Extramuros de la vieja Toledo, en la ribera del río Tajo, se ubica el Palacio de Galiana, una de las joyas secretas de la ciudad. Restaurado palacio mudéjar en el que desde hace años se celebran todo tipo de eventos, sus muros y jardines cobijan algunas de las leyendas más bonitas de Toledo.
Y es que su propio nombre deriva de una tradición con más de diez siglos de historia protagonizada por una princesa musulmana de nombre Galiana que habría enamorado al joven Carlomagno que se hallaba desterrado en Toledo. Acompáñanos en este viaje a la Edad Media para conocer el relato legendario del Palacio de Galiana que aún fascina en la Ciudad de las Tres Culturas.
Carlomagno y la princesa Galiana en Toledo
Cuentan que hacia el 770, un joven Carlomagno, hijo de Pipino el Breve y Bertrada de Laón y nieto de Carlos Martel, debe abandonar Francia tras una conspiración contra sus padres que mueren envenenados por Rainfroi y Heldrí, hijos bastardos de Pipino. Para no caer en la misma suerte, Carlos pone rumbo más allá de la frontera del Reino franco y llega a la península ibérica, dominada en su mayor parte por los árabes que unas décadas atrás habían cruzado el estrecho de Gibraltar desde el Norte de África.
De camino al sur, llega a sus oídos un rumor sobre una princesa de extraordinaria belleza que habita en la ciudad de Toledo, llamada por aquel entonces Tulaytula y gobernada por el rey Galafre. Carlos pone rumbo a Toledo y decide cambiarse el nombre para pasar inadvertido y evitar que sus persecutores den con su paradero: se llamará Mainet, nombre que da título a estas leyendas sobre el mito de las mocedades del futuro emperador carolingio.
Una vez en Toledo, busca a la bella Galiana que se encuentra en su palacio, en la orilla de Tajo. En los jardines de palacio, Carlos y Galiana se ven por vez primera y ambos caen bajo el hechizo del amor. Pero hay un problema: Galiana está comprometida con Abenzaide, gobernador de Guadalajara, un rudo guerrero famoso por su crueldad, que la princesa, por supuesto, no ama.
El conflicto está servido: el rey Galafre decide consultar a los muftíes —consejeros musulmanes— para deshacer el entuerto al encontrarse con dos peticiones de boda al mismo tiempo: la de un misterioso caballero franco y la del gobernador de Guadalajara. Galafre hace caso a los consejos de sus asesores: organizará un torneo a muerte. Mainet y Abenzaide aceptan el reto, confiando en sus respectivas dotes guerreras.
En una explanada cercana a palacio se desarrolla el torneo en el que chocan violentamente los dos pretendientes de Galiana. Cuando la polvareda se levanta, solo Carlos está en pie. Ha ganado. Carlos se casará con Galiana que, tras convertirse al cristianismo y aclararse el panorama en el Reino franco, se convertirá en la futura reina del Imperio carolingio.
Así finaliza una de las diversas versiones de la leyenda Mainet que alcanzó gran éxito en buena parte de Europa durante la Edad Media. Según Ramón Menéndez Pidal, que estudio a fondo las leyendas de Carlomagno haciendo un trabajo de campo en la propia ciudad de Toledo, todo indica que esta leyenda fue escrita, quizás por un emigrante francés, en la ciudad toledana. Según el historiador gallego, la vieja vía Galliana que comunicaba con las Galias terminaría dando nombre al palacio toledano gracias a esta leyenda.
Alfonso VI y la mano horadada
La otra leyenda que da lustre al Palacio de Galiana nos sitúa en torno a 1072, en el contexto de las luchas intestinas entre los hijos de Fernando I de León por el trono de Castilla. La leyenda parte de las crónicas históricas que sitúan la presencia de Alfonso exiliado en Toledo bajo la protección del rey Al-Mamún, antiguo vasallo de Fernando I.
El rey de la Taifa de Toledo ofrece a Alfonso VI el Palacio de Galiana como residencia temporal mientras resuelve sus disputas con su hermano, estableciéndose entre ellos una gran amistad… que termina en traición.
Según cuenta el relato legendario, el futuro rey de León y Castilla asistió a un ágape organizado por Al-Mamúm, al que acudieron buena parte de la plana mayor de la Taifa de Toledo. En un momento posterior a la comida, el rey musulmán y sus consejeros salieron al jardín del palacio especulando sobre un posible asedio cristiano y cuál sería el punto más débil de la ciudad, en caso de que este finalmente se produjese.
En un momento dado descubren que Alfonso está durmiendo en el jardín —o al menos con los ojos cerrados—: temiendo que Alfonso pudiera haber oído una conversación privada extraordinariamente delicada, Al-Mamúm resolvió que para probar que su amigo cristiano estaba realmente dormido le echaran plomo hirviendo en una mano, y así lo dijo en alto para que Alfonso lo escuchara, en caso de que fingiera dormir.
En el momento en el que el plomo rozó la mano de Alfonso, el futuro rey lanzó un terrible grito: Al-Mamúm quedó tranquilo asegurando que su amigo realmente dormía. Pero no era así. Alfonso aguantó el miedo y el dolor a cambio de una valiosa información que le sirvió para conquistar Toledo, en 1085, una década después de que el propio Al-Mamúm hubiera muerto envenenado en Córdoba, tras conquistar la ciudad andaluza.
El Palacio de Galiana en la historia
Las leyendas del joven Carlomagno y la princesa Galiana y la mano horadada de Alfonso VI tienen como telón de fondo un palacio que ha vivido su propia y rocambolesca historia. Según los investigadores, el edificio pertenecería, efectivamente, a una almunia —un huerto o granja musulmana— construida en tiempos de Al-Mamúm de Toledo que tras la conquista cristiana pasó a denominarse Huerta del Rey.
El primitivo edificio musulmán sufrió diversos desperfectos a lo largo de los años, como cuando acamparon las tropas cristianas en el 1212 camino de la batalla de Navas de Tolosa frente a los almohades. A lo largo del siglo XIII se reconstruyó parcialmente en estilo mudéjar, cuyas ruinas llegaron hasta principios del siglo XX, época en la que el propio Menéndez Pidal lamenta su abandono.
Es en esta etapa cuando Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, quiso restaurar el edificio tras quedar fascinada por la leyenda de la princesa Galiana, pero murió antes de emprender la obra.
Sería finalmente el prestigioso arquitecto e historiador Fernando Chueca Goitia el que restituyó “a pesar de los problemas y las incógnitas”, según sus propias palabras, el valor del Palacio de Galiana, devolviéndole buena parte de su legendario esplendor, aquel que llegó incluso a los oídos de Cervantes que lo incluyó en uno de los episodios de su Quijote.
Hoy el Palacio de Galiana sigue mirando con orgullo las murallas de la vieja Toledo, a la orilla del Tajo, sabedor de que sus gruesos muros y sus frondosos jardines —ahora escenario de bodas y banquetes— custodian algunas de las leyendas más populares de la siempre legendaria Toledo.
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