario dominio de la navegación, osadía y ferocidad, facilitaron al Imperio el dominio del Nostrum Mare. Esta es la historia de Barbarroja, el azote del Mediterráneo.
El origen de Barbarroja
Cuentan que la Armada turca mantiene viva la tradición de visitar el mausoleo de Hızır bin Yakup en Estambul, el menor de los Barbarroja, antes de las grandes expediciones tal y como hizo durante siglos la Marina Otomana. Es una forma de rendir tributo a uno de los grandes navegantes de la historia de Turquía.
Pero tanto Aruj como Hızır, y otros dos hermanos más, nacen en Lesbos, la isla que actualmente pertenece a Grecia. Hijos de un albanés y una madre cristiana —se dice que era una andaluza que llegó a Lesbos como botín de una escaramuza pirata—, comenzaron su aprendizaje en el mar como comerciantes. En 1499, su barco cae en manos de los caballeros de San Juan: en la batalla, el hermano menor de los Barbarroja muere y Aruj, el mayor, cae prisionero.
Cuentan las crónicas que durante los dos años que Aruj estuvo como prisionero remando en una galera con un pie encadenado juró venganza contra los cristianos. Y bien que se la cobraría durante el resto de su vida. Finalmente, Aruj consigue escapar con ayuda de Hızır que termina localizando a su hermano. Acto seguido, ambos se ponen al servicio del Imperio otomano como corsarios que, a diferencia de los piratas, trabajaban bajo el amparo de un gobierno a través de la célebre patente de corso que les permitía arrasar ciudades y cometer todo tipo de fechorías… en nombre de un estado.
Aruj Barbarroja: el corsario del brazo de hierro
La primera misión oficial de Aruj es la defensa del comercio otomano de los corsarios de la isla de Rodas tras lo cual viajó hacia el oeste para tomar la isla de Jerba en Túnez, en la primera de muchas batallas contra el poderoso Imperio español que durante la primera mitad del XVI sumaba numerosas posesiones en buena parte del Mediterráneo occidental, tanto en Europa como en África. Los Barbarroja llegan a un acuerdo con el sultán tunecino que les permitía establecerse en el puerto de La Goleta a cambio de un tercio del botín obtenido.
Entre 1504 y 1510, el nombre de los Barbarroja comienza a sonar con fuerza en España. Por un lado, se convierte en un mito para los miles de mudéjares expulsados de la península tras al decreto firmado pocos años antes por los Reyes Católicos: los barcos de Aruj son los encargados de conducir a estos refugiados a territorios en el norte de África. Muchos de ellos se enrolarán posteriormente en la Armada otomana o en los navíos corsarios para devolver el golpe al imperio que los había expulsado de sus hogares.
Además, los Barbarroja se comienzan a convertir en la peor pesadilla del litoral español: se decía que Dios los había hecho invulnerables al filo de la espada o que habían firmado un pacto con el diablo para que sus barcos fueran invisibles. Por supuesto, no había nada de eso: los Barbarroja era geniales navegantes, intrépidos capitanes y sanguinarios guerreros. Ni más, ni menos.
La prueba de que los Barbarroja no eran invulnerables llega en 1514 cuando Aruj pierde un brazo en el asedio a Bugía en Argelia. Es en la actual capital del país norteafricano cuando Aruj —que, según las crónicas, se hizo fabricar un brazo de hierro con mano de plata… en vez de garfio— agranda su leyenda. El mayor de los Barbarroja arrebata el poder en Argel a los españoles, liquida —literalmente— al sultán local, estableciendo en esa ciudad su propio sultanato y su nueva base de operaciones, siempre bajo el amparo del Imperio otomano.
Hızır Barbarroja: el sultán del Mediterráneo
Cuentan que el final de Aruj llegó también de forma novelesca, cuando sacrificó su vida por sus hombres en la defensa de Tremecén en 1518, cuando los españoles comandados por el marqués de Comares realizaron un violento contraataque en la ciudad argelina: el capitán Don García Fernández corta la cabeza del corsario para asegurar en España que el mito ha caído.
