Adentrarse en las montañas de la comarca gerundense del Ripollés es lo más parecido a hacer un viaje en el tiempo. En esta remota esquina del Pirineo los historiadores ubican el origen de Cataluña como condado independiente, del románico más puro y de la práctica de deportes de montaña como el esquí de toda España.

La Biblia tallada de Ripoll

Monasterio de Ripoll – Foto: Turismo de Cataluña

El paisaje y las calles de los municipios que conforman la comarca están llenos de vestigios de miles de aventuras históricas que le han tocado vivir. Su capital indiscutible es Ripoll, una pequeña villa que nació en torno al monasterio benedictino fundado en el año 888 por deseo de Wilfredo el Velloso, el primer Conde de Barcelona que rigió en los condados carolingios del Pirineo con autonomía de la autoridad Imperial.

Más de 1.100 años después de su creación, el Monasterio de Ripoll sigue en pie, aunque el paso del tiempo y los acontecimientos también le han pasado factura. Su espectacular pórtico de estilo románico en el que se representan hasta 81 escenas de la Biblia ha tenido que ser protegido con un muro de cristal de las inclemencias del tiempo que han desgastado los detalles de este libro tallado para educar al pueblo en la fe.

Al otro lado del pórtico nos espera una iglesia oscura y sobria, como corresponde a un monasterio benedictino, un lugar creado específicamente para acoger la tumba de su fundador y sus descendientes.

Monasterio de Ripoll – Foto: Turismo de Cataluña

Mientras los monjes dedicaban su tiempo a rezar por el alma de los condes y a estudiar, sin que nada ni nadie les distrajera de sus obligaciones, su poderosísimo abad administraba las riquezas del enorme territorio que quedaba bajo su jurisdicción. Entre otras industrias que controlaba el Monasterio, hay que destacar la de la cría de ovejas, en cuya piel convenientemente curtida se copiaban en su célebre scriptorium textos clásicos del mundo antiguo y obras maestras como las Biblias de Ripoll, actualmente guardadas en los Museos Vaticanos, o el primer tomo que recoge la historia de los primeros días de Cataluña como condado independiente.

El claustro es otra de las joyas que han logrado sobrevivir a destructivas guerras – principalmente la Primera Carlista- y a terremotos que dejaron en la ruina el lugar. En los sucesivos capitales de mármol de la galería inferior se descubre la simbología dirigida a los monjes, únicos autorizados a entrar en el claustro: animales que simbolizan la virtud de los evangelistas contrastan con otros seres imaginarios, glifos y sirenas, imagen del pecado.

La Vía Verde del Hierro y el Carbón

Sant Joan les Abadesses – Foto: Turismo de Cataluña

La existencia de minas de hierro y carbón, así como el paso de los ríos Ter y el Freser por el núcleo de Ripoll favoreció desde antaño la creación de una importante industria metalúrgica y textil a la que se sumó la construcción del ferrocarril para transportar minerales hasta Barcelona. Pero hace ya décadas que las vagonetas cargadas de carbón dejaron de pasar por la línea que unía Ripoll con las minas de Ogassa.

Ahora, transformada en la Vía Verde del Hierro y el Carbón, el trazado es transitado por ciclistas, runners y senderistas. La Vía suma un total de 28 km en todo su recorrido y transcurre en paralelo al río Ter. El tramo más fácil es el que va hasta Sant Joan les Abadesses, 10 km con un desnivel del 1%, siendo un recorrido apto para todo tipo de públicos.

En Sant Joan les Abadesses hay que visitar la abadía a la que alude el nombre del pueblo, fundada también por Wilfredo el Velloso, para su hermana Emma, que ostentó el cargo de abadesa. También de estilo románico sobrio, el templo cuenta con cinco ábsides (dos menos que su hermano mayor de Ripoll) y algunas obras maestras de la escultura románica catalana, como el Descendimiento del años 1250, también conocido como “Santísimo Misterio” tras hallarse restos incorruptos en el relicario ubicado en la cabeza de Cristo.

