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En su largo transcurrir, el río Duero recorre casi 900 km. de este a oeste de la península ibérica. Nace en la falda sur del pico Urbión, en la provincia de Soria, y desemboca en el océano Atlántico, en el estuario portugués de Oporto. En la parte española, casi en su totalidad (el 98 %), discurre por Castilla y León, comunidad en la que, sobre todo, destaca por la producción de vinos de gran calidad, y donde necesariamente tenemos que valorar los de la denominación de origen Ribera del Duero.

El nombre Duero –Douro, en portugués- podría tener su origen en el dios Durius, nombre del dios que adoraban las tribus celtas que habitaron a lo largo de su curso… pero, al respecto, la leyenda continúa.

Comenzamos el viaje en Fermoselle

Fermoselle – Foto de Pedro Grifol

Tras atravesar, de este a oeste, la ciudad de Zamora, el Duero se hunde más y se curva hasta dominios portugueses donde, raudo, va esculpiendo graníticas montañas formando profundas gargantas que reciben el nombre de arribes -derivación etimológica del latín ad ripa-ae, que significa orilla- creando paraje de Las Arribes del Duero, en España; y el denominado Parque Natural do Douro Internacional en Portugal.

Este territorio fronterizo entre los dos países, conforma un privilegiado entorno donde la naturaleza salvaje facilita el hábitat de águilas reales, reinas de los cielos de las Arribes; de halcones peregrinos, que atraviesan el espacio como flechas cazadoras; de escandalosos buitres leonados, que dan la sensación de que con sus gruñidos se burlan de sus presas imitando sus ‘voces’; de cautos milanos negros, que vuelan bajo buscando pequeños mamíferos para su dieta; y también de las esquivas cigüeñas negras, una especie en peligro de extinción que aquí tienen un reducto seguro.

Para llegar hasta aquí como punto de partida hemos viajado hasta Fermoselle, situada en el confín suroccidental de Zamora y capital de las Arribes del Duero, donde hacemos obligada ‘parada y fonda’, porque este municipio es típico por sus calles estrechas y empinadas ¡muy empinadas! y por sus bodegas excavadas en la roca que tienen estancias encadenadas sostenidas por arcos de medio punto, que constituyen verdaderas obras de ingeniería que sirvieron -además de para guardar el vino- como viviendas y refugios en tiempos de guerra. El subsuelo del conocido como ‘pueblo de las mil bodegas’ puede visitarse consultando su web.

Bodega subterránea en Fermoselle – Foto de Pedro Grifol

Merece la pena pernoctar en Fermoselle ¡no solo para subir y bajar por sus cuestas! sino porque desde Fermoselle parten las rutas senderistas hacia una serie de miradores, a cada cual más espectacular, que muestran una visión panorámica de los cortados que rodean el curso fluvial del río Duero y su fiduciario el Tormes en zona española, como ‘La ruta del Burraco del Diablo’, ‘Las Dos Aguas’, ‘La Cicutina’ o, en Pinilla de Fermoselle el ‘Gran Meandro del Duero’.

Podemos planificar en el plan senderista que más nos guste desde la terraza-mirador de la Posada Doña Urraca, un alojamiento situado en un entorno con una belleza fuera de lo común.

Pasándonos de “La Raya”

Gaitero y músicos ‘pauliteiro’ en Miranda do Douro – Foto de Pedro Grifol

A 32 km. de Fermoselle se encuentra Miranda do Douro, ya en Portugal. Es el pueblo desde donde poder tomar uno de los barcos que muestran el cañón del río desde dentro. Existen varias empresas que ofrecen los cruceros en barco, con tarifas que oscilan entre 12 y 18 euros. Es una travesía interesante porque cambia la perspectiva totalmente. Desde el barco vemos las paredes de los cañones como muros inaccesibles en los que el imaginario mirandés ha vertido sus leyendas, como el reto de descubrir un ‘número 2’ esculpido por la naturaleza en la vertiginosa verticalidad de una gigantesca pared de piedra amarilla.

Ver el susodicho numerito indica que encontrarás marido y, si estás casada, no verlo implica que te están poniendo los cuernos. Suponemos que es una ‘prueba de agudeza visual’ solo para mujeres… Así que, cada cual que se apañe con la broma.

En Miranda merece la pena visitar su Concatedral, que tiene el retablo renacentista de Nuestra Señora de la Piedad… Aunque el icono identificativo de la ciudad es la vitrina del Menino Jesus da Cartolinha. Se trata de una imagen de madera de un niño bien trajeado y tocado con sombrero de copa y que luce rodeado de otros ropajes, tocados y uniformes, primorosamente bordados. El origen de esta imagen proviene de una leyenda surgida en torno a episodios de la guerra de Sucesión Española (1711) durante la cual los españoles ocuparon Miranda durante meses.