Pero lo que no sospechaban en la corte de Carlos V, el cual estaba a punto de llegar al poder en España, es que otro Barbarroja tomaría las riendas de la actividad corsaria de Aruj: el hermano menor Hızır, siempre a la sombra de Aruj, que ahora tendría su gran oportunidad. Y no la desaprovecharía heredando también el apodo de su hermano, además de Jaireddín, ‘defensor de la fe’.
Desde 1518 hasta 1534, Hızır Jaireddín se convirtió en el dueño y señor de las aguas del Mediterráneo superando a su hermano tanto en conquistas como en relatos legendarios favoreciendo el dominio del Imperio otomano sobre las aguas del Nostrum Mare hasta 1571, fecha de la batalla de Lepanto.
No solo continuó transportando mudéjares españoles a África, sino que sus embarcaciones conquistaron Rodas, Gibraltar o Cabrera haciendo numerosas incursiones en el Mediterráneo occidental incluyendo Cerdeña y el resto de las Baleares.
Tal fue el éxito de Hızır que el mítico sultán Solimán el Magnífico lo nombró Kaptan-ı Derya, almirante de la flota de la Armada otomana: Barbarroja dejaba de ser un cosario al servicio de un estado para convertirse en la máxima figura militar de un Imperio. Su primera misión como almirante lo llevó a arrasar las costas de Calabria, saqueando Capri y Procida, incluso haciendo temblar la mismísima Roma que se vio obligada a tocar las campanas de las iglesias en señal de alarma.
Al año siguiente sufre una importante derrota en Túnez ante el Imperio español: Hızır tampoco era invencible, por poco consigue escapar a su base de operaciones en Argel. Pero al igual que su hermano mayor, Hızır también sabía cocinar venganzas a fuego lento: sus barcos navegan hasta Menorca que sufre uno de los peores saqueos de su historia, siendo asesinada o esclavizada buena parte de su población.
En 1538 se forma la Liga Santa entre el Papado, España, Venecia, Malta y Génova que forman una flota de 300 embarcaciones para hacer frente al poder otomano. Ni con esas: Barbarroja vence a pesar de tener la mitad de barcos en el mar.
Dicen que si no puedes con tu enemigo únete a él: en 1540, el desesperado Carlos I le ofrece a Barbarroja el puesto de Almirante en jefe y la gobernanza de los territorios españoles en el Norte de África, pero Hızır rechaza la oferta. Furioso, el emperador en persona dirige una campaña en Argel para acabar con el mito de los Barbarroja. Agua. Una violenta tormenta se alía con Hızır que evita una masacre naufragando buena parte de la flota española. ¿Tendría también Barbarroja el poder de dominar los elementos?
El legado de los Barbarroja
En la siempre compleja red de alianzas europea, la cristiana Francia decide asociarse al musulmán Imperio otomano para hacer frente al enemigo común: España. Niza bien vale una misa y Hızır termina su servicio conquistando la ciudad de la actual Costa Azul además de asediar San Remo, Mónaco o La Turbie.
Cuando Solimán y Carlos firman una tregua en 1544, Hızır aprovecha para retirarse tras más de cuatro décadas de batallas y asedios marítimos, dos de ellas junto al primer Barbarroja, su hermano mayor Aruj. Hızır se retira en entonces a Estambul donde vive como un héroe hasta 1546, fecha de su muerte.
El mismísimo Sinán, arquitecto responsable de algunos de los edificios más bellos de la capital turca, construye el mausoleo donde descansan los restos del corsario más famoso del Imperio otomano. Y pese a que rendir tributo a un corsario y militar responsable de miles de muertes de inocentes siempre resulta un tanto inquietante —como pueda suceder con otras leyendas nacionales como Hernán Cortés en España o el propio Francis Drake en Gran Bretaña—, no cabe duda de que los Barbarroja son figuras incontestables de la historia naval de Europa.
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