Deliciosas vistas de los prealpes friburgueses desde el Moléson, plazas empedradas de ritmo plácido, amables casitas que podrían ser el decorado de un meloso telefilm romántico, tiendas donde probar el venerable chocolate suizo y, como colofón, un castillo de cuento.
Con este idílico escenario, nadie diría que estamos ante las puertas del “infierno”, las que se abren cuando entramos en el museo de H.R. Giger, el célebre diseñador de la criatura extraterrestre de la película Alien. Acompáñanos en este viaje a la campiña suiza para conocer el extraño museo ubicado en Gruyères, una localidad a menos de una hora al suroeste de Berna, la capital de Suiza.
Museo H.R. Giger, en la casa del rey del horror
Horror Rex, así empezó a ser conocido Hans Rudolf Giger por las iniciales de su nombre cuando, a finales de los 70, se convirtió en una figura de renombre mundial tras su participación en la película Alien de Ridley Scott.
Pero sería una década más tarde cuando el artista nacido en Coira, al este de Suiza, en 1940, comienza a pergeñar la idea de abrir un museo en su propio honor. Cansado de que todo el mundo le recordase al fiero extraterrestre de la película Alien, —y multimillonario gracias al mismo—, H.R. Giger decide que ya está bien, que es hora de que sus fans conozcan su obra tal y como a él le gustaría que la conociesen.
Fue en 1990 cuando se celebró una exposición en Gruyères con motivo del 50 aniversario del artista. La exposición, por supuesto, tomaba a Alien como reclamo, titulándola Alien dan ses meubles —Alien en sus muebles— y recibiendo la visita de más de 100.000 personas, todo un hito para la localidad de poco más de 2.000 habitantes.
Según parece, el entorno enamora a Giger que piensa en él para situar su museo. Pero no sería hasta siete años más tarde cuando el artista compra el castillo de Saint Germain del siglo XVI a un paso del castillo medieval, icono de Gruyères. Con la ayuda del arquitecto Roger Cottier, oriundo de la vecina Friburgo, y de Barbara Gawrysiak, primera directora del museo, el gran sueño de H.R. Giger comienza a tomar forma.
En la mente del rey del horror estaban dos de sus ídolos: Dalí y Ernst Fuchs. A los dos los conoció y ambos lograron tener su propio museo en el que ellos mismos contribuyeron a su diseño. Porque Giger también aspiraba a crear una suerte de lugar de culto de su obra, más allá de las exposiciones que se fueran organizando en otros puntos del planeta
Pero, a pesar del culto mundial al artista, el museo no fue un éxito inmediato, solo a partir de 2001, con la instalación del vestíbulo, el término de las infraestructuras y la apertura de las salas Alien, la colección empezó a ser financieramente sostenible. Y es que H.R. Giger siempre ha tenido una relación ambivalente con las autoridades públicas de su país, no contando con apoyos en buena parte de su carrera.
Con el museo también tuvo que batallar para lograr conectar con el pueblo como recuerda Gawrysiak, que había formado parte durante muchos años de la fundación del castillo: “los habitantes del pueblo me conocían como una mujer alegre. Cuando traje estas obras extrañas, se empezaron a preguntar si me estaba pasando algo raro…”.
Sexo, terror, cyberpunk… y Alien
La historia del arte está marcada por diferentes iconografías a las que los artistas vuelven una y otra vez. H.R. Giger no es una excepción en este sentido, acudiendo al sexo, el erotismo o el miedo como elementos vertebrales de su obra.
En este sentido, no se puede decir que Giger sea muy original. Pero lo que lo hace único es la combinación de esas temáticas ancestrales con otros motivos contemporáneos como la biomecánica, la tecnología industrial o el cyberpunk. Y todo ello formando un conjunto cohesionado e hilvanado con un estilo sobrio en su técnica y barroco en sus formas. Porque si hay algo fundamental —y, a veces, agotador— para un artista es lograr un estilo único. Y no cabe duda de H.R. Giger tiene “estilo”.
Se puede apreciar en la propia entrada del museo con su famosa obra Birth Machine: una máquina que “da a luz” una serie de niños que ya llegan a este mundo con las gafas puestas y un arma en la mano. O lo vemos en Lilith, aquel ancestral espíritu demoníaco ya presente en los textos cuneiformes de antiguas civilizaciones como Sumeria y que se creía ser la portadora de la desgracia: una mujer hierática rodeada de calaveras y de extraños organismos afilados.
Y, por supuesto, lo observamos en la serie Necromon, semilla del celebérrimo Alien que cambiaría la suerte de H.R. Giger. Fue a mediados de los 70 cuando el artista suizo entra en contacto con Hollywood y hace diseños para una primera tentativa de adaptación de Dune en la que estaban implicados Jodorowsky y Dalí. Aquellos diseños para la casa Harkonnen que tanta influencia tendrían en el futuro, no terminaron de germinar porque el proyecto cayó en desgracia.
Pero el nombre de Giger ya sonaba en la meca del cine y fue una llamada de Ridley Scott la que dio un vuelco definitivo a su trayectoria. Se le encargaba el diseño de una criatura para una película de ciencia ficción y terror. Scott había visto la serie Necromon y consideraba que era la figura ideal para el proyecto.
H.R. Giger no decepcionó al joven director británico hasta el punto de que pasó de ser un mero diseñador a una de las figuras claves del proyecto: de su mano salieron no solo la criatura que sería la figura de la película, sino también de la nave extraterrestre del planeta al que llega la Nostromo, así como de diferentes escenarios de la película, todo ello caracterizado por este estilo sobrio en su cromatismo y amenazador en su extraña combinación de fisicidad y tecnología, organismos extraños y repulsivos pero magnéticos en un entorno fríamente industrial.
Sus diseños cambiaron la suerte del film, convirtiéndolo en un mito desde el mismo momento de su estreno, una saga lamentablemente destruida posteriormente por proyectos cada vez más ridículos, pero que sigue siendo, en sus inicios, una cima del cine contemporáneo.
Y los aliens no puede faltar en el museo H.R. Giger, por supuesto, desde la pared de la entrada, hasta su propia sala en el interior, incluyendo las referencias a esta película en el bar del museo, el último y faraónico proyecto vinculado a Gruyères que terminó por dotarlo de un aspecto en consonancia con la mente del artista.
Se trata una estructura esquelética con arcos dobles de vértebras que se entrecruzan en el techo abovedado del antiguo castillo: como entrar en la nave extraterrestre de Alien plagada de huevos listos para saltar al cuello de las víctimas, como entrar en el vientre de la bestia visitando los restos de una futura civilización mutada. El punto culminante de este museo de los horrores en el paraíso de la campiña suiza.
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