Camprodon

Campodron – Foto: Turismo de Cataluña

Los valles más septentrionales del Ripollès están integrados en el Parque Natural de les Cabeceras del Ter y del Freser, un entorno de alta montaña dividido en dos sectores claramente diferenciados, el valle de Camprodon y el de Ribes.

Ubicado casi a 1000 metros sobre el nivel del mar, y a solo 14 km al noreste de Sant Joan está Camprodon, cabeza del valle homónimo y uno de los pueblos de visita imprescindible en el Ripollès. Atravesado por las aguas del Ter, en Camprodon se respira siempre aire fresco de la montaña y la banda sonora la aportan diversas fuentes que brotan aquí y allá. Al ser un vergel, la burguesía catalana lo eligió como lugar de veraneo. A su importante catálogo monumental del medioevo (monasterio de Sant Pere, diversas iglesias y el elegante Pont Nou) hay que sumar las residencias modernistas firmadas por los mejores arquitectos de Barcelona. La mayor concentración de modernismo están en los paseos de la Font Nova y Maristany.

Orgullosa de ser la villa natal del compositor Isaac Albéniz, Camprodon ha abierto lo que fue la casa natal del artista un museo donde se recrea su época y se explica tanto su vida como su obra.

Algo alejado del núcleo urbano pero integrado en el municipio está Beget, considerado uno de los pueblos más bellos de Cataluña. Su secreto radica en el estado de conservación, casi tal y como podría ser cuando estas comarcas pirenaicas eran regidas por condes designados por el emperador Carlomagno. Su emblemática iglesia con torre de estilo románico lombardo, dos puentes medievales y sus calles empedradas son solo algunas de las razones por las que acercarse hasta aquí.

Vall de Núria

Mirador de Fontalba en el Vall de Núria – Foto: Turismo de Cataluña

Acabamos el viaje por el Ripollés explorando la sección occidental del Parque Natural hasta llegar al Vall de Núria, uno de los santos y seña del montañismo, cultura y espiritualidad catalana. Inaccesible por carretera, hasta aquí solo se puede llegar andando, siguiendo los senderos señalizados que parten del pueblo de Queralbs o bien tomando el tren cremallera que desde 1931 asciende al recóndito valle.

El tren recorre 12,5 km y supera un desnivel de 1.000 metros en 40 minutos, todo ello sin emitir CO2 a la atmósfera gracias al uso de energía solar. Una vez arriba, después de disfrutar de unas vistas de vértigo, los planes son infinitos (paseos en canoa, a caballo, parque lúdico…).

Para empezar, hay que pasar por la ermita de San Gil, donde se exponen la cruz, la olla y la campana que el santo escondió junto a la imagen de la Virgen que había tallado para que los musulmanes no la encontraran. La tradición invita a las mujeres que quieren quedarse embarazadas a colocar la cabeza bajo la olla mientras tocan la campana tantas veces como hijos deseen tener.

Vall de Núria – Foto: Turismo de Cataluña

Para admirar la imagen románica hay que entrar en el santuario construido a mediados del siglo XX adjunto al hotel donde se puede comer, recibir un masaje o visitar algunas de las exposiciones. La más interesante de todas es “Memorias de Nieve”, un pequeño museo dedicado a la historia del esquí, ya que este fue uno de los primeros sitios en los que se esquió en toda España.

Pero sin duda, la mejor manera de conocer este lugar es haciendo senderismo por cualquiera de los caminos señalizados que parten de la orilla del lago. Los más valientes pueden optar por los senderos que parten desde el mirador de L’Alberg, al que se accede tomando el telesilla que en invierno da servicio a los esquiadores.

Para salir por la puerta grande de Nùria, podemos optar por volver a Queralbs a pie, descendiendo la garganta de acceso al Valle, una aventura que toma unas 2 horas y media. En la web oficial de turismo de la comarca del Ripollès puedes descubrir muchos más planes.