La obra de Picasso es sinónimo de fascinación, misterio… y éxito. Los museos lo saben y se pelean por ofrecer un nuevo enfoque de la trayectoria profesional de uno de los pintores más codiciados del planeta. Picasso y la abstracción es la apuesta de los Reales Museos de Bellas Artes de Bruselas para este final de año.
Incluida dentro de los eventos que conmemoran el 50 aniversario de su muerte, Picasso & Abstraction indaga el vínculo entre la obra del pintor malagueño y la irrupción de la abstracción pictórica que agitó el arte de la primera mitad del siglo XX con su propuesta revolucionaria: abandonar la figuración para encontrar un nuevo lenguaje artístico independiente de la realidad visible.
Picasso y la abstracción en Bruselas
La obra de Picasso es una fuente inagotable de exploración para historiadores del arte. Son tantas las facetas artísticas que abordó a la largo de su trayectoria profesional que más bien habría que hablar de picassianismo, un estilo propio y genuino cimentado en su talento descomunal, su inquietud artística y un sexto sentido para hacer suyo cualquier estilo ajeno.
Porque Picasso fue cubista, expresionista, clásico, vanguardista y surrealista, pero siempre anteponiendo su nombre a cualquier movimiento artístico: Picasso estaba por encima de su estilo, algo que pocos de sus pintores contemporáneos pudieron afirmar.
Por eso resulta interesante el enfoque que proponen los Reales Museos de Bellas Artes de Bruselas para la exposición Picasso y la abstracción que estará abierta hasta mediados de febrero de 2023.
¿Qué vinculación tuvo el artista español con uno los más revolucionarios hallazgos del arte de la primera mitad del siglo XX? ¿Llegó a ser Picasso un “artista abstracto” en alguna de las fases de su carrera? ¿Y cómo interpretó esta pulsión de varios de sus colegas contemporáneos —Malevich, Kandinsky, Mondrian, etc.— por encontrar un lenguaje puramente pictórico alejado por fin de la representación de la realidad visible?
Todas esas preguntas tratan de ser respondidas en esta exposición organizada por los Reales Museos de Bellas Artes de Bruselas en colaboración con el Museo Nacional de Picasso de París y que cuenta con 140 obras que abordan diferentes fases en la trayectoria picassiana: desde el cubismo sintético de la segunda década de siglo hasta el expresionismo antibelicista de los años 30 y 40.
Del cubismo a la abstracción
¿Diríamos, entonces, que un cuadro cubista como El Árbol ejecutado en 1907 puede calificarse de abstracto? No desde un punto de conceptual. El objetivo del primer cubismo de Picasso y su colega Braque no era alejarse de la “realidad visible”, sino al contrario interpretarla desde otro punto de vista… literalmente desde “todos” los puntos de vista posibles.
Al fin y al cabo, el cubismo fue una visceral reacción ante la mayor de las limitaciones de la pintura: su bidimensionalidad. Picasso y Braque dinamitaron el arte pictórico al proponer un truco audaz: simular un poliedro en una superficie bidimensional, conquistar la tercera dimensión en una superficie plana. Incluso la cuarta, que sería el tiempo, pero eso ya fue más complicado…
Aun a pesar de seguir inspirándose en motivos “externos”, el cubismo sí influyó estéticamente en la aparición de la abstracción que llegaría pocos años más tarde: el cubismo más hermético se presenta al espectador como una suma de armonías geométricas y cromáticas, al fin y al cabo, la base compositiva de la abstracción.
Se trata, en fin, de una curiosa paradoja: el estilo pictórico que buscó con más audacia la representación “total” de la realidad, de las formas, mostró el camino de la definitiva independencia del lenguaje artístico de la figuración, de la representación de la realidad.
Si nos vamos a una obra como Guitarra de 1913, en la denominada fase sintética del cubismo, el título de la obra nos da la clave de interpretación. Picasso calma al atribulado el espectador que respira aliviado al saber qué está viendo en el cuadro. Porque si la obra llevase cualquier otro título, el espectador de la época, poco habituado a pinturas tan herméticas, se marearía buscando el motivo de referencia del cuadro.
Estrictamente, el espectador solo acierta a ver una acumulación de figuras geométricas, una armonía cromática de tonos limitados y un juego textural entre el óleo y la madera. Pero Picasso nos dice que es una guitarra, y tendremos que creerle. Pero es “su” guitarra, una suma de formas e interpretaciones que dan lugar a un objeto artístico diferente de la realidad objetiva de la guitarra: la guitarra ha dejado de ser guitarra y ahora es pintura.
Que tan solo dos años después de este cuadro, al otro lado de Europa, en la lejana San Petersburgo, el pintor ruso de origen polaco Kazimir Malevich presentara su legendario Cuadrado negro sobre fondo blanco no es una coincidencia. El cubismo condujo a la abstracción que por fin pudo dejar atrás la figuración para concentrarse en otros motivos: desde la emoción pura del expresionismo abstracto a la armonía geométrica y cromática del neoplasticismo de Mondrian.
No obstante, resulta curioso (y debatible) que, teniendo la abstracción tan cerca, Picasso nunca llegase a cruzar esa línea. El artista malagueño siempre se mantuvo al otro lado a nivel conceptual, sin independizarse nunca de la realidad visible, tal vez porque su carácter pragmático y objetivo se lo impidió… o tal vez porque otros cruzaron la línea antes que él.
De cualquier forma, una exposición como Picasso y la abstracción nos sirve para seguir desentrañando los misterios de una inabarcable producción artística que siempre estará abierta a nuevos debates e interpretaciones.
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