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Su bandera es una de las más sencillas pero significativas del mundo: un círculo amarillo sobre fondo azul. El azul, por supuesto, es el mar. Y el círculo amarillo, no es el sol, aunque podría serlo, sino la luna que ejerce su influencia sobre las mareas. Así son las Palaos, unas islas del Pacífico mecidas por la luna y el océano.

Aunque fueron “descubiertas” por navegantes españoles y estuvieron en la órbita española durante siglos, finalmente cayeron bajo el dominio de Estados Unidos después de la II Guerra Mundial. Casi 80 años después de presenciar una de las peores batallas marítimas de la historia contemporánea, las Islas Palaos brillan en el Pacífico como perlas todavía incólumes que tratan de luchar contra el cambio climático… y contra los desmanes de la geopolítica.

Palaos, un pacífico edén con 330 islas deshabitadas

Palaos - Fuente: Depositphotos
Palaos – Fuente: Depositphotos

Y nueve habitadas. Porque las islas Palaos es un país formado por unas 340 islas, de las cuales menos de una decena están habitadas, siendo Koror la que aglutina más de dos tercios de su población, que en total suma poco más de 21.500 personas.

¿Y por dónde cae exactamente este paraíso insular? Las Palaos hay que buscarlas en el mapa al este de Filipinas y al norte de la isla de Nueva Guinea, equidistando de ambas unos 800 kilómetros. Junto con los Estados Federados de Micronesia forma el archipiélago de las Carolinas cuyo nombre no oculta su herencia hispana.

Palaos bajo la órbita española

Porque, aunque no está confirmado históricamente, se asume que también fue el andaluz Ruy López de Villalobos —que nombró las Filipinas en honor a su rey— el primer europeo en Palaos, a mediados del siglo XVI. Pero que un europeo llegara aquí no supuso una “conquista”, ya que durante siglos las Palaos permanecieron fuera de las rutas marítimas que se empezaban a establecer en el Pacífico.

Sus habitantes, cuyo origen hay que buscarlo en el este de Asia y en Filipinas en torno al 5.000 a.C., siguieron con sus vidas hasta que en 1885 pasan a formar parte oficialmente de las Indias Orientales. Duraría muy poco esta nueva titularidad de Palaos, ya que, tras el fin del Imperio colonial español en 1898, pasa a formar parte del Imperio alemán. Luego llegarían los japoneses y, finalmente, Estados Unidos.

Por cierto, el contacto más directo con los europeos, como fue habitual en las islas del Pacífico, ocasionó un cataclismo demográfico: se pasó de 50.000 isleños en el XVI a poco más de 3.000 a principios del siglo XX: las enfermedades europeas y las armas de fuego por poco acaban con todos los palauanos.

Las islas Rocosas

Palaos - Fuente: Depositphotos
Palaos – Fuente: Depositphotos

En la actualidad, Palaos se ha convertido en un destino turístico de primer orden en el Pacífico gracias a albergar algunos de los tesoros naturales más deslumbrantes de la Micronesia. Las islas Rocosas o Chelbacheb son uno de los más buscados.

Se trata de un grupo de 300 islitas de formación caliza y cubiertas de densa vegetación situadas al sur que hacen las delicias de los fotógrafos: es la postal más habitual de Palaos. Pero tras disfrutar de este paraíso desde el aire, toca conocer de cerca este entorno completamente deshabitado… por humanos: porque bajo las aguas del litoral de las Rocosas se encuentra uno de los edenes submarinos soñados por cualquier fanático del esnórquel.

Y es que no hay que olvidar que las islas Palaos son de origen volcánico y calizo y son la única tierra emergente de los 2.800 kilómetros del arco Izu-Bonin-Mariana que se extiende desde el sur de Tokio en Japón hasta las propias Palaos, situándose al borde oriental de la placa filipina y albergando el conocido como Abismo de Challenger en la Fosa de las Marianas, el punto más profundo de la superficie terrestre con casi 11.000 metros de profundidad.

