La localidad suiza de Friburgo es un capricho medieval que debería aparecer más a menudo en los listados de pueblos medievales más bonitos de Europa. Fundada en el siglo XII como una ciudad libre, de ahí su nombre, ha sufrido a lo largo de los siglos numerosas guerras e invasiones entre los diferentes países vecinos. Esta ajetreada historia ha configurado una ciudad con numerosos puntos de interés.

De apariencia pequeña, Friburgo cuenta con una animada vida estudiantil y uno de los cascos medievales más grandes y mejor conservados de Europa. Nos hemos acercado hasta ella para descubrirla en primera persona y contarte todo lo que debes ver si visitas esta joya de la Suiza más auténtica.

Qué ver en Friburgo

Vista de Friburgo desde el puente – Foto de Christian Rojo

Friburgo es una ciudad que se levanta sobre el río Saane y que se divide en dos partes bien diferenciadas. La parte alta podemos considerarla la más moderna y donde se congrega actualmente la actividad comercial y lúdica de la población local, mientras que la parte baja o la “basse ville” es la más antigua y donde se ubica el antiguo barrio medieval y la zona amurallada.

Barrio medieval

Friburgo fue durante la época medieval una de las ciudades más grandes e importantes de Europa. Hoy se conserva una gran parte de la zona antigua gracias a la estricta política de conservación que establece el país y el propio cantón. Podemos empezar nuestra visita en la imponente Catedral de San Nicolás, que se muestra vigilante en toda la ciudad con su torre de 74 metros de altura.

Su construcción se inició en 1283 y se extendió bastante en el tiempo hasta su finalización en 1490, lo que implicó una fusión progresiva de estilos que hoy podemos admirar. Merece la pena subir los 365 escalones de su torre para disfrutar de una vista panorámica de toda la zona antigua de la ciudad. Aunque lo más destacado en esta Catedral es su impresionante colección de vitrales que dotan de gran luminosidad y color a su interior. Se tratan, de hecho, de unas vidrieras relativamente modernas porque fueron elaboradas en el primer tercio del siglo XX por el artista polaco Jozef Mehoffer. Un auténtico espectáculo visual que merece la pena ver.

Bajando por la Grand Rue junto a la Catedral llegaremos a la zona vieja y si descendemos por la bonita calle de Stalden y la Calle de la Samaritana terminaremos en la Plaza Klein-Sankt-Johann, un lugar encantador que parece haberse detenido en el tiempo. Perderse por estas calles es nuestra mejor opción, pese a sus empinadas cuestas, para admirar las más de 200 fachadas de estilo gótico que se conservan todavía en la ciudad y descubrir las pequeñas tiendas y boutiques que se esconden entre sus calles.

A muy poca distancia se encuentra el bonito puente cubierto de madera al más puro estilo suizo. Levantado en 1653 es el único que se conserva de estas características y el más bonito de los 15 puentes que conectan ambas orillas del Saane. Podemos atravesarlo y acompañar el curso del río para llegar a Saint Jean, el siguiente puente que nos ofrece una de las mejores vistas de la ciudad con la Catedral al fondo, la ciudad medieval a nuestra derecha y el río como perfecto telón de fondo. Una postal que te llevarás en tu memoria (y posiblemente en tu cámara de fotos).

De la gran muralla de dos kilómetros que protegía Friburgo, hoy se conservan algunos tramos y torres de vigilancia. Desde hace unos años se está haciendo una importante labor para habilitar las fortificaciones y la muralla a las visitas turísticas. De abril a octubre se encuentran abiertas de forma gratuita aunque es recomendable visitarlas con algún guía para conocer su historia y comprender la importancia que tuvieron estas fortificaciones durante la Edad Media.

Si te sobra tiempo, otra buena idea es visitar el conocido como Espacio 1606, una gigantesca maqueta de 52 metros cuadrados que representa la ciudad según el boceto que diseñó Martini Martini en 1606. Más de doce años de trabajo ha llevado esta reconstrucción que no escatima en detalles.

