“Ruralizar la vida urbana, urbanizar el campo. Este es el problema cuya solución por hoy es la Ciudad Lineal”. Era el año 1882 y Arturo Soria estaba abonando el terreno para su futuro proyecto desde su columna “Cosas de Madrid” en el diario El Progreso.
“Hay que optar, pronto y resueltamente, entre remendar el plano defectuoso del Madrid de hoy o hacer uno nuevo”, decía semanas atrás en la primera aparición en prensa del concepto Ciudad Lineal en un artículo titulado “Madrid remendado y Madrid Nuevo”. El sueño urbanístico de Arturo Soria comenzaba a tomar forma. Recorremos Madrid para recuperar ese complejo proyecto urbano que nunca llegó a rematarse.
Arturo Soria (1844 – 1920) tenía poco más de 30 años cuando comenzó a aplicar buena parte de su complejo y contradictorio ideario al diseño urbano. Inspirado en los diseños de utopistas como Robert Owen o Etienne Cabet, Soria puso sobre el papel un desarrollo urbano en torno a un eje principal que comunicaría de forma sencilla y rápida todo el territorio.
El urbanista madrileño consideraba que si solventaba el problema de la movilidad —locomoción en sus textos— el resto de desafíos de cualquier planificación urbana tendrían una solución más sencilla. O dicho en otras palabras: una ciudad bien comunicada es una ciudad sana. Arturo Soria visualizó con siglo y medio de adelanto el gran problema de las megalópolis contemporáneas. No sería su única anticipación.
Madrid, finales del XIX: una ciudad caótica y peligrosa
El Madrid del último cuarto de siglo XIX era una ciudad insalubre, caótica y peligrosa. Era la capital europea con un mayor índice de mortalidad. Benito Pérez Galdós, un ilustre contemporáneo de Soria, narró en varias de sus novelas esta espantosa situación, especialmente de los barrios más humildes de la capital.
“Mientras en Madrid no se adopten ciertas medidas de trascendencia, tales como la de dotar a la población de un perfecto alcantarillado, la de urbanizar las afueras de sus ya populosos barrios (…) es de temer que siempre se registre el lamentable hecho de que, en punto de mortalidad, exceda nuestra Metrópoli a la de todas o casi todas las grandes ciudades del extranjero”. La Memoria del Instituto Geográfico y Estadístico del periodo 1888 a 1892 es elocuente. Madrid necesita respirar, necesita un cambio urgente.
Arturo Soria coincidía con esta descripción y añadía: “La ciudad moderna engendra las barriadas para obreros; como si dijéramos almacenes de miseria, fábricas de odio y depósitos de toda suerte de ideas explosivas y de sentimientos peligrosos en el presente y para el porvenir. En la ciudad lineal, mediante esta brusca transición de precios de los terrenos, ricos y pobres vivirán juntos, de conformidad con recientes altísimos consejos, pero no atados a una misma escalera y superpuestos; todos gozarán su parte de tierra y de sol, sin que sufra menoscabo la dignidad del ciudadano, que se afirma y robustece cuanto más aislado, independiente y libre es su hogar”.
Influido por las ideas de los socialistas utópicos y dentro de un clima de paternalismo burgués bastante habitual en la época, Soria ponía las bases de un desarrollo territorial más justo y saneado tratando de sortear la improvisación y la especulación. Y con esas prometedoras bases nace la Ciudad Lineal.
Un proyecto revolucionario de un visionario contradictorio
En 1899 arranca el proyecto. Se crea la Compañía Madrileña de Urbanización (CMU), pagándose los terrenos adquiridos al norte de Madrid y se construye el tendido del ferrocarril. En 1901, Soria publica su artículo “Siglo nuevo, vida nueva” profetizando que la adoptación de las ciudades lineales llegaría a todos los países civilizados.
El desarrollo modular de la ciudad lineal, al menos sobre el papel, permitía una extensión sin fin “formando una vasta red de triangulaciones uniendo los vértices de las ciudades antiguas y los lados de las ciudades nuevas”, o como llegó a decir Soria de forma elocuente: “una ciudad cuyos extremos sean Cádiz o San Petersburgo, o Pekín y Bruselas”.
El módulo básico de la Ciudad Lineal del que deriva su nombre sería una avenida en línea recta (en la medida de lo posible) de extensión variable y con unos 40 metros de ancho que albergaría las conexiones de transporte. Una serie de calles paralelas y transversales generaría manzanas de 200 metros en torno a la avenida principal. Y en ambos extremos de estas manzanas bosques y campos para cultivar: la fusión ideal entre campo y ciudad.
