A veces los artistas descubren rincones ignorados de las ciudades, o ven las cosas desde puntos de observación tan originales que las transforman o que parecieran no existir. Y Granada es una de esas ciudades donde mejor podemos poner en práctica nuestra vena artística. En Granada hemos estado todos -¡o muchos!-, pero no todo lo hemos visto, o sentido, o vivido de igual manera.
En Granada está la Alhambra (sabido es) y El Albaicín, el barrio que se alza sobre una colina justo enfrente de la octava maravilla del mundo que está repleto de miradores desde los que ver la Alhambra con Granada a sus pies. Así que, siéntete artista, imagina que llevas una paleta de colores y un lienzo en blanco, y recrea tu propia versión de lo que contemplas. Busca tu punto de vista, la luz adecuada, tu momento… y pinta.
El Albaicín en la Historia
En los albores del primer milenio de nuestra era, Zawi ben Ziri construyó, sobre una antigua fortaleza ibero-romana, la capital de un próspero reino, al que llamó Albayzín. La ciudad descendía hasta las márgenes del río Darro, y estaba poblada de suntuosos alcázares, casas de negociantes y talleres de artesanos. Una ciudad en toda regla que contaba con numerosos aljibes y dotada de baños públicos, como demuestra el único hammam sobreviviente en el barrio: el Bañuelo, uno de los más antiguos de la arquitectura civil albaicinera y uno de los mejor conservados del territorio Al-Andalus. Merece la pena visitarlo porque se pueden ver todavía sus capiteles de acarreo con restos de pintura y las bóvedas de cañón agujereadas con tragaluces en forma de estrella. Una lección de Historia.
Su hegemonía colapsó 500 años más tarde, cuando los Reyes Católicos iniciaron la política de ‘culturización’ de la población morisca que residía en ese lugar. Tras la Reconquista, el barrio se asignó a los musulmanes conversos que, poco a poco, fueron quedándose allí proscritos.
A principios del siglo XVII los moriscos que quedaban abandonaron definitivamente sus casas, momento que aprovecharon los cristianos ricos para derrumbar las viviendas moras y construir cármenes, que son un tipo de vivienda con huerto autóctonas de la colina del Albaicín.
¿Qué ver en el Albaicín?
El recorrido lo empezaremos subiendo por la Cuesta de Chapiz, dejando atrás la planitud del Paseo de los Tristes y la Carrera del Darro. La cuesta que transcurre junto al río homónimo tiene fama de ser uno de los paseos de ciudad más bonitos. Nos encontramos con puentes de piedra, restos de muralla, palacios, iglesias y baños turcos (como el ya citado del Bañuelo).
Llegamos al primer trozo de la empinada cuesta que nos conduce al antiguo barrio morisco, uno de los escasos tramos por donde circulan pequeños minubuses que suben y bajan a turistas y lugareños por las pocas calles a las que tienen acceso los vehículos de cuatro ruedas. Más arriba, el empedrado, casi puntiagudo, de la calzada, será suficientemente disuasorio para no ir en bici, ni en patinete… ¡ni con tacones!
El primer edificio de interés histórico que nos sorprenderá será el Palacio de los Córdova, un recinto ideal para pasear por su jardín y visitar sus estancias reveladoras del poderío de otros tiempos. De hecho, ahora lo alquilan para bodas para que los novios se sientan aristócratas por un día. Desde sus balcones se ven fantásticas panorámicas de La Alhambra, el eje estético de la ciudad que será el telón de fondo que nos toparemos a cada vuelta de esquina en nuestra subida al Albaicín.
Seguimos en la cuesta. De pronto, saludamos al patriarca gitano Chorrojumo, inmortalizado en una estatua de bronce sobre un pedestal marmóreo que marca el inicio del Camino del Sacromonte, el celebérrimo barrio de los gitanos. A partir de ahí recomendamos dejarse llevar por la intuición y agudizar los sentidos porque empezaremos a percibir el olor de las macetas donde florecen los geranios, las rosas, donde el perfume de los naranjos impregna el aire, y donde surgen las flores blancas y aromáticas del arrayán. Sube y sube más… cada vez más arriba por las quebradas callejuelas y observa los detalles en las puertas de madera del camino, algunas con un viejo parral ensortijado en el quicio.
Al doblar cualquier esquina, tropezarás con las peculiares arquitecturas de ladrillo rojo de los aljibes morunos. Lee las cartelas en cada uno de ellos: de la Vieja, del Rey, de la Xarea- y busca (para eso tenemos el móvil) la leyenda de cada uno de ellos. Cultura popular en vena.
