Una convicción, un desafío y una aventura. El ser humano no necesita más que eso para tentar al destino y abordar sus sueños. Puede ser desaconsejable, puede ser peligroso, pero ese cosquilleo, ese palpito que sentimos ante un reto definitivo es demasiado seductor para negarlo.
Así es como nacen la mayoría de las grandes aventuras humanas, así es como Thor Heyerdahl se subió en 1947 a la balsa precolombina Kon-Tiki para recorrer 7000 kilómetros y demostrar su teoría. Le llamaron loco, le tildaron de inconsciente. Pero él perseveró en su idea y salió un poco más que airoso: el libro más vendido de la historia escrito por un noruego, un Oscar al mejor documental, y la satisfacción de haberse salido con la suya, que vale más cualquier premio, ¿no?
“Sí, sabemos una cosa con certeza, y es que ninguno de esos pueblos de Sudamérica llegó a las islas del Pacífico —me miró inquisitivamente y continuó:— ¿Sabe usted por qué? Por una razón muy simple: ¡porque no tenían barcos!
—Tenían balsas —le objeté con cierta vacilación— ¿sabe?, balsas de maderos acoplados.
El viejo se sonrió y dijo con toda calma: —Bueno, puede intentar usted viajar en una balsa de Perú a las islas del Pacífico”.
Así que cruzar el Pacífico en una balsa, ¿eh?…
¿Fueron los americanos los primeros en la Polinesia?
1946. Nueva York. La II Guerra Mundial ha terminado y Thor Heyerdahl considera que es el momento para encontrar apoyos para su teoría. Se reune con un destacado grupo de antropólogos norteamericanos en la Gran Manzana. El resultado de aquel encuentro no fue lo que Thor esperaba… ¿o sí? No solo no tomaron en cuenta su hipótesis, sino que el biólogo noruego se sintió humillado. “Vais a ver ahora”, pensó Thor, “vais a ver…”.
¿Y cuál era esa famosa teoría de Thor Heyerdahl que le había llevado de la Polinesia a Nueva York, y de Nueva York a Perú para preparar una de las expediciones más intrépidas del siglo XX? Diez años antes del portazo neoyorquino, Thor había hecho varios viajes a las Islas Marquesas y Tahití para continuar con sus investigaciones de biología marina. Fue allí cuando entró en contacto con algunos jefes indígenas interesándose por su cultura y sus orígenes.
Algunas de las historias que escuchó giraban en torno a Kon-Tiki, un personaje semi-divino que habría llegado a las islas… desde “donde se pone el sol”: desde América y no desde Asia como la tradición antropológica siempre había defendido. Así fue como Thor empezó a estudiar la cultura precolombina de América del Sur y de las islas del Pacífico buscando similitudes sociales, religiosas y agrícolas para reforzar su loca teoría. Y las encontró.
28 de abril de 1947. El Callao (Perú). Thor, Erik, Bengt, Knut, Tortstein y Herman suben a bordo de la Kon-Tiki, la balsa que los debía llevar a más de 3500 millas náuticas de distancia. Pero no podía ser cualquier balsa, ni llevar un motor escondido, por si acaso: el reto era viajar en una balsa construida con los medios que podían usar los habitantes de los imperios precolombinos. Ni clavos, ni alambres, solo madera y cuerda.
La Kon-Tiki comenzó a tomar forma en Ecuador, de donde procedieron los nueve troncos que serían la base de la embarcación. Cada uno medía 14 metros de largo por 60 cm. de diámetro. Transversalmente se colocaron otros troncos de 6 metros x 30 cm. de diámetro. La vela fue pintada por Erik Hesselberg con el emblema de Kon-Tiki, el dios solar que supuestamente era adorado a ambos lados del Pacífico y que justificaría la teoría de Heyerdahl.
A Thor y Erik, —¡único! navegante (y artista) de la Kon-Tiki— se les unieron cuatro tripulantes más. El capitán los escogió por tener “una valentía inquebrantable y con una cualidad única, indispensable para la travesía”, tal y como explicó Heyerdahl: Herman Watzinger era ingeniero especializado en meteorología e hidrografía, Knut Haugland era veterano de guerra y experto en radio mientras que Torstein Raaby también había estado en la II Guerra Mundial tras una radio.
¿Y Bengt Danielsson? Bengt pasaba por allí, como quien dice. Cuenta Thor en su libro que el sociólogo sueco se presentó ante él y le dijo que quería ir en la balsa, que estaba interesado en la teoría de la migración. “Pues muy bien, ¿por qué no?”. Y así fue como se completó la tripulación de seis hombres que pasarían a la historia unas semanas más tarde…
Pulpos gigantes, tiburones y risas en la arena
Seis tipos en una balsa precolombina y solo uno de ellos sabe navegar. Parece el comienzo de un chiste pero no fue ninguna broma. De hecho, aprendieron a domar la Kon-Tiki en mitad del océano, sin clases de navegación ni nada parecido. En este sentido, se dice que los tripulantes aprendieron a cambiar y mantener el rumbo usando a modo de orzas las tablas que llevaban caladas entre los troncos de la balsa… ¡semanas después de partir!
Por supuesto, el viaje tuvo sus momentos críticos más allá de aprender a manejar la embarcación. Pero también sus grandes hallazgos como la de los pulpos gigantes con sus “terribles picos capaces de dar cuenta de grandes tiburones” o la de los misteriosos peces abisales que suben a la superficie por la noche y saltan fuera del agua. Los tripulantes ya convertidos en expertos marineros llegaron a cazar tiburones con las manos, subiéndolos a bordo y esquivando sus dentelladas…
7 de agosto de 1947. Atolón Rairoa. 101 días de navegación después, Thor y sus compañeros llegan al archipiélago Tuamotu, situado en la Polinesia Francesa. Los seis hombres salieron de la Kon-Tiki que encalló en la barrera de coral, fueron nadando hasta el atolón, se tiraron en la arena… y comenzaron a reír.
Thor Heyerdahl no solo era un intrépido aventurero, sino también un experto en comunicación. Su aventura era conocida en medio mundo sin ni siquiera a ver zarpado de El Callao. Y pese a que su exitosa aventura no derribó la historia oficial, sí introdujo una duda razonable que ha ido fortaleciéndose con nuevos hallazgos en los últimos años.
Y como no solo de orgullo vive el hombre, el explorador se sacó de la manga un bestseller que sigue siendo a día de hoy el libro más vendido de la historia escrito por un noruego además de un documental que llegó a ganar un Oscar.
Pero las ansías de aventuras no quedaron anestesiadas por la fama y el dinero. Heyerdahl siguió con sus expediciones durante el resto de su vida: Galápagos, Isla de Pascua, Maldivas… Finalmente, en 2002, con 88 años de edad, fallece Thor Heyerdahl y su país se paraliza para enterrar a aquel noruego loco que retó a la historia.
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