Pero el litoral de las Rocosas palauanas es mucho menos profundo, de ahí ese tono turquesa que embruja al viajero. Y bajo el mismo, una asombrosa vida marina en la que no faltan desde pepinos marinos a gusanos Bobbit, barracudas, anémonas y muchos tiburones. De hecho, en 2009, Palaos estuvo en los medios de todo el mundo por crear el primer santuario de tiburones del mundo, prohibiendo la pesca comercial de este animal en un área de 600.000 kilómetros cuadrados.

El lago de las Medusas

Palaos - Fuente: Depositphotos
El lago de las Medusas- Fuente: Depositphotos

Mención aparte merece el conocido como lago de las Medusas o Ongeim’l Tketau, el lugar de Palaos marcado en rojo por todos los submarinistas: se trata de un espacio único en el mundo en el que bucear entre miles de medusas. Y dirás que eso también se puede hacer en Menorca en días malos. Bueno, es un poco diferente por dos razones: aquí hay más medusas y esta especie de medusa es inofensiva.

Pero la sequía y diferentes eventos climatológicos redujeron la población de medusas hasta que las autoridades palauanas tuvieron que tomar cartas en el asunto reduciendo el número de visitantes. Y es que de los 30 millones de medusas que había en 2005, se pasó en una década a la casi completa desaparición. No obstante, en los últimos años, la situación se ha comenzado a revertir.

Palaos: sin crema solar, pero con radar antimisiles

Palaos - Fuente: Depositphotos
Puente atirantado que une Koror y Babeldaob construido con ayuda de Japón en 2003- Fuente: Depositphotos

Y una de las razones por las que la situación ha mejorado en las aguas de Palaos es por la decidida apuesta de las autoridades del país oceánico por la sostenibilidad y el respeto medioambiental que incluye no usar crema solar con componentes perjudiciales para el ecosistema marino. Y es que el efecto de la crema solar humana en el mar no es ninguna broma, especialmente en el coral. Y Palaos cuenta con una de las reservas de coral más importante del Pacífico, especialmente en las islas del sur.

Y así es como los viajeros se encuentran a su llegada a Palaos con la obligación de firmar un contrato por el que se comprometen a ser ecológicamente responsables en su estancia en las islas. Entre los deberes de los visitantes está no coleccionar recuerdos marinos —el famoso “por un par de conchas no pasa nada”—, no alimentar a peces ni tiburones, apoyar a las comunidades locales y, por supuesto, no tocar ni pisar el coral.

Pero más allá del paraíso sostenible de Palaos se oculta otra realidad que tampoco hay que olvidar: la geopolítica y militar. Y una salvaje batalla librada en septiembre de 1944 en la isla de Peleliu, al sur de las Rocosas, en la que murieron casi 13.000 soldados, marcando el futuro del país que acabó bajo la órbita de Estados Unidos.

Palaos - Fuente: Depositphotos
Palaos – Fuente: Depositphotos

Tras votar por no unirse a los Estados Federados de la Micronesia en 1979, los palauanos eligieron la independencia, pero esta no se hizo efectiva hasta 1994, cuando Palaos acordó firmar un Tratado de Libre Asociación con Estados Unidos por el cual este país se ocupa de la defensa del país, a cambio, por supuesto, de, entre otras cosas, poder usar parte del territorio para sus propios fines militares.

La última consecuencia de esta libre asociación con el gigante americano es la construcción de un radar táctico móvil por valor de 118 millones de dólares que tendrá dos emplazamientos: uno en el istmo norte de Babeldaob y otro en Angaur, al sur de Peleliu. Detrás de esta instalación está la guerra fría que Estados Unidos mantiene con China por el control geopolítico mundial y la supuesta amenaza de los misiles nucleares de Corea del Norte.

Las autoridades palauanas han justificado esta doble instalación acudiendo a las habituales disculpas para estos casos: dará trabajo a la población local y será muy importante para mantener el bienestar y la seguridad del país. Y es que Palaos no solo es una perla medioambiental, sino también geopolítica.