Pasarás por delante de palacios que puede que pasen inadvertidos por su fachada, pero que encierran en su interior el misterio de las viviendas moriscas. Uno de los visitables es Casa Zafra, una mansión hispanomusulmana que ha pervivido al integrarse en el conjunto monástico del convento de Santa Catalina de Zafra. Su arquitectura doméstica se distribuye alrededor de un patio central con alberca que aún conserva los restos de alfarjes policromados y pintura decorativa nazarí. Otra mansión es la casa Dal al-Horra, un palacio zirí que fue habitado por Fátima, la madre de Boabdil, y que ha sido modelo para algunas viviendas moriscas del Albaicín, ya que sus yeserías daban fe del rango de sus habitantes, y el fasto del lujo siempre es inspiración para la imitación. Tras la reconquista, el palacio se integró en el monasterio de Santa Isabel la Real.
Otra de las antiguas casas que conservan su esencia original es el carmen de Aben Humeya, que luce restaurados sus estanques, fuentes y canalillos por donde susurraba ¡y susurra! el agua. El agua, ese elemento que fue de primera necesidad en el aspecto puramente sensual y decorativo durante aquella época nazarí.
Después callejearemos hasta (inevitablemente) dar con el Mirador de la Plaza de San Nicolás para comprobar, si es que no lo has descubierto aún, que Granada es una ciudad creada para la contemplación. En esta plaza hay un bar con terraza, El Mirador de San Nicolás, donde puedes tomar una cervecita, cerrar los ojos y suspirar.
El broche de oro de nuestra visita al Albaicín debe ser el paseo por Camino del Sacromonte, el arrabal mundialmente conocido por sus cuevas, muchas de ellas todavía habitadas. Cuevas donde se instalaron los gitanos que formaban parte de la comitiva de los Reyes Católicos en la época de la conquista de Granada, y donde ahora, sus descendientes son expertos artesanos del mimbre y la forja; y sobre todo son los artistas de la guitarra, del cante y del baile. En sus cuevas, reconvertidas en tablaos flamencos para turistas -y no turistas-, puedes sentir la tradición y revivir la historia del pueblo gitano con toda su emoción. La pasión por el flamenco une a aficionados al cante jondo del lugar y a extranjeros de los más remotos países.
Los mejores miradores de El Albaicín
Aquí tienes una lista de los miradores del Albaicín desde donde podrás descubrir tu personal visión. De hecho, la mayoría de los lugares de esta lista suelen estar poco concurridos, ya que son poco conocidos. Apunta en Google Maps: Mirador de la Mezquita Mayor, que es que está al lado del Mirador de San Nicolás, el más concurrido y casi siempre repleto de turistas esperando la puesta de sol para fotografiar la Alhambra.
Pero la lista ‘más secreta’ es: Mirador Plaza de la Victoria, Mirador de la Placeta de Carvajales, Mirador de Santa Isabel la Real y Mirador de San Cristóbal, Mirador Ojo de Granada, Mirador de la Lona, Mirador del Comino, Mirador de Morente, Mirador de la Cuesta de los Chinos… y Mirador de San Miguel Alto que, probablemente sea el menos conocido, porque se encuentra en lo más alto del Albaicín, donde está la Ermita de San Miguel Alto; desde aquí se ve la Alhambra casi a vista de pájaro. Se llega caminando por entre callejas olvidadas (si Google no lo encuentra… llegarás preguntando a los vecinos). Y si llegas al atardecer, no lo olvidarás.
…Y nos queda La Alhambra
No puedes abandonar Granada sin visitar La Alhambra -imprescindible tener los billetes comprados por Internet-. Es aconsejable acceder a ella caminando por la llamada Cuesta del Rey Chico, un agradable paseo de menos de un kilómetro en el que iremos contemplando como varía la perspectiva de la fortaleza a medida que nos vamos acercando.
La visita al conjunto monumental de La Alhambra y los Jardines del Generalife constituyen algo más que una simple visita, representan una experiencia única para los sentidos. Tenemos que dejar volar la fantasía porque La Alhambra hay que imaginarla tal y como era: sensual, fresca, perfumada…
En palabras del pintor Francisco Izquierdo: “La Alhambra se visita, no se lee”… que podemos encadenar con otro pensamiento emocionado del poeta Alejandro Dumas: “He vuelto a Granada, y empiezo a pensar que hay un placer aún mayor que el de ver Granada, y es volverla a ver”.
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