Zona alta de la ciudad

Funicular – Foto de Christian Rojo

Recorrido con calma el centro histórico de la ciudad, la mejor opción para volver a la zona alta es coger el pintoresco funicular de Fribourg. No solo porque nos evitaremos una buena subida, sino porque además descubriremos un medio de transporte único en el mundo. Y es que este funicular, que salva un desnivel de 56 metros, es el único que funciona mediante un sistema de lastre de agua sin necesidad de ser impulsado por ningún motor. Para hacerlo más sostenible, se utilizan aguas recicladas de la ciudad que se almacenan en un depósito de 3000 litros. Es cierto que eso provoca que el olor no sea el más agradable del que vas a disfrutar en Suiza pero, aún así, merece la pena sentir el traqueteo de este transporte centenario.

Desde aquí podemos tomar un “pasadizo secreto” que no mucha gente conoce. Según salimos del funicular, si bajamos un poco las escaleras que veremos a la derecha, llegaremos hasta una zona de descanso con una puerta que da acceso a una zona de viviendas. Aunque parezca privado, este paseo que va en paralelo al río es público y nos da una espectacular vista panorámica de todo el casco antiguo, las fortificaciones y las hermosas colinas que rodean Friburgo.

Plaza del Ayuntamiento – Foto de Christian Rojo

Volviendo hacia la Catedral atravesaremos la bonita Plaza del Ayuntamiento o del Hotel de Ville con una de las fuentes más representativas de la ciudad. En la actualidad sobreviven 11 fuentes históricas de diferentes siglos aunque la mayoría se construyeron en el siglo XVI para competir con la ciudad vecina de Berna, el otro gran núcleo comercial de la época. Varias de ellas fueron diseñadas por los artistas Hans Gieng y Hans Geiler, autores también de algunas de las fuentes más bonitas que podemos ver en Suiza.

Si giramos a la izquierda y tomamos la Calle de Lausanne llegaremos a la zona más moderna y activa de la ciudad, llena de bares y restaurantes donde sale a relucir la animada vida universitaria que tiene esta ciudad. Recorriendo el centro nos iremos topando con interesantes esculturas urbanas, fruto de los diferentes programas y festivales artísticos de la ciudad. Los amantes del arte también pueden visitar el Espacio Jean Tinguely et Niki de Saint Phalle, alojado en un antiguo depósito de tranvías, o el Museo FriArt de arte moderno.

Calle del centro de Friburgo al atardecer – Foto de Christian Rojo

Si seguimos por la calle principal, podemos terminar el día en el bonito parque de los Artistas o Grand’ Places, justo detrás de la oficina de turismo y uno de los rincones favoritos de los locales cuando llega el calor. Aquí se encuentra la fuente de Joe Siffert de Jean Tinguely, con un mecanismo de ruedas y poleas realmente original.

Por último, una curiosidad. ¿Sabías que la toda la ciudad de Friburgo está convertida en un gigantesco campo de golf urbano? Pues sí, a lo largo de todo el centro se distribuyen un total de 18 hoyos escondidos en algunos de los rincones más turísticos de la ciudad. Puedes alquilar los palos y unas bolas de golf en la oficina de turismo y descubrir de una manera diferente esta bonita ciudad.

Siguiendo las huellas de Saint-Exupéry en Friburgo

El escritor que inventó el mágico mundo de El Principito vivió en la ciudad de Friburgo durante dos años y hoy todavía podemos recorrer algunos de los lugares que marcaron su vida e inspiraron muchos pasajes de su obra.

Un buen ejemplo son las escaleras del colegio Saint-Michael, donde estudió un par de años. Mal estudiante y de gran imaginación, Antoine pasó buena parte de su etapa escolar mirando por la ventana estas escaleras que le recordaban a su Lyon natal, imaginando increíbles historias que algún día llevaría al papel.

