“Vergüenza de volar”, literalmente. El movimiento flygskam nace en Suecia pero ya tiene reflejo en otros países europeos: lentohapea en Finlandia, flugscham en Alemania y vliegschaamte en Holanda. ¿Y en España? “Más temprano que tarde llegará a España, como llegó la conciencia animalista”, aseguran los expertos.
Solo un dato en este sentido: el 78% de los españoles afirma que volará menos en 2020 para hacer frente al cambio climático, según un estudio del Banco Europeo de Inversiones. Y tú, ¿vas a dejar de volar en avión para luchar contra el cambio climático?
“No he salido de Suecia desde 2008, porque hay muchas cosas que ver aquí”. Maja Rosén lleva más de diez años sin subirse a un avión. La activista medioambiental sueca es uno de los rostros del flygskam que ha creado su propia plataforma de concienciación ecológica: Vi Håller Oss På Jorden —Nos quedamos en tierra— en la que se anima a sustituir los vuelos en avión por otro tipo de transporte menos contaminante, esencialmente el tren.
En declaraciones a El Confidencial, Rosén apunta a un cambio de enfoque en el turismo y en la forma en la que los viajeros interpretan sus vacaciones. “Recorrer 8.500 kilómetros para llegar a Japón… sin tomar un avión, podría ser la aventura de su vida”. Su hijo de 10 años tiene el sueño de conocer algún día el país asiático, pero su madre no piensa subirlo a un avión para que llegue hasta allí. “Un reto mucho más divertido que simplemente montarte en un avión y levantarte en Japón”. ¿Y si Rosén tiene razón? ¿Y si debemos repensar nuestra forma de viajar para descubrir el planeta?
El avión contamina 20 veces más que un tren
Durante el primer trimestre de 2019 el tráfico aéreo cayó un 5% en Suecia. Los analistas no se ponen de acuerdo a la hora de certificar que ese descenso del tráfico aéreo se deba exclusivamente al movimiento flygskam. Pero el dato está ahí. Los suecos parecen haber sido los primeros en decir “basta ya” a los (innecesarios) viajes en avión a través de otro movimiento paralelo conocido como tagskryt: orgullo de viajar en tren.
Pese a que la terminología tenga su punto naíf y su repercusión real esté todavía en duda —ese descenso del 5% está muy lejos del 23% de suecos que, según una encuesta del Fondo Mundial para la Naturaleza, afirmó haber optado por no viajar en avión para reducir su impacto climático—, las aerolíneas empiezan a tomarse en serio esta clase de movimiento sociales.
Del postureo medioambiental de encuesta a la toma de conciencia hay cierta distancia, y de la toma de conciencia a la acción directa todavía un poco más, pero la pelota está ya en el tejado de las empresas aeronáuticas y las propias aerolíneas comerciales. ¿Están trabajando en la forma de reducir el impacto medioambiental de los vuelos en avión?
El 25 de julio de 2019 se registraron 230.000 vuelos en 24 horas. Récord absoluto. La pujanza de los países emergentes y la consolidación de las compañías áreas low cost apuntan a un incremento considerable de los vuelos comerciales en los próximos años. Otro dato que refuerza esta tendencia: la producción de aviones comerciales crecerá un 31% en 2020 hasta alcanzar las 1.900 unidades, según el estudio ‘2020 global aerospace and defense industry outlook’ realizado por Deloitte. Y si se fabrican más aviones son para que vuelen, salvo que suceda lo de Boeing.
Los gases de efecto invernadero que emite el transporte aéreo suponen un 2,5% de las emisiones totales… pero esta cifra puede llegar a cuadruplicarse en 2050, teniendo en cuenta el aumento de la oferta y la demanda de vuelos por parte de los viajeros. Un avión contamina el doble que un coche y unas 20 veces más que un tren. Pero (casi) nadie recorre 8.000 kilómetros en coche en un solo viaje: y es que un solo vuelo transoceánico podría llegar a contaminar lo mismo que cientos de viajes en un autobús urbano.
Pero no solo es el CO2 que producen las turbinas que propulsan el avión, están las denominadas estelas de condensación: vapor de agua que generan nubes artificiales que alteran el impacto del sol sobre la tierra aumentando el efecto invernadero, acelerando el cambio climático.
“La industria aeronáutica es la que más ha reducido las emisiones contaminantes”, afirma Marc Chicharro, ingeniero aeronáutico y director de Aviaze, en declaraciones a RTVE.es. “A la compañía le interesa consumir menos, y si sale un avión que consume menos, lo va a comprar, y eso el fabricante lo sabe”. Hasta ahí bien… pero: “lo que se necesitaría para llevar a cabo una reducción drástica de emisiones a nivel de motor sería un cambio brutal de tecnología”. Los ciclos de vida de los aviones son de 25 años: la tecnología que está presente en los aviones más modernos mejora la eficiencia, pero “no estamos cerca de ver motores eléctricos en un Airbus 320 o un Boeing 737”.
“Vamos, dejad de llamarnos contaminadores”
Con todo, los mandamases de las grandes aerolíneas son conscientes de que la creciente repercusión de movimientos como flygskam podría afectar el negocio del sector y tratan de adaptar sus mensajes a un nuevo escenario más beligerante. Unos se muestran optimistas: “Si nosotros, como industria, podemos proporcionar respuestas mejores y más concretas … la gente comenzará a sentirse más cómoda al sentir que las aerolíneas se toman en serio este compromiso”, (Robin Hayes, CEO de JetBlue). Otros son más realistas: “La realidad es que hoy el combustible más sostenible es insuficiente y demasiado costoso”, (Pieter Elbers, CEO de KLM).
Pero todos lo tienen claro: “Vamos, dejad de llamarnos contaminadores”, protestó Alexandre de Juniac, CEO de la Asociación de Transporte Aéreo Internacional (IATA) y antiguo director general de Air France, en una reciente conferencia de prensa, asegurando que el plan de sostenibilidad de su industria se encuentra entre los más ambiciosos y globalmente enfocados de cualquier sector industrial.
Para los líderes de movimientos como flygskam estos ambiciosos planes son a todas luces insuficientes. ¿Y qué proponen los activistas antivuelos? Desde medidas fiscales que graven los billetes de avión, el uso del queroseno o el IVA, hasta posturas más radicales que abogan por la prohibición de vuelos internos de corta distancia cuando exista una alternativa en tren.
El cambio climático, la fiebre consumista, el progreso tecnológico o la necesidad de repensar el turismo son distintas derivaciones de un mismo tema: viajar (o no) en avión. ¿Estamos dispuestos a cambiar nuestra forma de viajar para luchar contra el cambio climático? ¿Conseguirán movimientos como flygskam acelerar los planes de sostenibilidad de la industria aeronáutica? ¿Dejaremos de ver tantos aviones surcar los cielos en las próximas décadas mientras se encuentra una alternativa menos contaminante para viajes de larga distancia?
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