Concatedral de Miranda do Douro – Foto de Pedro Grifol

En el fragor de la contienda cuentan que apareció sobre la muralla un niño vestido de hidalgo caballero convocando a los mirandeses a levantarse contra los españoles. La población se subleva y al frente se coloca al niño caballero… aunque no siempre hace acto de presencia, porque, misteriosamente, aparece y desaparece. Milagro.​

Las empedradas calles mirandesas exhalan cultura y tradición con sus conjuntos arquitectónicos repletos de florituras esculpidas en granito, como en la Casa de los Cachorros Eróticos… que podríamos calificarla como el ex-libris de la ciudad.

En Miranda se habla, junto al portugués, el idioma mirandés, que es un dialecto derivado del dominio lingüístico asturleonés y que tiene carácter oficial. Es habitual la rotulación bilingüe en las carreteras vecinales. Por una de ellas, a tan solo 9 km., se llega a Aldeia Nova, una pequeña aldea enclavada en las ruinas de un castro de la Edad de Hierro, fortificado en el siglo V d.C. cuando las invasiones bárbaras.

En esta aldea se encuentra una coqueta casa rural digna de habitar -¡aunque sea solo una noche!- que se llama Puial de Douro. Allí tendremos la oportunidad de degustar algunas especialidades a la hora del café da manhã (desayuno), como son la Bola Doce mirandesa (bollo dulce de canela) o dulces típicos de la zona de Trás-os-Montes conocidos como Económicos (pan con huevo perfumado con aguardiente).

Los Miradores del Duero

Mirador de São João das Arribas – Foto de Pedro Grifol

Partiendo desde Miranda, a pocos kilómetros de recorrido en coche podemos acceder a varios miradores que nos darán la panorámica del cañón del Duero desde el lado portugués. Dentro de su diversidad, todos ellos tienen estrechos y profundos acantilados en el tramo internacional, con vegetación aun salvaje, donde la contemplación de aves es el mayor aliciente.

Algunos miradores ‘de foto’ son: El Mirador de São João das Arribas (San Juan), que se encuentra más o menos a 1 km. de Aldeia Nova. En la parte más alta se conserva la ermita de San Juan, donde cada año se celebra una romería el día del santo. Junto a la ermita hay dos pequeñas cuevas hechas en rocas orientadas al levante, al nacimiento del sol, señas de identidad de poblaciones indígenas que sirvieron para rituales de adoración al astro rey.

Pero lo más sorprendente es el panorama que ofrece del río, un abismo de roca que muere en las procelosas aguas del Duero. Es la máxima expresión del cañón arribeño. Un lugar que sobrecoge.

Seguimos camino hasta Miradouro da Fraga Amarela, que también tiene vistas a los confines del cañón y, además, tiene la singularidad de tener una inmensa roca vertical levantada en un saliente rocoso que, cuentan las crónicas, los jóvenes de antaño debían dar la vuelta para demostrar su salida de la pubertad. Un acto ¡más que temerario! porque, al mínimo fallo, podías caer despeñado al fondo del abismo. Desde este mirador se ven las Cascadas de Mamoles, espectaculares en época de lluvias.

El río Duero a su paso por Miranda do Douro – Foto de Pedro Grifol

Por último, también podemos acercarnos al Mirador de la Fraga do Puio, que ofrece la posibilidad de visitar, en el camino, el pequeño Ecomuseo de la Tierra de Miranda, que alberga algunas esculturas vetonas (con su famoso verraco) y un grabado rupestre que refleja la figura de un arquero. En este silencioso lugar, el río Duero ha excavado un espectacular meandro que, si no tenemos un objetivo gran angular ¡no saldrá completo en la foto!

Antes de poner fin al viaje, pasaremos de nuevo por Miranda do Douro, donde aprovecharemos la hora del almuerzo para disfrutarlo ‘a la portuguesa’ en el Parador Santa Catarina. Como primer plato no puede faltar la Sopa de zanahorias con almendras; y de segundo, tendremos que elegir entre la Posta mirandesa (entrecot a la parrilla) o el clásico Bacalhau à Brás. De entre los vinos, a elegir entre un tinto José Preto… o un fresquito vinho verde.

Y nos despedimos con el buen sabor de boca (literal) que siempre ansiamos encontrar en cualquier escapada turística.