El ideario teórico de Arturo Soria era más que esperanzador tal y como reflejó en su decálogo del que extraemos los elementos más reveladores: “del problema de la locomoción se derivan todos los demás de la urbanización”; “el plano de la ciudad debe preceder a su construcción”; “para cada familia una casa y en cada casa, una huerta y un jardín”; “la vuelta a la Naturaleza, el éxodo de las ciudades a los campos abandonados”; “la justicia en la repartición de la tierra“.
Finalmente, apenas cinco kilómetros de los más de cuarenta que había planteado Soria y que debían conectar el norte de Madrid con Vallecas al sur fueron completados. El proyecto del urbanista madrileño cochó con el problema de cualquier desarrollo urbano a largo plazo: el tiempo. Además, el fracaso del proyecto de Soria giró principalmente en torno a un elemento: la baja densidad para edificar que chocaba con el crecimiento exponencial de la ciudad.
A partir de 1920, con la muerte de Arturo Soria, y pese a los intentos de los hijos del maestro por continuar con el proyecto en la década de los 30, su ciudad lineal va cayendo en el olvido y Madrid busca nuevas soluciones para sus problemas de siempre. Así las cosas, en la actualidad aún no hemos pasado de la primera fase de uno de los mandamientos clave de su decálogo: a cada familia una casa. Lo de un jardín y un huerto ya es de ciencia ficción.
Pero para tener una visión integral de la figura de Arturo Soria, es justo señalar que en su ideario también asomaban delirios que completaban un perfil altamente polémico. Si hablaba de justicia social en la planificación urbana, aún confiaba ciegamente en el contradictorio y esquilmador ideal del progreso indefinido en materia socioeconómico además de llevar su exacerbado darwinismo a la clasificación de razas humanas:
“Establezcamos primero la supremacía de la raza blanca sobre todas las demás, virilmente, por la fuerza bruta, si es preciso para la legítima defensa, sin romanticismo socialistas ni hipocresías democráticas (…) Y que al llegar al trance doloroso del que un individuo de la humanidad tenga que desparecer por falta de asiento (…) que el que se marche sea negro o amarillo o mestizo, nunca, el blanco que representa la perfección superior”. (El progreso indefinido, 1898).
Recorriendo (lo que queda) de la Ciudad Lineal en Madrid
Pese a que buena parte del proyecto se quedó en el papel, un siglo más tarde aún podemos sentir el aliento renovador —en materia urbana— de Arturo Soria caminando por Madrid. La avenida que lleva su nombre recorre el distrito Ciudad Lineal paralelo a Hortaleza desde el barrio de Concepción hasta Pinar de Chamartín. La Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción es una de las primeras paradas de esta ruta. Fue construida en 1901, en esta primera y entusiasta fase en la que la Ciudad Lineal comenzaba a tomar forma.
Más al norte encontramos una serie de villas que son los testimonios más singulares de lo que aún queda en pie del proyecto original de Arturo Soria en materia de arquitectura residencial. La Villa Sotera con su insólita cristalera, la Villa Rosario sede actual de la empresa Hercesa o la Villa Rubín, la mansión que se hizo construir el propio Soria para vivir con su familia. Y la Villa Hispana, conocida ahora como Villa Alma, con su friso de azulejos en la fachada.
Pero la especulación inherente a cualquier desarrollo urbano devoró buena parte del sueño de Arturo Soria. Sirva de ejemplo el hotel Virma, un edificio singular que tras años de abandono fue finalmente derribado en 2018.
Lo que no ha sido derribada ha sido la influencia del proyecto de Arturo Soria en la historia del urbanismo. Desde Ebenezer Howard y su famosa Ciudad Jardín —que Soria atacaría por considerarla muy inferior a su Ciudad Lineal: “mono es a hombre como Ciudad Jardín es a Ciudad Lineal”—, las New Towns británicas de la posguerra, o las propuestas de Nikolái Miliutin para las ciudades de la Unión Soviética de los años 30
Así mismo también influyó en algunas ideas urbanísticas de grandes nombres de la arquitectura del siglo XX como Le Corbusier o Kenzo Tange que en su plan de Tokio de 1960 recuperó el concepto de ciudad lineal: “diez millones de habitantes dedicados a la actividad terciaria organizados en una ciudad lineal, cuyo crecimiento se divide en ciclos y sus elementos pueden anexarse o reemplazarse sin perturbación”.
De hecho, aún hoy el concepto de Ciudad Lineal esgrimido por Soria sigue presente en la mente de muchos urbanistas que siguen enfrentándose a los mismos problemas 150 años después: la desigualdad, la especulación, la gentrificación, la contaminación, la quimera de optimizar el transporte público en ciudades mastodónticas que aún priorizan el transporte en vehículo particular y, en fin, la conexión de la ciudad con el campo que evite el aislamiento y la desaparición de las comunidades rurales.
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