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A dos horas al sur de la capital de Túnez se esconde Kairuán, uno de los emblemas culturales del país norteafricano. Fundada a finales del siglo VII en plena expansión árabe hacia el occidente africano, esta ciudad fue la primera capital del Magreb convirtiéndose en la cuarta ciudad más santa del islam, tras La Meca, Medina y Jerusalén. Hoy es la quinta ciudad más poblada de Túnez y uno de sus principales centros turísticos en el interior del país.

Kairuán, la primera capital del Magreb

Kairuán

La expansión musulmana desde la península arábiga es uno de los acontecimientos que marcan la historia a partir del siglo VII. Solo 70 años después de que Mahoma organizara sus ejércitos en Medina unificando la península arábiga, el general omeya Uqba ibn Nafi alcanzó Ifriqiya, la antigua provincia romana que corresponde aproximadamente con la actual Túnez. Tras someter a las tribus bereberes de la zona, Uqba funda un amsar (ciudad-guarnición) en un territorio fértil del interior de la provincia: nace Kairuán.

De esta forma, la ciudad tunecina se convierte en la primera base árabe en el norte de África, la primera capital del Magreb, el occidente musulmán. En solo cinco años, Kairuán está terminada destacando por encima de todos los edificios la Gran Mezquita, también conocida como mezquita de Uqba por su legendario fundador: primera parada en nuestra visita a la ciudad santa de Túnez.

Ubicada en el extremo oriental de la vieja medina de la ciudad, la primera Gran Mezquita no duró mucho en pie ya que 20 años más tarde de su fundación fue destruida por un contraataque de los bereberes dirigidos por Kusaila, la mayor resistencia que encontraron los árabes en su expansión hacia el oeste norteafricano.

Kairuán
Patio de la Gran Mezquita de Kairuán. Fuente: Unsplash

La actual Gran Mezquita procede de la reconstrucción llevada a cabo a partir del siglo IX por la dinastía aglabí. La importancia de este edificio para la historia de la arquitectura islámica lo ilustra el hecho de que fue el modelo para los andalusíes, incluyendo la propia mezquita de Córdoba.

Para evitar nuevas destrucciones, se diseñó un templo-fortaleza con unos sólidos muros de casi dos metros de espesor y robustos contrafuertes, con una longitud en su lado más largo de más de 130 metros lo que la convirtió en una de las mezquitas más grandes de la Edad Media.

Al contrario que otros templos del islam, se permite la entrada a no musulmanes pudiendo admirar los tres elementos que definen la magnificencia de este edificio: el alminar de más de 30 metros de altura, inspirado en el Faro de Alejandría y que es el más antiguo del mundo, el patio con columnas de mármol, granito y pórfido para el que se usaron materiales procedentes de las ruinas de Cartago y la deslumbrante sala de oración con sus 400 columnas cuyo mihrab es una de las grandes leyendas del arte islámico.

Recorriendo la medina de Kairuán

Kairuán
Mezquita de las Tres Puertas de Kairuán. Fuente: Wikipedia

No cabe duda de que la Gran Mezquita es el icono de Kairuán, pero la ciudad tunecina tiene mucho más que ofrecer al viajero, empezando por otras dos mezquitas que asombran por su contraste con el imponente templo de Uqba.

A poco más de cinco minutos al sur visitamos la mezquita de las Tres Puertas de mediados del IX, otro de los templos islámicos más antiguos del mundo. Su nombre deriva de los tres arcos de herradura que cobijan tres entradas. En el interior se repite el modelo arquitectónico de la Gran Mezquita pero a una menor escala.

Seguimos camino hacia el sur de la ciudad y comenzamos a palpar ese aire siempre misterioso y sensual de las viejas medinas musulmanas, con sus estrechas calles que en este caso están animadas por el contraste de las fachadas blancas y las puertas y ventanas azul celeste de las viviendas y las tiendas de los locales.

Kairuán

Salimos de la medina por una de sus muchas puertas monumentales para llegar a la Plaza de los Mártires y admirar la muralla que rodea la medina, fortificación indispensable para proteger a los habitantes de las invasiones que amenazaban periódicamente Kairuán.

Más al sur, ya a las afueras de la ciudad, podemos acercarnos al Museo Nacional de Arte Islámico de Raqqada, el museo por excelencia de la Kairuán. Contiene numerosas joyas culturales como la colección de cerámica y de páginas caligrafiadas del Corán entre las que destaca una pieza del siglo X. La propia entrada al museo ya es una obra de arte con su reproducción del legendario mihrab de la Gran Mezquita.

Regresamos ahora al interior de la medina para visitar primero el precioso patio del mausoleo de Sidi el-Ghariani Zawiya que contiene la tumba del sultán Hafsid Moulay Hassan, importante califa tunecino del siglo XVI, para después visitar uno de los lugares más sagrados de Kairuán, el pozo Barrouta.

Cuenta la leyenda que fue en este pozo donde Uqba ibn Nafi ordenó comenzar a construir la ciudad. Se dice que es tan profundo que conecta con el pozo de La Meca, siendo su agua milagrosa. Por cierto, un flemático dromedario se sigue encargando de accionar la noria que saca el agua del pozo.

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La mezquita del Barbero de Kairuán. Fuente: Unsplash

Y hablando de agua no podemos olvidar otro de los elementos más característicos de Kairuán y que fundamentó su florecimiento en plena Edad Media: los tanques de agua que la dinastía aglabí extendió por todo el entorno de la ciudad a partir del siglo IX formando un formidable complejo hidráulico, uno de los más avanzados de su época.

Pero nosotros dejamos los tanques de agua para otra ocasión y seguimos callejeando por la laberíntica medina admirando los pequeños zocos de la ciudad en los que la legendaria alfombra de Kairuán tiene un lugar preeminente: klims, mergoums y gtifs que recuerdan la delicadeza artesana de los tunecinos.

En el extremo noroeste de la medina llegamos a nuestra última parada en la ciudad. Se trata de la zawiya Sidi Sahab popularmente conocida como la Mezquita del Barbero, originalmente construida en el XIV, pero renovada en el XVII. Alberga la tumba de Sidi Sahab, compañero (y barbero) de Mahoma. Sus patios decorados con cerámicas de vivos colores son el contrapunto de la recia sobriedad de la Gran Mezquita, un testimonio más del sustancioso patrimonio cultural de la ciudad santa del Magreb.