Al pie de una acacia, protegidos por muro de piedra, descansan los restos mortales de Teresa en el que dicen es el cementerio más pequeño de España. ¿Y por qué es tan pequeño? Porque solo está su tumba, la de Teresa, separada del resto de los fallecidos que fueron enterrados en el vecino cementerio parroquial: una historia que merece ser contada.
Vente con nosotros al idílico pueblo de Bausén, al norte del Valle de Arán en Lleida, para descubrir la historia de Teresa y el cementerio más pequeño de España.
Bausén, el escenario
Una buena historia debe contar con un buen escenario. Y este no podía haber sido más deslumbrante. Porque el Val d’Aran es uno de los entornos naturales más espectaculares de la península.
Se trata de la única comarca de Cataluña que pertenece en gran parte a una cuenca atlántica, la del río Garona que nace en el valle para desembocar mucho más al norte, cerca de Burdeos. El 30% de su territorio está por encima de los 2000 metros de altitud lo que la convierte en una de las comarcas de mayor altitud de toda España: no hay que olvidar que estamos en pleno Pirineo.
Pero para llegar a nuestro destino debemos “bajar” a los 900 metros de altitud de Bausén, ya cerca de la frontera con Francia, un pueblito que no llega a los 70 vecinos a tres cuartos de hora al noroeste de Bagergue. Al poco de entrar en el pueblo por el carrèr Corraus nos encontramos con la iglesia de San Pedro, escenario de un episodio clave de la historia de Teresa… y Francisco.
Teresa y Francisco, los amantes de Bausén
Ya ubicados en Bausén, debemos viajar más de 100 años atrás en el tiempo y considerar esta historia en su contexto: principios del siglo XX. Fue en ese momento cuando Teresa se enamora de Francisco, su primo. La pareja no duda en “formalizar” su relación casándose siguiendo el rito católico, pero para hacerlo debían abonar 25 pesetas, una dispensa especial que exigía la iglesia por consanguineidad.
Tanto la periodista Nieves Concostrina, que rescató este suceso en uno de sus muchas investigaciones sobre los cementerios, como el panel explicativo que se halla a la entrada del enterramiento, señalan que la pareja no pudo hacer frente a este pago debido a su origen humilde. Así las cosas, Teresa y Francisco decidieron “vivir en pecado”, pero juntos.
Pese a que buena parte del pueblo rechazó el modo de vida de la pareja —no hay que olvidar el inmenso ascendiente de la moral católica en la España rural de principios del XX—, Sisco y Teresa siguieron con su vida, que, al fin y al cabo, era suya y de nadie más. Crearon un hogar, continuaron con sus trabajos y tuvieron dos hijos. Pero la paz duró menos de lo esperado.
La tragedia de Teresa
El 10 de mayo de 1916, con 33 años, Teresa murió por una neumonía. Dejaba dos hijos pequeños. Fue entonces cuando Francisco quiso enterrar a su pareja en el cementerio parroquial de Bausén, junto a sus vecinos y familiares. Pero el mismo párroco que unos años atrás les exigió el dispendio para poder casarse siguiendo el rito católico, negó la posibilidad de enterrar a Teresa en el recinto sagrado.
Al menos en teoría, la Iglesia católica no permitía que las personas que hubieran cometido una falta grave —según su estricta moral— se enterrasen en sus cementerios. Suicidas, herejes, paganos, prostitutas, etc. estaban entre aquellos “pecadores” que debían buscarse otro sitio para pasar la eternidad. Pero es que hasta la “muerte súbita” llegó a considerarse “infamante y vergonzosa”, por lo que la Iglesia podía no autorizar su enterramiento en el cementerio católico.
Tal y como señala la profesora de la Universidad de Murcia Isabel Gómez de Rueda en su estudio “la Iglesia se esforzaba por reservar los lugares consagrados sólo para aquellos que morían en regla con ella”. De hecho, todavía en 1954 se publica el último Código Canónico en el que se “condenan a los suicidas y a todos aquellos que no están dentro de la Religión Católica, Apostólica, Romana”. Esto suponía que hasta los no bautizados “no eran autorizados en la sepultura eclesiástica”.
Por lo tanto, era muy común que aquellas personas fallecidas “sin regla con la Iglesia católica” debieran ser enterradas en otros lugares no religiosos para lo cual, incluso, existían cementerios especiales para suicidas.
En este contexto, por lo tanto, no sorprende que el estricto cura de la iglesia de Sant Pere que pocos años antes exigió el pago del canon de consanguineidad, ahora negase la entrada de los restos mortales de Teresa en el cementerio parroquial. Tan solo estaba siguiendo al pie de la letra su código canónico, su ley, por ridícula y fanática que nos parezca en nuestro contexto actual.
Y tampoco es sorprendente, aunque sí muy hermoso, que los vecinos de Bausén, aún sin estar todos de acuerdo con el modo de vida que había elegido Teresa, ayudaran a Francisco a crear un camposanto alternativo para ubicar la sepultura de la mujer.
Era más que común puesto que, como señala el estudio ya citado, los “pecadores” o paganos se enterraban en “cualquier parte” —pero se enterraban, lógicamente— mientras los cristianos eran enterrados únicamente “en los lugares venerados y públicos, destinados a este uso y consagrados a este fin”.
El hecho de que en un pueblo tan pequeño no hubiera cementerio municipal o civil —como si sucedía en ciudades o pueblos más grandes—, llevó al pueblo a construir este cementerio para una única tumba.
Teresa y el cementerio más pequeño del mundo
Para alcanzar el cementerio de Teresa debemos salir del pueblo por el carrèr Mayor dejando atrás el camposanto sagrado, aquel donde sí podían enterrarse los que hubieran muerto en paz con su Dios… y las leyes de su iglesia. A poco más de 500 metros, menos de 10 minutos andando, al lado de la capilla de San Roque, se encuentra el cementerio: un muro perimetral de metro y medio de altura y una cancela metálica que da cobijo a la tumba de Teresa.
Bajo una acacia, una sencilla tumba con dos dedicatorias. Una de los hijos —“A nuestra querida madre”— y otra de Francisco, el marido: “Rercuerdo (sic) a mi amada Teresa que falleció el 10 de mayo de 1916 a la edad de 33 años”.
Sin duda, el gesto del pueblo ayudando a dar una respetuosa sepultura a una mujer joven fallecida por enfermedad dejando a dos hijos pequeños, independientemente de su “estilo de vida” —y al margen de lo que dictase o no la ley— es el “clímax” de este bonito episodio de nuestra historia más cotidiana.
Cumplido el centenario de la muerte de Teresa, el pueblo de Bausén volvió a recordar la memoria de la fallecida: el Ayuntamiento del pueblo colocó un panel explicativo que narra esta historia para mantener viva la memoria de Teresa y su magnífica sepultura en el claro de un bosque del idílico Valle de Arán.
Únete a la conversación