El funicular, del que hemos hablado hace unos momentos, también fascinaba al escritor francés así como un buen número de monumentos y edificios que luego aparecerían en su obra. Es el caso, por ejemplo, de la Villa Gallia, que todavía existe en la actualidad. La oficina de turismo organiza visitas guiadas de una ruta que sigue sus huellas.

En los alrededores de Fribourg

Los Alpes vistos desde Moleson – Foto de Christian Rojo

Sí desde el mirador del funicular miramos frente a nosotros, veremos a lo lejos la pequeña pero bonita capilla de Loreto en lo alto de una colina. Fue construida en el siglo XVI y su capilla barroca, diseñada por el artista local Jean-François de Reyff, la convierte en uno de los edificios barrocos más destacados del país. Nos encontramos, como hemos dicho, frente a la ciudad así que las buenas vistas están garantizadas. Friburgo atravesada por el río, la majestuosa catedral y el barrio medieval a sus pies se ven en todo su esplendor. La subida a pie se puede hacer un poco pesada pero en verano podemos coger un tren turístico que nos lleva hasta la capilla.

Otra excursión interesante, también de tipo religioso y cultural, nos trasladaría hasta la abadía de Hauterive, un monasterio de origen cisterciense que fue fundado en 1137 y formaba parte del antiguo Camino de Santiago.

Estamos en la puerta de entrada de los Alpes así que otra excursión imprescindible si nos quedamos unos días en Friburgo o su entorno es la visita al complejo montañoso de Moléson-sur-Gruyères, a unos cuarenta minutos en coche. Una perfecta introducción de los paisajes montañosos más clásicos de Suiza en donde podremos ascender mediante un teleférico hasta el monte Moléson y su mirador panorámico. Las vistas te quitarán el hipo. A un lado la meseta suiza o el corredor de Mittelland y al otro lado la impresionante cadena montañosa de los Alpes con vistas a muchos de sus picos más reconocibles.

El complejo de Moléson incluye también un buen número de actividades y experiencias para toda la familia como su descenso en karts a través de la montaña o la interesante visita a una quesería tradicional, donde nos explicarán el proceso de fabricación del queso gruyer y podremos degustar una tradicional fondeu.

Qué comer en Friburgo

Tienda de quesos en el centro de Friburgo – Foto de Christian Rojo

Como es de imaginar, dado su carácter bilingüe, la gastronomía de Friburgo recoge muchas influencias de la cocina francesa, alemana y, por supuesto, de Suiza. Cualquier plato típico de estas gastronomías será habitual en la carta de los restaurantes: fondue, raclette, schnitzel …

Además, la región es mundialmente famosa por sus quesos, que suelen acaparar cada año la lista de premios internacionales. El gruyer (que no tiene agujeros) es el gran protagonista pero está bien acompañado de otras variedades como el queso Vacherin. Es imprescindible visitar alguna de las múltiples tiendas de queso tradicionales que encontraremos en el centro y donde nos invitarán a degustar los diferentes tipos de queso.

Pastel de Vully – Foto de Christian Rojo

Los dulces adquieren un especial protagonismo en la cocina de Friburgo y algunos son clásicos que tendremos que probar sí o sí. El primero de ellos se conoce como Cuchaule AOP y es una especie de pan brioche untado con mostaza de Bénichon, una mezcla que lo hace realmente delicioso. Otro postre típico es el pastel de Vully, aunque mi favorito particular es la doble crema de La Gruyère con merengues, que tuve la oportunidad de probar en la quesería de Moléson. La mezcla del dulce merengue con el ligero toque agrio de la crema de queso dan como resultado un sabor brutal. Y tremendamente adictivo, avisados estáis.

La oficina de turismo organiza algunos tours gastronómicos que nos llevan por diferentes tiendas y bares tradicionales mientras recorremos la ciudad.