Arcoiris que parten en dos el paisaje con su luz; nubes grises sobre montañas que parecen cortadas con un hacha. Carreteras sombrías y brillantes que andan de puntillas sobre el agua, pegadas a la roca. Antiguos lagos glaciales de aguas negras que se unen a la niebla cada mañana. Pendientes de cientos de metros que se despeñan hacia valles llenos de ovejas blancas con la cara negra. Brezo, dunas, hierba húmeda, olor a turba.

Un mar desbocado que se levanta y se acuesta con una fuerza sobrecogedora. Playas azul turquesa, colinas verde esmeralda. Todo eso es Achill, la isla montañosa de Irlanda. La espuma de las olas apareciendo y desapareciendo en el horizonte. Piedra y musgo. Tiempo y aire. La chimenea y su alegre fuego a través de la espuma de una pinta más negra que las paredes de piedra del pub.

Foto: Íñigo de Amescua

A Achill se llega a través de un puente. Los nervios de acero blanco que lo cubren asemejan el esqueleto de una ballena enorme. No es muy grande ni ancho, eso es cierto, pero marca una entrada, como un rito. La lluvia es fina, el viento frío y las aguas desde el puente parecen calmadas. Al otro lado, en la isla madre de Irlanda, la gran mole del monte de Mweewillin, las ruinas de la iglesia de Berfarsad. Las últimas notas de la península que hace de transición entre el resto de Irlanda y Achill.

Una costa hambrienta de naufragios, también de la Armada Invencible, en la que los hombres se lanzaban a pescar tiburones y ballenas en barcas hechas de madera y amuletos. Una tierra de ovejas únicas, pequeños cultivos de supervivencia y musgo. El tiempo reclama su fuerza en Achill. “Para, mira, escucha”, parecen decirte. Kieran Sweeney espera al otro lado, nada más entrar en Achill Sound. Delgado, ojos azul claro, nariz huesuda, suéter verde oscuro de lana, hablar pausado y tranquilo. “Mi abuelo comenzó este negocio a finales de los años 30 para comerciar con artesanía y prendas de lana, todo local. Me he adaptado a los tiempos vendiendo otros productos, imprimiendo fotografías y trabajando con tecnología. Mi hija vive en España, en Madrid… es profesora de inglés, pero no recuerdo en qué barrio vive…”.

Quizá la mejor forma de conocer Achill (en el condado irlandés de Mayo) sea a recorriendo la Atlantic Drive. Esta carretera, que rodea la isla por la costa, es la excusa perfecta para conducir e ir parando en todos los lugares que te pueda apatecer: pueblos, magníficas playas, cafés, pubs (el Lynott’s te dará ganas de quedarte a vivir allí). El paraje está dominado por tres montañas que, si las fuerzas y el clima acompañan, permiten observar la increíble belleza del océano, las bahías o los saltos de agua.

Achill es la isla más montañosa de Irlanda y sus acantilados marinos están entre los más altos del mundo. También hay que tener en cuenta, para los que aún tengan más fuerzas, que Achill forma parte de los 42 kilómetros de la Great Western Greenway, la vía más larga de Irlanda abierta solo para caminar o montar en bici. A estos deportes podemos añadir decenas de maravillosas rutas a pie, pesca, surf, windsurf, golf o buceo están entre las actividades que se pueden practicar.

A todo ello se añaden las tumbas megalíticas, que no pueden faltar en Irlanda, torres defensivas de mujeres pirata (la de Grace O’Malley está entre las más famosas del país) o un pueblo abandonado. Más datos: la playa de Keem ha sido reconocida como el mejor lugar para la natación en aguas abiertas de Irlanda y el Reino Unido y la propia isla ha sido nombrada como una de los cinco mejores lugares para viajar en toda Irlanda. La belleza de otras playas como la de Keem, la de Doogort o la de Annagh… la conmovedora fuerza del lago Acorrymore o el puerto de Purteen. Puedes buscar todo esto, pero lo que encontrarás, sobre todo, será un silencio penetrante y una conexión con la naturaleza inolvidable.

Achill es agua, olas, viento, piedra, ovejas (la raza autóctona es conocida como Mayo Mountain Blackface) y turba. De hecho la isla de Achill está compuesta en un 87% por turberas, herencia, por lo que parece, de la tala de los bosques que llevaron a cabo en la zona los primeros agricultores que llegaron aquí en el Neolítico.

Las turberas, depósitos naturales de carbono, son capas y capas de tiempo, humedad y vida acumuladas unas sobre otras a razón de un milímetro al año. En Achill han sido explotadas para calentarse (como carbón o madera) y como abono. En Achill el agua te rodea, literalmente; cae sobre las montañas, sobre tu cabeza y sobre los brezos; se acumula en lagos con rocas afiladas que sobresalen como colmillos. El agua circula por los regatos y, con ella, pura como el frío de la mañana, también se hace whiskey.    

“Los secretos de un buen whiskey, nos cuenta Michael McKay, que dirige, junto a su familia, la Achill Island Distillery – son el trabajo duro, cuidar el equipo, el agua, directa de las montañas filtrada de manera natural y nuestro ingrediente número uno, y la malta que proviene de Cork, Wexford y Waterford, las mejores zonas para cultivar de Irlanda”.

El amor por esta bebida es común en esta parte del mundo. De hecho la palabra misma proviene del gaélico para “agua de vida”: uisce beatha. Lo más importante a la hora de producirlo, como en tantos otros casos, es no precipitarse: “Buscamos  suavidad, melosidad y delicadeza. También nos esforzamos mucho en contar con barriles de la mejor calidad posible. Si unimos un buen whiskey y barriles de calidad, tendremos un whiskey excepcional”.

Un buen whiskey no pica en la garganta, si es así es porque no ha tenido tiempo o se ha embotellado más de lo que debías: “Puedes producir mucho whiskey o puedes producir buen whiskey. Un buen whisky es suave y su sabor perdura tras cada trago en la garganta y en el pecho” nos aconseja Michael.

Achill, tanto tiempo acostada con su cabeza sobre el oeste de Irlanda, en el límite de Europa, saltó a la fama recientemente por el rodaje de la inquietante película The Banshees of Inisherin (Almas en pena de Inisherin) que obtuvo nueve nominaciones a los Oscar. Pero la isla ha servido de refugio a escritores y pintores (como Paul Henry) durante años.

El Premio Nobel de Literatura alemán Heinrich Böll, por ejemplo, pasó largas temporadas en la isla (la que fue su casa sirve ahora como residencia de artistas). Francis y Ham, belga y coreana, son otro ejemplo de cómo esta isla atrae a los creadores. Juntos dirigen Red Fox Press, uno de los lugares imprescindibles en la isla para cualquier viajero, que edita y crea maravillosos libros de artista hechos a mano, así como obra gráfica, fotografía… realizada principalmente con Polaroids.

“La isla en sí misma es una maravilla – nos relata Francis mientras escuchamos un disco de lo que parece Miles Davis, el crepitar de la turba en la chimenea y las primeras gotas de la lluvia en las ventanas. Vine de vacaciones por la zona y vi esta casa, cerca del agua, ¿dónde mejor?, y me quedé. Las vistas al Atlántico son inigualables, pero admito que, cuando hay tormenta, impone demasiado”. Achill es eso. Un lugar que emociona y atrae como pocos en el mundo.