Sin ánimo de impresionar… ¡Más de 7.000 islas conforman el archipiélago de Filipinas! Si bien es cierto que la mayoría están deshabitadas y algunas incluso a la venta, el territorio insular es apabullante. En cualquiera de ellas encontrarás lugares seductores: un volcán de leyenda, un pueblo con una sobrecogedora historia, una playa interminable, vegetación voluptuosa, fauna inquietante e infinidad de hoteles en los que desearías quedarte a vivir.
Y también la capital del país, Manila, reúne alicientes como para pensar en planificar unas atractivas vacaciones. Recorrerla en yipni es la clave.
¿Qué es un yipny?
Son los jeeps -Jeep Willys MB- que, originalmente pertenecían a las Fuerzas Armadas estadounidenses y que fueron abandonados después de la Segunda Guerra Mundial. Su imagen, en la actualidad, habla por sí misma porque la inventiva de los lugareños los ha transformado en una suerte de vehículos estrambóticos pintados de colores chillones y decorados con todo tipo de pegatinas, insignias, bocinas, espejitos e imágenes de la iconografía popular desde Jesucristo Superstar hasta Supermán.
Son seguros, divertidos, y sirven para socializarse con los lugareños. Sin duda es el mejor medio de transporte público para conocer codo con codo la moderna y tradicional, la exótica y occidental, la caótica y tranquila, la rica y pobre ciudad de Manila. En un jipny pueden viajar (sentados) hasta doce personas, aunque, a veces, viajan el doble.
Una historia muy ligada a España
Manila, capital de Filipinas, situada en la isla de Luzón (concretamente en el mar de China del Sur), tiene algunas particularidades que la diferencian del resto de las grandes ciudades del sudeste asiático, como Bangkok, Saigón, Hong Kong o Singapur. La principal peculiaridad es que las Islas Filipinas fueron colonia española durante más de 300 años (1565-1898), y ese pasado está muy presente en la ciudad.
Cuentan las crónicas que España entregó las Filipinas a los Estados Unidos por un total de veinte millones de dólares. Después del desahucio lo que quedó allí de España fue muy poco (¡o mucho!, según se mire): un catolicismo fundamentalista (que aun perdura), algunas palabras referidas a la pitanza, como kutsara (cuchara), kutsilyo (cuchillo), baso (vaso) y tinidór (tenedor). Y el buen hacer en la cocina con la técnica del adobo, que allí se convirtió en un método culinario donde la carne o el pescado se marina -o adoban- en vinagre y ajo.
Todo empezó cuando el navegante portugués Fernando de Magallanes llegó al puerto de la isla de Cebú en 1521. Poco tiempo después Magallanes encontró la muerte en lucha contra el jefe musulmán que allí gobernaba. Cuarenta y cinco años después, el español Miguel López de Legazpi venció a la resistencia local, anexionó la isla a la Corona Española y bautizó al archipiélago con el nombre de Filipinas, en honor al monarca Felipe II.
También fundó la Villa de San Miguel (actual ciudad de Cebú), que se convirtió en la primera ciudad hispana en todo el archipiélago, seis años antes que Manila. Lo de la cerveza San Miguel vino después, pero su historia viene de ahí. Con este sucinto capítulo de la historia del país, vamos a ver lo más significativo de la ciudad.
Descubriendo Manila
El mantón de Manila
Reconstruida varias veces tras incendios, terremotos y bombardeos, las zonas modernas de Manila parecen ciudades americanas, de esas que hay que desplazarse siempre en coche, en este caso en yipni, y el yipni se mete en todas partes. Así que lo mejor es empezar la visita por la parte más antigua, llamada Intramuros, ya que se encontraba totalmente amurallada.
En Intramuros, donde nos topamos en cada esquina con ecos del pasado, comenzamos por visitar el Fuerte de Santiago, la ciudadela construida por el conquistador español Miguel López de Legazpi. La fortaleza es el lugar históricamente más importante de la ciudad. Fue un recinto militar, pero ahora es un oasis de jardines y fuentes muy agradable para pasear y hacerse fotos. Allí se encuentra el mausoleo de José Rizal, héroe nacional de Filipinas (fusilado por los españoles en 1898).
Las visitas a los templos católicos las podemos reducir a dos: La Catedral, el templo más importante de Filipinas -único país católico de Asia- levantada por primera vez en 1581, y que ha sido siete veces reconstruida tras incendios e innumerables terremotos y, sobre todo, después del bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial en 1945. Manila fue la segunda ciudad que sufrió la mayor destrucción en la contienda (después de Varsovia); y la Iglesia de San Agustín, el único edificio que quedó intacto tras la destrucción de Intramuros. Es la iglesia más antigua de Filipinas y su museo custodia objetos de gran importancia cultural. Quizá el más significativo sean los famosos mantones de Manila, prenda original de la China milenaria que tomó el nombre de la capital de Filipinas durante la época imperial española.
Otra curiosidad para destacar en la zona es el Hotel Lunata, otro de los pocos edificios que sobrevivieron a los ya mencionados bombardeos. Es un hotel-boutique con un estilo tan peculiar que su folleto califica como ‘neorrenacentista francés’, que significa elegante (supongo).
Fuera de ruta
Al margen de la ruta museística obligada, el viajero curioso también puede visitar la Casa Manila, Construida a principios de los años ochenta por Imelda Marcos (la que fuera primera dama del país entre 1965 y 1986). Es un edificio de dos plantas que reproduce una casa colonial española, con mobiliario y obras de arte antiguos donde abundan detalles indiscretos como un retrete ¡con asiento doble! Es muy instructivo. Recomendable.
Y ya que hemos citado a la que fue la primera dama, podemos ir al Museo Marikina Shoe. Allí se expone una tercera parte -¡1.000 pares de zapatos!- de la obsesión coleccionista que tenía Imelda por el calzado femenino. Cuando tuvo que marcharse de su palacio de Malacañang, dejó abandonados otros 2.000 pares en sus armarios. Una visita para especialistas del calzado o para turistas frikis.
La Manila moderna
El otro centro de Manila es Makati, corazón de la ciudad moderna. Tiene largas avenidas con edificios de gran tamaño donde se encuentran los hoteles más modernos con sus piscinas y coctelerías en la azotea. Su eje vertebral es Ayala Ave que, naturalmente, tiene innumerables paradas de yipnis. El distrito va más allá de considerarse como un centro comercial global ya que posee un ambiente dinámico por mor del gentío que entra y sale de los gigantescos edificios de oficinas, o que van y vienen de compras, o que simplemente son turistas que deambulan contemplando escaparates y viendo los menús de las cartas de los restaurantes para almorzar, porque en esta área se encuentran los mejores templos para la pitanza.
El Blackbird: huevos a la escocesa con gambas en hoja de betel con picante sambal (caro); o el Chupacabra, una popular taquería que tiene una excelente selección de platillos mexicanos (barato) son ejemplos contrastados de su gran oferta gastronómica. La paella filipina (con almejones) es un menú recomendable, según dónde.
Cuando cae la noche, el turista obediente debe ir Barbara’s, un restaurante típico que derrocha alegría, donde sirven una cena-bufé espectáculo que, aunque tiene un toque exótico-kitsch, no deja de sorprendernos. Para los que no quieren ver algo típico porque les parece patético, deberán consultar la web de Bandstand, ideal para descubrir el panorama musical de Manila porque la oferta de lugares underground con música en vivo es sorprendente.
Después de recorrer Manila en yipni y de haber conocido alguno de sus secretos, podemos pensar en viajar a otra de las 7.000 islas del archipiélago. Quizás, a una ciudad más tranquila.
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