Cuenta la leyenda que Cervantes peregrinó hasta Guadalupe para cumplir con la tradición de ofrecer a la Virgen las cadenas de su cautiverio en Argel y que estas acabaron fundidas en la monumental reja que se extiende a lo largo de las naves de la iglesia.

El propio Juan de Austria, líder de la coalición católica que luchó contra el Imperio otomano en Lepanto, donde Cervantes, ya sabéis, fue herido de gravedad en su mano izquierda, también estuvo en Guadalupe para ofrendar la farola que llevaba la nave capitana de su ejército.

Pero ¿quién no peregrinó hasta el Monasterio de Guadalupe en sus años de esplendor? Durante siglos, desde su construcción en la segunda mitad del XIV (a la que siguieron diversas ampliaciones y alteraciones) este lugar se erigió en uno de los más venerados de España: la devoción por la Virgen de Guadalupe fue suficiente para construir a su alrededor uno de los más suntuosos edificios de la Edad Media española.

Guadalupe, un monasterio para perderse

Monasterio de Guadalupe, con el parador en primer término - Depositphotos

En un artículo de la Revista Nacional de Arquitectura de 1943 se hacía una interesante comparación entre este edificio y el Escorial. Aunque varios comentarios están impregnados de la ideología dominante por aquellos tiempos (era 1943, ya os podéis imaginar), se destacaba como tanto uno como otro llegaron a marcar la vida española durante siglos, a pesar de sus inmensas diferencias constructivas.

Efectivamente, el Escorial es un monasterio entregado a un "pensamiento unitario" fruto de la (mística) colaboración entre el arquitecto Juan Bautista de Toledo y el rey Felipe II. Por su parte, Guadalupe es una suma de ideas que se van superponiendo a lo largo de los siglos lo que configura un edificio de proporciones discordantes y estilos diversos.

Pero esta conjunción de historias, proyectos y estéticas es lo que hace del Monasterio de Guadalupe un lugar tan especial, único en la historia de la arquitectura española, imbuido en una atmósfera misteriosa gracias justamente a esa diversidad de rincones y tesoros que encuentras a lo largo del recorrido: tan pronto admiras la verticalidad del gótico como te sorprendes del kitsch del rococó.

Dos claustros por el precio de uno

Claustro mudéjar de Guadalupe - Depositphotos

Tal vez el rincón más representativo del Monasterio de Guadalupe sea su claustro mudéjar que encontramos en el centro del edificio. Construido aproximadamente entre 1389 y 1405, combina el estilo gótico con las influencias andalusíes que se aprecian bien en sus arcos de herradura: por su belleza y atmósfera y la presencia de árboles y jardín en el centro (además de ese apabullante templete) lo han comparado con el patio de abluciones de una mezquita.

Caminar por sus galerías es una gozada: un lugar para detenerse un buen rato e imaginar cómo debió ser la vida aquí hace 500 años. Porque este monasterio fue "un mundo pequeño" durante siglos en el que, además de los monjes que lo dirigían, albergó la presencia de varios de los mejores miniaturistas del reino, cuyas obras que hoy puedes conoces en el Museo de Libros Miniados.

Pero mucho tiempo después, ya en el siglo XX, tras la desamortización que desfiguró su arquitectura y los primeros intentos de restauración que llegaron de la mano de Menéndez Pidal, también fue uno de los mejores centros docentes de medicina de España, el primero, al parecer, en el que se practicaron autopsias.

Pero es que Guadalupe es tan especial que no se contentó con un claustro. En el extremo norte tienes otro, más pequeño, pero también de aspecto exultante, combinando en este caso el gótico con elementos renacentistas, ya propios de su época: fue levantado a principios del XVI por Antón Egas y Alonso de Covarrubias, figura esta fundamental de su época como vimos en Sigüenza.

Una 'capilla Sixtina' y la 'antesala del cielo'

Sacristía del Monasterio con las obras de Zurbarán - Depositphotos

Al este del conjunto, rodeando el ábside de la iglesia, se acumulan una serie de edificios que aglutinan la zona más sorprendente del monasterio empezando por la sacristía, una de las apoteosis del barroco español que casi sofoca con su decoración.

Y como colofón, "la capilla Sixtina de Zurbarán": una de las mejores colecciones del mundo del pintor más representativo del tenebrismo español, el artista que ilustró la mística religiosidad de su tiempo, en plena contrarreforma.

Pero si buscas una estancia exuberante que contraste con la rigurosidad del gótico, pásate por el camarín de la Virgen. El término "horror vacui" que designa el "miedo al vacío" que caracterizó la vertiente más ornamental del barroco, el rococó, es ideal para designar esta estancia también conocida como "la antesala del cielo".

No es para menos: si tu idea del cielo es un lugar en el que no haya un solo espacio sin decorar, como en las casas de las abuelas, aquí te sentirás levitar. Pero no olvidemos que este espacio se diseñó para albergar la imagen de la Virgen de Guadalupe, origen de todo el conjunto.

Imagen de la Virgen de Guadalupe - Depositphotos

Conocida como la "Reina de la Hispanidad" o "de las Españas" por la devoción que hay de la misma también en América, fue Alfonso XI, principal promotor del edificio, el que designó este lugar como custodio de la imagen de la virgen a la que se había encomendado en la batalla del Salado que terminó con victoria cristiana.

Y aquí, en el lugar más sagrado del monasterio, termina nuestra visita a esta joya en piedra de Cáceres, prometiendo volver para disfrutar también del entorno definido por el Geoparque Villuercas-Ibores-Jara, uno de los 17 geoparques protegidos por la Unesco que tenemos actualmente en España.