Es la mayor retrospectiva sobre la obra de Fernando Botero (Medellín, 1932) que se haya hecho hasta ahora. El CentroCentro de Madrid acoge 67 cuadros de gran formato que repasa cinco décadas de trayectoria del “pintor vivo que más ha expuesto en el mundo”. Y es que Botero no necesita ni nombre: es de esos pintores que ha alcanzado tal fama a nivel mundial que (apenas) precisa introducción. En el siguiente artículo recorremos varios rincones el mundo redescubriendo al pintor del volumen y el color.
“Sin un estilo propio, un artista no existe”. No hay afirmación que caracterice mejor a Fernando Botero que esta. Y aunque sea un concepto discutible —Picasso, por ejemplo, nunca tuvo ‘un’ estilo propio, sino muchos… o todos— y también duro de asumir para un artista que empieza —la búsqueda de un estilo puede ser un proceso largo y cruel— no se puede negar que buena parte de los grandes artistas de todos los tiempos en cualquier disciplina lograron progresar en el momento en el que lograron establecer un estilo propio. Rafael, Van Gogh, Bacon, Goya… son detectados con un golpe de vista. Lo mismo sucede con Botero, un estilo que todo el mundo conoce… “hasta los más chicos” como el propio pintor afirma.
Botero en Colombia
No había ninguna tradición artística en su familia. De hecho, el joven Botero, con 12 años, asiste a la escuela de torero en la plaza La Macarena de Medellín, pero un accidente le aleja de los ruedos, pese a que seguirá siendo una de sus pasiones, como mostrará en numerosas obras a la largo de su carrera.
Y entonces surge la pintura —vocación menos riesgosa— que se consolida a los 19 años cuando hace su primera exposición ya en Bogotá. Posteriormente, el artista se marcha a Tolú, en el Caribe colombiano, donde sigue afianzando esta etapa de formación. Pero Botero aún no es Botero…
Botero en España
Cuenta el pintor que lo primero verdaderamente boteriano que hizo fue una mandolina. El volumen de este instrumento musical enardeció la pintura del artista que comenzó a vislumbrar las posibilidades de combinar volumetrías generosas y colores vivos sobre superficies planas, algo que la vanguardia europea no había explorado suficientemente según el artista. Su estilo estaba cerca. Pero antes debía empaparse del estilo de otros. Para ello, con apenas 20 años, invirtió el premio que había ganado en el Salón de Artistas de Bogotá para acudir a Europa, estableciéndose primero en Barcelona y luego en Madrid.
En la capital de España el artista recibe el influjo de numerosos pintores del Renacimiento y el Barroco que conoce en el Prado. Botero empieza a hacer versiones de Velázquez o Rubens. Este último será uno de los grandes referentes en la configuración de su estilo. En el Prado también se acerca a la temática del bodegón que tanto desarrollo tuvo en el Siglo de Oro español y en la pintura flamenca.
Botero en Italia
Si la estancia en España es clave para que Botero se encuentra a sí mismo, no lo es menos la presencia del artista colombiano en Italia, cuna de la revolución pictórica del Renacimiento que tanto influjo tendrá en el joven artista. Se inscribe en la Academia de San Marcos de Florencia y asiste a los Uffizi. El encuentro con la obra de Uccello, Masaccio o Piero della Francesca, todos ellos miembros insignes del Primer Renacimiento, facilita la profundización de Botero en conceptos como la tridimensionalidad, el color y los valores táctiles de la pintura.
Botero en México
El hecho de que Botero renunciase al influjo de las vanguardias europeas centrando su atención en los ‘clásicos’ supuso para el pintor algunos reveses en su carrera una vez que regresó a América de su viaje de formación por Europa. Es la letra pequeña del proceso de configuración de un estilo, sobre todo cuando ese estilo choca contra la tendencia vigente. Pero Botero persiste en la búsqueda de una maniera en México, a donde se traslada una vez que se casa con Gloria Zea, su primera esposa que, por cierto, llegó a ser directora del Museo de Arte Moderno de Bogotá durante casi 50 años. El muralismo mexicano influye también en Botero que empieza a optar por cuadros de gran formato afianzando su apuesta por la viveza de los colores.
En este sentido, la ‘Vida Latinoamericana’ será una de sus temáticas fetiche a lo largo de su trayectoria tal y como se expone también en la retrospectiva que acoge CentroCentro en Madrid. Personajes de la calle como bailarines, músicos o prostitutas conviven en su obra con señores de la alta sociedad, militares o cardenales. La combinación entre ironía y candor en la aproximación a estos temas será otro de los elementos que afiancen su estilo.
Botero triunfa en Nueva York
Ningún artista que aspirase a conquistar el mundo podía dar la espalda a Nueva York en la década de los 50, época en la que la ciudad se había convertido ya en el epicentro de la vanguardia mundial desplazando a París que lo había sido durante casi un siglo. Pese a que Botero ya estaba cerca de sí mismo, el expresionismo abstracto, estilo triunfante en Nueva York con artistas como Pollock o De Kooning, lleva al pintor colombiano a probar con algunos de sus elementos… sin suerte: la pintura agresiva del expresionismo no era lo buscaba.
Sobreviviendo al principio de la venta de dibujos por diez dólares, Botero triunfa por fin en una exposición en el Milwaukee Art Center de 1962. Es entonces cuando las galerías del país empiezan a mostrar interés por los boteros… El resto es historia.
París, la ‘segunda patria’ de Botero
Y terminamos nuestro recorrido por el boterismo en París, donde el artista se “siente como en su segunda patria”. En 1992, Fernando Botero recibió el encargo de llenar de esculturas los Campos Elíseos. Y es que el artista era, en sus propias palabras, “uno de los poquísimos escultores vivos capaces de llenar, la avenida (…) Si no tienes piezas muy monumentales, el espacio de la avenida te aplasta”. Y nada puede aplastar un Botero.
Y es que fue precisamente en París en los años 70 cuando el artista comenzó a consolidar sus experimentos en escultura que arrancaron en su etapa neoyorquina. A la postre, esta apuesta del artista colombiano por llevar sus volúmenes a la escultura no pudo salirle mejor: hoy en día decenas de ciudades en el mundo presumen de tener un Botero convirtiéndose en ese tipo de hitos perseguidos por los turistas para hacerse la foto de rigor. Botero consiguió algo más que afianzar un estilo, casi ha sido devorado por él, como el mismo artista explica: “La gente insiste en creer que fue antes el cuadro que yo. Pero yo soy Botero, ¡no me llamo así por mis cuadros!”. Cosas de la fama, Fernando…
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